miércoles, noviembre 29, 2006

Entelequias, círculos viciosos y psicosis colectiva

El décimo mito sobre le tabaco es uno de lo más perjudiciales con los que la Industria Tabacalera asiente con la cabeza por estos lugares. Me refiero a las creencias en las que se apoya el discurrir intelectual de buena parte del vulgo para explicar tan sabiamente una realidad. Algunos son capaces de esgrimir ese argumento para demostrar el por qué de la falta de motivación de nuestros gobiernos para ponerle las cosas difíciles a la proliferación del negocio tabaquero.

Parece algo lógico ¿verdad? El Estado gracias a los impuestos sobre las labores del tabaco recauda casi el 2% de sus ingresos netos. Y menos mal que es así porque si no a ver como íbamos a pagar el elevado coste en la sanidad pública que el tabaco genera; al personal en régimen laboral de los ayuntamientos que se encarga de barrer las colillas de los parques públicos; a los inspectores de sanidad adiestrados para multar a los incumplidores exagerados e indiscretos; a los funcionarios del registro de la Consejería de Salud y Consumo que supuestamente nos tramitan las denuncias y a los jefes de policía locales que organizan redadas en la discoteca para cazar a fumadores en pistas de baile que les son vedadas. ¿Y qué me decís de los oncólogos y otros matasanos a los que les pagan por detectar y tratar cánceres de pulmón, gentileza de las tabacaleras? ¿Es que no merecen su lugar en este mundo? El razonamiento aplicado no parece basarse tan siquiera en la estrechez de miras. Acaba pareciendo más bien repetición memorística de balbuceos irracionales.

Hoy en día, en cualquier país desarrollado, los costes sociales del tabaco a largo plazo superan los beneficios. Es algo indiscutible en España, aritmético. No sale rentable en EEUU si cuantificamos el coste social norteamericano, no sale rentable para el caso noruego, no sale rentable para la sanidad pública londinense. ¿Por qué en España debería ser una excepción? ¿Acaso porque el coste sanitario y social es seis veces menor? ¿Porque por a cada cigarro que entra de los que no son de contrabando le imponemos el triple de impuestos que en el Reino Unido?

Otra idea preconcebida es una que me parecería normal si fuésemos como la humanidad retratada en la película Matrix. Allí las máquinas sustituían nuestra consciencia que debía basarse en la de percepción sensible por la inoculación de una experiencia vital perfecta y feliz, pero irreal, inducida a base de impulsos neuronales. En Matrix el objeto era mantenernos inmóviles para usarnos como pilas de ordenador sin que lo supiésemos. En España la gente se comporta como si algo le insuflase en el cerebro el humo de tabaco, como la única realidad posible porque sólo interesa mantenernos vivos para que sigamos fumando y dejando fumar hasta el fin de nuestros días.

Si hablamos de esta mercancía al nivel de hasta ahora en cuanto a volumen, no es que parezca que no existe una alternativa posible al beneficio de sus impuestos -o al menos la imaginación no da para tanto- ; es que además es imposible reconstruir mentalmente una sociedad en la que el tabaco disminuya su inmensa influencia económica y social. Parece que el tabaco y sus impuestos sean la base de toda civilización o la razón de ser de la humanidad.

Con esta lógica, todo parece indicar que si de la noche a la mañana el gobierno lleva a cabo una política de lucha firme y decidida contra la venta y consumo de tabaco, ello puede dar lugar a al menos tres escenarios posibles, a cada cual más apocalíptico.

El primero es un desorden en el tejido espacio-temporal, que desembocaría en una serie de impredecibles catástrofes cósmicas. Al final la nación española y su geografía serían engullidas por algún agujero negro.

Otra posible consecuencia es una caída del IBEX 35 hasta mínimos históricos por una pérdida de confianza total del consumidor en sus ahorros y en el buen estado de la economía española, una subida del paro hasta límites estratosféricos, un súbito desplome del PIB etc. Es decir, la destrucción de la economía del país.

También podría ocurrir que un clima de tremendo descontento popular hiciese que ante una regulación tan “polémica”, el 30 % de la población fumadora más otro tanto de tolerante se echase a la calle para protestar por las restricciones de nicotina, iniciándose así un periodo de continuas y sangrientas manifestaciones que desembocarían en luchas de clases y guerras civiles. Tal desbarajuste acabaría devolviendo a la sociedad a un primitivo estado de trogloditismo. Todo ello bajo el control de un salvaje régimen totalitario que acabaría instaurándose al amparo del clima de inestabilidad política y social imperante.

