miércoles, diciembre 10, 2008

Tóxicas, nocivas y molestas chimeneas de hogar

Vivo en un barrio en la periferia de Almería capital. Me gusta mi casa y mi vecindario en cuanto a espacios y estética. No me gustan las garruladas y las cochinadas.

En muchas zonas residenciales alejadas de los centros urbanos de las grandes ciudades, se nota la relajación de la Administración, de su policía local y de los lugareños. Es el caso de La Cañada de San Urbano; donde el civismo no abunda.

Durante este verano pude observar cosas que para un cosmopolita resultarían llamativas pero que, sin embargo, allí parecía normal. Allí es fácil ver, a fecha de 2008:

-Tres adolescentes sin casco sobre un mismo ciclomotor de noche, sin luces y sin espejos.

-Motos de alta cilindrada circulando sin permisos, sin la ITV pasada y, por supuesto, los propietarios enseñando como se conduce sin casco y con el tubo de escape roto.

-Carreras de coches con discoteca móvil los sábados de madrugada por una de las calles principales del barrio.

-Gente que invita a sus mascotas a que dejen sus deposiciones en mitad de la acera pública y asunción del hecho como normal por la comunidad.

-Gente que escupe por esas mismas aceras con más desinhibición de la habitual.

-Uso indistinto, aleatorio, de los contenedores destinados al vidrio, a la basura orgánica o al cartón.

-Afiladores, panaderos, tapiceros que se pasean con sus furgonetas por las calles del barrio manteniendo pulsado el claxon no-homologado durante larguísimos espacios de tiempo.

-Obras y reformas mayores sin licencia municipal y sin el uso tan siquiera de contenedores donde depositar la arena que con el viento se esparce por el largo de la calle.

Todo ello ante la mirada impertérrita de las cobardes autoridades municipales

Haciendo un ejercicio de toleración, de tolerantismo tolerador, puedo hacer como que no veo y oigo estas cosas y seguir tan feliz. Pero entonces llega el invierno, con ello el frío, y con el frío las chimeneas. Entonces es cuando toca privarse de otro sentido más.

Un día tendí la ropa de la colada y, tras dejarla una noche en mi propia terraza para que se secara, tuve que devolverla al canasto de la ropa sucia otra vez. Pues apestaba a humo de chimenea.

Es increíble como hoy en día la gente sigue usando las primitivas chimeneas y con ello ambientando el aire de las calles, condimentándolo con algunos isótopos radioactivos extra. Hoy en día, la leña es cara y su combustión molesta al prójimo asmático o alérgico o que, sencillamente, le da asco que le atufen el pelo y la ropa con el pestazo a hollín.

Nadie tiene derecho a contaminar un aire que no le pertenece a él solo. Hacer un uso abusivo y perjudicial de un aire que es común, no puede justificarse con argumentos tipo “Es que te quieres cargar el olor a hogar” “Es que a mis niños en navidad les gusta” “Da un ambiente acogedor” “Es que con tus estufa de calor azul las chimeneas de Endesa también expulsan humo a la atmósfera” etc. Porque, efectivamente, hay alternativas que cumplen la misma función a un precio semejante y que no molestan. Están las estufas de gas y las eléctricas; sin ceniza ni humo y sin ocupar espacio en el sótano con peligrosa leña afectada por la carcoma y, a la hora de la verdad, más limpia y eficiente.

Además, por culpa de esas chimeneas he tenido que comprar una secadora eléctrica para así cumplir con los planes de ahorro energético del gobierno que, por supuesto, ni los vecinos humeantes ni el Ayuntamiento me han sufragado.

Las chimeneas caseras en los núcleos urbanos o sus proximidades deberían estar prohibidas. Si no, pues que paguen un alto impuesto e indemnicen a los que nos molestan y nos hacen gastar más dinero en limpieza e higiene.