viernes, noviembre 28, 2008

La OCU

Dice las noticias que ha sido premiada por su compromiso en la lucha antitabaco.

Hace algunos años, mientras se hablaba sobre la creación del Partido del Cigarro Partido, varios intercambiamos ideas de cómo debía gestarse un partido así, sobre cuales deberían ser sus fines, sobre cómo estos fines, aún diferenciados y, tan aparentemente específicos, podían ser universales -en cuanto a sus consecuencias en términos de orden social- llevando las cosas a extremos ideales porque estas conjeturas no podían salir del nivel teórico ni encontrar aplicación práctica. Por tanto, desde casi la fantasía, se habló bastante de nociones reinventadadas “pero sobre realidades existentes”.

En ese proceso dialéctico, aunque de manera muy rudimentaria, y a falta de un pulido en sus formas, se manejaron conceptos y re-definiciones tales como la de estado, corporación, demagogia, manipulación mediática, ciudadano, institución y consumidor, entre otros.

Si la sociedad había avanzado y ya todos los movimientos habidos en el siglo XX habían ya vencido, evolucionado o pasado de largo, ya se había alcanzado una estabilidad que no hacía presagiar una gran revolución –social-. Entonces, podíamos llegar a suponer que en el primer mundo vivimos la era de la “sociedad del bienestar” y, o todo ya está bien como está, o no puede cambiar más de manera significativa, o corresponde al azar o el destino ese tipo de cambios. En un panorama así, extrapolando la Pirámide de Manslow al caso, los integrantes de la sociedad han alcanzado el último escalón de la pirámide y como última meta queda la autorrealización. La plena autorrealización pasa por la “exhibición” moral y la resolución de problemas no-vitales -de manera altruista o no-. En tal caso, el tabaquismo en todas sus dimensiones, es un problema a resolver con alguna que otra implicación moral.

En conclusión, bajando a la tierra y apartándonos de explicaciones pesadísimas, en el último escalafón de una pirámide de Manslow adaptada a la psicología social, es lógico que el consumidor sea siempre una parte disconforme. Desde la constante exigencia, siempre aspiraremos a la mejora de nuestro entorno inmediato; primero el de nuestra intimidad, luego el de nuestro entorno laboral y, finalmente, el de los espacios en los que solemos socializar durante nuestro tiempo de ocio. En esos entornos el ciudadano ejerce el papel de consumidor de servicios que, pueden ser definidos como sociales, si el ocio se constituye como un servicio ofrecido al público (lo gestionen o no manos privadas y siempre que el propietario no renuncie al acceso público como según expliqué aquí). Por tanto, al menos aquí y ahora, lo que caracteriza la mala calidad del ocio es el humo de tabaco y sus inconveniencias principalmente. Como consumidores creo que es el objeto primordial de nuestra lucha: por la calidad del ocio; por la calidad del aire que se respira en esos entornos, donde disfrutamos de nuestro tiempo libre, donde socializamos, nos conocemos, nos comunicamos etc. Ese logro nos es vital.

martes, noviembre 18, 2008

Max Payne y el tabaco

En una de las primeras escenas de esta película, una chica despampanante trata de coquetear valiéndose de un extraño cigarro (no recuerda a ninguna marca en concreto); para ello, por unos momentos, adopta unas posturas y un lenguaje corporal que recuerda a esa particular estética de los años 20. Ese cigarro es el único que aparece en la escena. Es el único que sale en toda la película y jamás será encendido, sino que acabará partido y pisoteado en el suelo sin producir una sola voluta.

Entonces, entre un juego de sombras y claroscuros, avanza hasta colocarse en el mismo plano que el protagonista.

Seductora, pregunta en un intento de aproximación comunicativa.

-¿Tienes fuego?

Pero él rompe las expectativas comunicativas de la joven y de cierto tipo de espectador. Su pensamiento está alejado de ese ambiente festivo. Impasible, apático, contesta.