Es totalmente lógico y creíble que cosas malísimas pueden suceder si algún blasfemo o disidente osa cuestionar la inmunidad diplomática, económica y social del tabaco. Esto es una sociedad donde el fumeteo en público se muestra como el fin último, no sólo de sus adeptos y sus adictos, sino de toda una nación. Sus seguidores, militantes, defensores y beneficiarios parecen haber reescrito el slogan de otros tiempos: “todo en el tabaco, todo para el tabaco, nada fuera del tabaco, nada contra el tabaco"

Y luego nos recuerdan la manía que tenemos algunos peligrosos fundamentalistas. La de anteponer la salud al tabaco, de encumbrarla como si fuera una Diosa. Con sus trabalenguas, dicen que eso es propio de los vicios estatistas donde los progres se obstinan en imponer la virtud en detrimento del vicio –como si tuviera algo que ver con las ideas políticas o ideológicas-. ¡Pero que injusticia!, entre la Diosa salud, el Dios Trabajo, el Dios Dinero y el Dios Amor, ¿qué demonios va a acabar siendo del Dios Tabaco?

En cuanto a la sabiduría popular, aquí opera la clásica receta de presuposiciones a la que está subordinada la inquietud del populacho. A saber:

Si toda la vida de Dios se ha fumado, ¿cómo va resultar que ahora es malo y quita dinero al Estado y a la gente?

Y si la gente no fuma ¿Qué va a hacer la gente cuando esté aburrida y no le lluevan las posibilidades de conseguir cigarros o le cuesten 10 céntimos más por cajetilla? ¿Cómo va a prevenir la sociedad el alzheimer y cómo va a renunciar a otros posibles efectos salutíferos de las caladas?

Si el Estado deja de vender un 10 % de cigarros ¿Con qué va a confeccionar ahora los Presupuestos Generales para este año? ¿De dónde van a salir las partidas presupuestarias?

Y si la gente no puede fumar ¿No se verá en la necesidad de entregarse a otros vicios, los cuales serán en el 100% de los casos aún peores? Porque el principio del racionalismo es: “Cogito ergo fumo”. Por tanto “Nemo sine vitio est” porque algún vicio hay que tener, digo yo.

Por el contrario debemos pensar que el movimiento antitabaco lo forman maniáticos amargados, extremistas o parias al estilo hippie y ocupa. Jamás gente culta y cuerda que base sus razones en conclusiones lógicas o datos científicos.

Por tanto es absurdo pensar que existan fumadores que en realidad agradezcan la ayuda del Estado para dejar de fumar. Pues el fumar es la única manera que tienen de hacer uso de su libertad frente a ese Estado.

También es impensable el que la sociedad haya podido cambiar y que, aquello que creía que comportaba un riesgo asumible, y era verdaderamente placentero en el pasado, ahora no lo sea por el sólo hecho de que perjudique o moleste a terceros amargados.

Y si hay que reconocer que lo anterior es irrefutable, aún quedará lo indiscutible: El Estado necesita de los impuestos del tabaco y, por tanto, el tabaco ha de ser bueno para la economía, luego sólo queda auspiciarlo nos guste o no. De la misma manera que nos molesta un día lluvioso o madrugar los Lunes para ir a trabajar, y lo aguantamos, tenemos que resignarnos a respirar hollín cancerígeno en el restaurante porque sí.

Bien, pues me temo que en España hay muchos disidentes, blasfemos, totalitaristas, amargados y paranoicos. Sólo eso puede explicar el hecho de que pensemos que lo expuesto unos párrafos arriba sobre la conveniencia del tabaco sea mentira para un detectable y detestable número de ciudadanos. El Estado no saca beneficios a través de los impuestos. Lo sacan los políticos que recaudan para salir del paso durante una legislatura en concreto, pero eso es todo. Vamos a reconsiderar las cosas con nuestra particular lógica fundamentalista e irracional (i.e.) la del fumador pasivo concienciado…

Si yo voy por la calle tirando envoltorios, bolsas de plástico, papeles –o colillas- al suelo, no puedo justificarme diciendo “es que hay que darles trabajo a los barrenderos públicos”. No me pasa por la cabeza que un mal común o la destrucción deliberada de un bien, sea lo necesario para crear riqueza sin posibilidad de alternativa. He de pensar que es más rentable crear riqueza o idear nuevas formas de conseguirla, no de destruirla y canalizar el beneficio residual de esa destrucción en favor de una minoría interesada.

Entonces, de igual forma, ¿Que sentido tiene un sistema que destruye la salud pública y luego sólo consigue restituir parte del daño ocasionado en forma de impuestos al Estado? Ninguna.

