domingo, marzo 16, 2008

El olor del humo

Tradicionalmente la manipulación mediática de las tabaqueras ha despotricado de la misma manera. Ha tratado de lavar el cerebro del que no fuma para que no vea el humo, no husmee el humo, no oiga que molesta y no lea que enferma. En ningún anuncio moderno de Marlboro Country se ve humo. Por fortuna, tampoco se huele.

Eliminando el reconocimiento de que el humo intoxica y molesta al que no lo produce, todo lo demás pasa a ser una cuestión de intolerancia. Insinúan los justificadores del deber de soportar, que compartir estancia con alguien fumando es para el que no fuma solamente un espectáculo visual. Un espectáculo que a los intolerantes les molesta y a los tolerantes no.

Pero señores, tengamos un poco de cabeza y dejémonos de absurdos lógicos. No es lo mismo que por mi campo visual se cruce un gordo, una mujer con barba, un feo, o un tatuado que tener cerca a cualquiera de ellos fumando –los vea o no-. Si yo no quiero observar a una persona cuyo aspecto físico me desagrada, puedo mirar a otro lado o no prestarle atención. Si yo no quiero respirar el humo que produce porque me desagrada tengo que dejar de respirar o colocarme una máscara antigás. Si yo inspiro un hollín radiactivo y pegajoso mis pulmones tienen que asimilarlo o expectorarlo; si yo accidentalmente veo a esas personas de las que hemos hablado, mis ojos no enrojecen y lagrimean. Sin embargo, el humo de tabaco desencadena en mi organismo alteraciones fisiológicas independientemente de cual sea mi actitud. Eso es algo ajeno a mi voluntad.

domingo, marzo 02, 2008

30%

Un nuevo apunte salido en las noticias desvela que el español consume 4 veces más drogas de diseño y hachís que el resto de los europeos. Pero eso ya no alerta a nadie y como ya aburro hablando de lo mismo, pasaremos a otro tabú relacionado: los que se van de picos pardos.

El otro día salieron a la luz los datos de un informe estadístico sobre la actividad de las prostitutas y los putañeros en este país. Bienvenidos una vez más al país de los records.

Resumamos:

-Más de medio millón de prostitutas.
-30% de putañeros entre los varones en edad adulta.

Repetimos:

-600.000 mujeres ejercen la prostitución.
-Por estadística, alguno de vuestros amigos, maridos o hermanos...

A muchos, de esos que no son “delicaos”, les parecerá normal. Esos, mientras sostienen una lata de cerveza en una mano y un cigarro en la otra, dirán que los hombres tienen derecho a contratar los servicios de las señoritas que se prostituyen libremente.

Todo eso es mentira. Lo único que existe es un deleznable abuso de posición por parte de quien paga por un servicio así. Nadie se prostituye con agrado precisamente y nadie debería contribuir a la oferta de esos servicios demandando sexo. Sólo la necesidad explica la “voluntariedad” de quien se vende por dinero. La libertad no existe porque el repertorio de opciones está severamente acotado para quienes se ven obligadas a ejercer el oficio.

También me parece absurdo que se distinga entre las que obtienen un cierto nivel económico o “standing” dedicándose a ello y las que lo hacen por pura supervivencia. Si bien podrá haber un grueso de trabajadoras que no sean víctimas de chantajes, presiones, violencia, extorsiones y otros delitos propios de la trata de blancas, la falta de escrúpulos o debilidad moral que caracteriza a sus clientes subyace en cualquier caso y los matices son poco menos que anecdóticos.

Estamos siempre con lo mismo. Los proxenetas no tienen ningún derecho a desarrollar sus actividades porque no se están responsabilizando de los costes sanitarios sociales y económicos que el resto de la sociedad paga por su culpa. Dejando a un lado, como siempre, consideraciones morales y de dignidad, tanto el cliente como el proxeneta contribuyen al mantenimiento de círculos viciosos de ignorancia, pobreza y miseria, fracaso social, drogadicción y enfermedad.

Al igual que está ocurriendo con las drogas duras, el grado de aceptación social asumido erróneamente como un signo de progreso, está alcanzando cotas que van de lo irrisorio a lo escandaloso. La frívola asunción de normalidad, a menudo condicionada por postulados liberalistas y su autista concepción de la responsabilidad individual, hace creer a la clase política española que aquí no pasa nada y esto ocurre de igual manera en cualquier país de Europa. Si es normal que los españoles consuman 4 veces más cocaina que los europeos, también debe de ser normal que el porcentaje de putañeros sea 6 veces superior al del Reino Unido.

Dirán los políticos populacheros: “Como son tantos los proxenetas, las prostitutas y los clientes ¿para qué nos vamos a meter en camisas de 11 varas regulando o prohibiendo? Prohibido prohibir, qué viva el libre albedrío y al que no le guste que se aguante.”

Señores parlamentarios, la clase política no puede caer en la inoperancia por culpa de tabúes asumidos tradicionalmente por una sociedad, si a ustedes les da vergüenza o miedo regular algo, tienen que mentalizarse, armarse de valor, ir al sicólogo si hace falta, y proceder. ¿Qué no da tiempo y hay cosas más importantes que legislar? Bueno; entonces habrá que trabajar en turno de tarde también en el hemiciclo.

Pero ya está bien de hacer la vista gorda con los “problemas sociales” por excelencia. Y basta de tabúes políticos. Si hay que concienciar a un putañero, se conciencia. Si hay que prohibirle y perseguirlo, se le persigue. En los países de nuestro entorno la prostitución está regulada o prohibida. En España no se hace ni lo uno ni lo otro.