-No fumo

Inmediatamente después, otros personajes entran en la acción de la escena. Lo que se sucede a continuación es el preludio de la acción trepidante que se disfruta a lo largo de la película y, el cigarro, desaparece para no volver tras una exclamación de enfado de su portadora, que lo parte y lo tira al suelo para pisotearlo sin ni siquiera haberlo encendido, como ya he dicho.

Resulta interesante que nada más empezar la película uno sepa que el tabaco no tiene lugar en ese universo. Si hubiese sido un a película española es probable que, en ese local de ocio nocturno en el que tiene lugar la escena, la mitad de la gente estaría ya fumando. El protagonista no sólo habría sacado su mechero ante el requerimiento de la chica, sino que además se habría encendido otro para él. Dado el tipo de película, el número de volutas avistadas rivalizaría con el de Casablanca. Se habría fumado con cualquier excusa en cualquier escena.

Se puede hacer un análisis semiótico de algunos aspectos de la trama y extrapolar el caso al tabaco. Aquí la acción gira entorno a una droga y su uso con fines perversos (por parte del malo, como instrumento de dominación mediante la alteración de conductas). En un principio, el gobierno había contratado a una farmacéutica para que diseñase un fármaco capaz de ofrecerles a los soldados ventajas sobrenaturales en combate. Pero no pudo ser. El proyecto fracasó porque la droga terminó siendo un arma incontrolable debido a sus indeseadas repercusiones psíquicas en los casos estudiados, que incluían alucinaciones y adicción. Así, el gobierno ordenó detener el proyecto, pero el malo de la película continúo con la producción de ese suero; le había encontrado una aplicación para su beneficio.

Se nota que en las películas americanas, las clasificaciones por edades y las advertencias, “morales” como muchos dicen, están funcionando para el caso del tabaco. Uno de los criterios empleados para determinar el grado de aptitud para según qué público, es el número de escenas de tabaco. Gracias a esta regulación, pronto, en el cine americano, será una rareza ver a un personaje fumando.



Antes de esa película, con las luces aún encendidas, pasaron el trailer de una producción española llamada “Sólo quiero caminar”, aunque bien podría llamarse “Sólo quiero fumar”. En demasiados fotogramas, estaba presente ese trastorno respiratorio que obliga a los enfermos a inspirar y exhalar humo de cigarro, sólo que no se presentaba de esa manera, sino con clase y estilo. El humo se veía realzado, espeso, abundante. Se paseaba por el objetivo de la cámara sin ningún tipo de asco o pudor, como si fuese lo más normal del mundo. En España, estamos a años luz de un cine libre de tabaquismo.
De hecho, una secuencia únicamente muestra una exhalación, de tal manera que el humo la centra y destaca -como si intentase decirnos algo-. Vosotros mismos podéis averiguar cuál es:

domingo, noviembre 02, 2008

Agnes de Dios: Una monja muy fumadora

Es posible que Ron Brugal y la Fundación Altadis España patrocinen ciertos eventos culturales. Eso explicaría lo insólito de algunas escenas tabáquicas en muchas obras teatrales. A veces, el rostro constreñido de los productores y directores al comentar ante los medios la incorporación de elementos ajenos en sus propias paridas da cuenta de ello.

Esto es sólo una posibilidad teórica que puede tener reflejo o no en la realidad. En un escenario así, en el que la producción teatral da muy poco dinero sin el debido patrocinio, la Industria Tabaquera tomaría las riendas de la situación y compraría un canal comunicativo privilegiado para difundir sus mensajes. El impacto visual -sensorial en este caso- es esencial para conseguir dos objetivos primordiales de una inversión a plazo indefinido: la normalización del acto de fumar desde el rescate retrocultural y la invitación a desafiar prohibiciones en su interés; como si los “intentos de censura administrativa” aplicada al fumeteo fuesen una cuestión moral asociada a las trama argumental de la obra representada.