El daño causado a la sociedad como tal es muy difícil de cuantificar o abarcar económicamente y las rentas del tabaco se pierden, sin posibilidad de restitución y reinversión en la posible reparación de daños causados. Dada la escasez relativa de las rentas provenientes de las labores del tabaco, el negocio sólo puede beneficiar a los directamente coparticipes de esa situación. O lo que es lo mismo, a personas u organismos concretos en puestos clave de la Administración por un lado, y a los beneficiarios directos de la Industria Tabacalera por otro.

La tabacalera tiene un gasto excesivo. Sus ingresos son altos, pero los gastos en litigios y sobornos son demasiado abultados. Además, no puede dedicar cada año más ingresos a pagar crecientes impuestos al Estado. A la necesidad de la tabaquera de aumentar su clientela, se contrapone la inevitable tendencia de los gobiernos a tomar medidas encaminadas a la reducción drástica de la demanda.

La tabacalera no puede aumentar el precio de sus productos porque ya de por sí su precio final es excesivo. Un incremento adicional de precios por parte de la tabacalera convertiría el precio de venta al público en prohibitivo, disminuyendo las ventas. Se hace imprescindible la venta de mercancía de manera compensadamente encubierta. En otras palabras, ha de incrementar el porcentaje de mercancía producida destinada al contrabando –evasión de impuestos-, en detrimento de la presunta capacidad del Estado como garante de la restitución social por los perjuicios causados.

Las necesidades y los gastos de la tabacalera, al ser cada vez mayores, requieren de más ingresos. Por otro lado, las políticas sociales no permiten que el consumo de tabaco aumente, o sea, conseguir un incremento del número de clientes en un área desarrollada. Mientras tanto, la población fumadora, exfumadora y fumadora involuntaria sigue elevando el gasto sanitario público que sigue exigiendo cada vez más impuestos, puesto que continuará enfermando a causa del tabaco aún cuando los niveles absolutos de consumo disminuyan. A ello, se une el hecho de que el catálogo de daños sociales atribuibles al tabaco aumenta año tras año gracias a nuevos estudios sobre la dimensión real del problema, la cual no se restringe a la estrictamente sanitaria.

En conclusión, somos víctimas de paradojas que no dan lugar sino a situaciones económicamente insostenibles en el tiempo. Todo esto explica como los números rojos del tabaco existen sin que los veamos. Ello es porque, aunque esos números rojos son soportados de manera inconsciente por una difusa generalidad, son deliberadamente ocultados por una minoría concreta que es, por lógica, una motivadísima beneficiaria particular.

Pero no sólo se debe estimar el gasto, más que teórico, de la existencia del negocio del tabaco para la sociedad. También sería interesante hacerse una idea del beneficio potencial para el resto de la economía que podría suponer su erradicación.

La lógica popular nos dice que el dinero que un contribuyente o consumidor no se gasta en tabaco no existe. Es decir, es como si al eliminar del libre mercado el tabaco, el dinero que no se gastaba en él se emplease en la adquisición de una droga dura ilegal, se quemase directamente en el fuego de la chimenea por obligación, o se perdiese por un agujero de gusano cósmico.

Pero nosotros desvariamos tanto que llegamos pensar que las restricciones en la venta y consumo de tabaco perjudican a la Industria Tabacalera exclusivamente. Nuestra disparatada concepción de la realidad también nos lleva a creer que realmente benefician al resto de la economía. Así, el dinero que me gastaba en tabaco, ahora me lo gastaré en comer en un restaurante una vez por semana, en comprarme un segundo vehículo o en terminar de devolver antes el crédito hipotecario que tanto me impedía hacer otras inversiones. En definitiva, supone un aumento considerable de mi poder adquisitivo y mi capacidad de inversión en otros bienes de consumo, además de otros lógicos absurdos.

Menos mal que en España la mayoría de la gente valora el papel de un producto y su uso tal y como se merece. Además el torpe Estado lo ha dotado de misticismo popular al intentar proscribirlo tan injustamente, con todo lo que le debemos.¡Qué ingratos somos algunos al no querer fumar ni pasívamente, sin hacer esfuerzo!

viernes, noviembre 24, 2006

Optimistas predicciones de futuro

Todos tenemos un lugar en la realidad que nos ha tocado vivir. Por insignificantes que seamos gozamos del don de la trascendencia en el mundo físico. Cualquier cosa que hagamos o no hagamos puede tener una consecuencia imprevisible sobre nuestro entorno.

Toda la sociedad parece estar diseñada para recordarnos nuestra insignificante levedad como seres, como individuos. Parece que en la sociedad de consumo y de la información aquellas cosas que rigen nuestras vidas son las tendencias, los ideales, las corporaciones, las multinacionales, las modas, los gobiernos, los políticos, la prensa, la publicidad etc.… No la razón.

