miércoles, junio 11, 2008

¿Será porque Zapatero fuma?

Ley de Dependencia, carné por puntos y delitos contra la seguridad del trafico, ayudas a la adquisición de una vivienda, Ley de Igualdad y de Violencia de Género... muchas son las medidas tildadas de polémicas que el gobierno socialista se ha atrevido a tomar ante una feroz oposición del PP pero, ¿qué pasa con nuestra ya anticuada Ley Antitabaco? Parece que ha pasado de ocupar un segundo plano a caer en el completo olvido por parte de nuestros políticos.

Es tratado como un secreto a voces el hecho de que la mayoría de la sociedad española demanda nuevos espacios libres de humo de tabaco (sobre todo en el sector del ocio y restauración) mientras a duras penas se respeta la ley en los espacios sin humo.

Pese a que hay suficientes indicios de que una nueva y reforzada ley antitabaco sería un éxito para cualquier gobierno y tendría la buena acogida asegurada, Zapatero declaró durante la pasada campaña electoral que no se iba a cambiar nada. Por supuesto, es una de las poquísimas cosas que la oposición no le ha reprochado. El Partido Popular recrimina al gobierno por haber promulgado una ley que, de todas maneras, el gobierno mismo no quiere hacer cumplir. El PP sabe que el PSOE no quiere hacer cumplir esa ley y el PSOE sabe que el PP lo sabe.

También caemos en la cuenta de que los altos cargos de nuestra nación están ocupados por fumadores reconocidos, sin complejos y sin ganas de dejarlo. Zapatero, Rajoy y el Rey fuman, ¿tendrá eso algo que ver con el escaso respeto a los espacios sin humos en nuestro país?

miércoles, junio 04, 2008

Los fumadores pasivos no estamos lo bastante indignados

No para lo que nos correspondería estar si tenemos en cuenta el abuso crónico al que venimos siendo sometidos en España. La Industria Tabaquera sabe hacer uso del complejo de dictadura del español en su beneficio. Ha convencido al público y a la clase política de que intentar persuadir a los fumadores provocará en ellos un efecto rebote; de que ello hará que la gente fume más, tolere más o se ponga en peligro el orden social. La asertividad, la mera claridad en el mensaje de rechazo al humo de tabaco, es considerada una temeridad propia de dictadores.

Ese chantaje emocional ya no funciona con nosotros; como tampoco funcionan sus baldíos intentos de desviar la atención de los vendedores y políticos a los consumidores como origen del problema. Por fortuna, la tolerancia social al tabaco es más vulnerable de lo que parece a la razón y al enfado de unos pocos.

El que los no-fumadores comiencen a quejarse y a increpar a los que fuman cuando nos molestan es síntoma del comienzo del cambio hacia una sociedad más concienciada y empática, que entenderá que si alguien se queja es por algo. En tal caso, el humo de tabaco en locales cerrados supone un problema incuestionable, como también lo es el hecho de que nadie tiene que por qué padecer las inconveniencias de un humo que no produce.

El tratamiento mediático del humo en los bares, restaurantes y discotecas no es un juego ni es una broma. Eso se ha acabado. Nos molesta mucho y nos atrevemos a decirlo. De aquí a poco, será irrelevante que una ley avale o no el metafísico derecho a fumar en un local cerrado de acceso público. No permitiremos que esa persona vuelva a sentirse cómoda fumando su cigarro delante de nosotros. Deberá salir al exterior del local donde no nos moleste. Puesto que nadie en su sano juicio discute la peligrosidad y el grado de molestia del humo de tabaco, no tenemos que por qué permitirle a nadie fumar mientras saboreamos nuestro plato en un restaurante. No debemos poner como excusa a nuestro silencio la inconsciencia del que fuma o éste nunca será consciente de que incordia. No debemos escudarnos en un supuesto sentimiento de lástima o compasión porque una persona adicta no asume la reciprocidad respecto a tales sentimientos, de modo que no es justo para nosotros.

Suponemos que, el que fuma, no deriva un placer sádico añadido molestando y perjudicando la salud de las personas que comparten estancia con él pero, aunque no exista animus vulnerandi en la inmensa mayoría de los casos, ¿qué prueba tenemos de ello mientras soportamos una calada tras otra el hedor del tabaco quemado? o, ¿qué nos importa a nosotros, si nos va afectar de la misma forma ese humo?

Hay que armarse de valor y sinceridad, dejar atrás nuestro pasado cobarde e hipócrita y decir: “Disculpe, me molesta el humo, ¿le importaría no fumar aquí dentro?...”