Actores de amarillentos dientes, nos proponen la última moda en estravaganzza teatral. Una monja muy fumadora y a mucha honra.

La obra es una adaptación estética de la obra de un tal John Pielmeier. Dicen que la han acomodado a los tiempos modernos. Ya existe una película de 1985 protagonizada por Jane Fonda. Por tanto, me parece que este forzado remake sólo destaca por la intención de sus escenas de tabaco. Para los que tenemos un mínimo de cultura, ese trasfondo que invita a una supuesta reflexión, es sólo apto para ingenuos con complejo de garrulos porque el tema propuesto para la reflexión y el debate está ya muy visto; es desfasado y cateto.

Aquí tenemos la presentación:

El dramaturgo americano John Pielmeier leyó en un periódico que el cadáver de un bebé había sido encontrado en la celda de una monja y, aunque el hecho en sí no llamó especialmente su atención, sí sintió interés por las posibilidades de reflexión que suscitaba. Comenzó a escribir Agnes de Dios espoleado por las preguntas de si existen los santos en el mundo de hoy y si son posibles los milagros en una sociedad marcada por el laicismo más rotundo. Las protagonistas de Agnes de Dios, la doctora Livingston, que procediendo de una educación católica ha abandonado la religión, y la madre Miriam, que ha llegado a la devoción como última agarradera que la libera del mundo, del demonio y la carne, encarnan, sólo aparentemente, las dos posibilidades de enfocar el drama: a partir del racionalismo o la fe. A una y a otra, el terrible suceso les remueve los débiles cimientos de sus creencias.
¿Quién fue el hombre que entró en el convento y sedujo a la hermana Agnes? ¿O fue ella la seductora? ¿Cómo es posible que ninguna de las monjas se diera cuenta de que la hermana Agnes estaba embarazada? ¿Es verosímil que ni la propia novicia conociera su estado? ¿Acaso la concepción del bebé fue por intervención divina? ¿Fue Dios, tal como afirma la hermana Agnes, quien estranguló a ese niño concebido por un ángel caído para llevarlo inmediatamente a su divina presencia? ¿Crimen o milagro?

El trailer no tiene desperdicio. Da pena en el fondo la atriz fumadora, que tiene que estar hasta la narices de fumar en cada representación, sin cobrar su plus de toxicidad. Muchos dirán que es necesario caracterizar a la monja así. Que es la mejor forma de recordar que, detrás del hábito, hay una mujer, un ser humano. Otros dirán que detrás del hábito lo que se esconde son los intereses de la Industria Tabaquera.

Los comentarios de los actores y el director tratan de justificar las peculiaridades de los cambios estéticos (porque no hay otros notorios a parte de lo del tabaco) con las coletillas liberaloides de siempre:

“…He optado por una visión muy libre, es decir, he pretendido que se acercara lo mas posible a los espectadores de hoy, a los espectadores españoles...”

“…nada es blanco ni es negro, sino que todas las relaciones entre los personajes están llenas de matices…”

“…será el propio público el que tome sus propias conclusiones…“


Pero lo mejor son los criterios empleada a la hora de remodelar la estética. Ellos dicen que se ha optado por el minimalismo y la sobriedad (con unos muebles de diseño muy bonitos, por cierto) en los que priman las líneas rectas y las formas lisas. Es cierto que no hay decoración añadida y los colores predominantes –un acierto- son el blanco y el negro. Ni siquiera veo otro color en el trailer. La verdad es que lo único que destaca visualmente, lo único que queda realzado con tanta sobriedad reapartida, es el cigarro encendido y las volutas de humo. El tabaco no pega en ese escenario ni con cola.

En conclusión, no recomiendo que vayáis a ver esta obra salvo que queráis que os atufen impíamente con humo de tabaco. Quizá tenga interés pedir palco o última fila y conservar la entrada para luego deducir la pertinente reclamación o denuncia.