Mientras tanto, vamos con la masa sin posibilidad de influir en el devenir de los hechos. Tan sólo parece quedarnos el conformismo, la angustia existencial o el autodestructivo descontento. Al final sólo nos queda el aguante estoico o el hacer el ridículo frente a sordos y ciegos.

Es posible que sea verdad todo eso, pero la realidad también puede que sea como reza el anuncio de Aquarius, es decir, que la respuesta de la gente sea impredecible. Demasiadas teorías no tienen que por qué explicar ciertas alteraciones, salvo a lo mejor la del caos –que no nos ayuda en la predicción precisamente-.

Sin embargo, cuando el objetivo es concreto existen formas de conseguir un determinado resultado a partir de la modificación de un aspecto en la realidad. Algunos matemáticos, algunos historiadores, sociólogos, estadistas, analistas de mercado, científicos o equipos multidisciplinares al completo lo consiguen; mucha gente puede predecir qué cosas pueden suceder en un entorno social acotado, si deliberadamente se introduce una variable con un propósito.

Las grandes corporaciones pueden hacer eso. Esos inmensos entes privados, que a los ciudadanos se nos antojan incorpóreos, abstractos e inaccesibles, pueden. Efectivamente, esas organizaciones que se nutren de esos señores trajeados a los que llaman “accionistas” quienes, pese a que ni parten ni reparten porque ni ellos mismos saben en que consisten sus “acciones”, o las consecuencias de éstas (i.e.) en que narices invierten realmente.

El comercio del tabaco funciona así y con bastante éxito. Su éxito primigenio se debió a un despiste de la humanidad. No se dio cuenta de que el cigarro trae problemas por algo que tiene que ver con su molesta y venenosa adicción hasta los años 40 o 50, según se mire. Entonces ya fue demasiado tarde para incluirlo en un cuadro de sustancias prohibidas, pues su aceptación social era para entonces algo más que un hecho anecdótico.

Por otro lado estaban los intereses creados entorno a su consumo, los cuales hoy perduran. Además, los publicistas y sus beneficiarios han seguido afanándose año tras año en reforzar su enquistado status quo.

El tabaco no sólo ha conseguido crear dependencias de tipo económico sino además culturales; lo cual dificulta su extirpación. Tanto fue así, que se concibió el fumar como un glamoroso acto social en el occidente desarrollado. Y es aquí donde radica el verdadero problema, además de en los ingentes ingresos que perciben sus vendedores.

Todo esto me parece bien, o al menos aceptable, porque cada uno se arrima a su sardina y no sería lógico que los beneficiarios del tabaco luchasen contra su gen egoísta y su instinto de supervivencia para decir: “Oh, queridos clientes, perdonad por los daños a la salud que nuestros productos del tabaco os hayan podido ocasionar. A partir de hoy mismo retiraremos del mercado nuestros productos por razones de salud pública.”

Lo que tampoco me parece tan lógico es la posición de ciertos estados bananeros que simulan tener más interés que la mismísima Industria Tabacalera en que el tabaco goce de la protección de sus mercados y se libre de cualquier regulación. Es precisamente el caso del estado español.

Pese a las recomendaciones de la OMS y las directivas de la UE, los políticos tienen la indecencia de apresurarse en presentar una ley con la intención de blindar durante un par de legislaturas más el auspicio del tabaco; aun cuando la sociedad española estaba preparada para una restricción más severa, cuyo éxito en la aplicación estaba garantizado gracias a la experiencia irlandesa e italiana. Cualquier europeo que investigue los diferentes tipos de establecimiento en los que en España se puede vender tabaco, se puede consumir, y estudie el régimen fiscal y comercial canario, lo corroborará.

En cuanto a las alternativas complementarias a políticas de corte prohibicionista, en lo que a la lucha contra el tabaquismo se refiere (sic) labores de concienciación promocionadas por el estado a través de los medios, mejor no hablar. No sólo por su escasez o rareza, sino más bien por el guiño de ojo con las que todas parecen salir a la luz. La triste verdad es que por los medios tradicionales la intención no es la concienciación, sino el estéril compromiso con la misma (i.e.) como siempre un objetivo de carácter formal. Explicado de manera más explícita: la falta de voluntad real por parte del gobierno de tomar riesgos tan siquiera tratando tan espinoso asunto, habida cuenta de su chocante tendencia a ser politizado.

No es tan alarmante el hecho de que la Industria Tabacalera se gaste en España diez veces más dinero que el Estado en una publicidad que tiene prohibida por aquel. Si no el hecho de que en realidad se lo gaste en convencer a ese Estado de que no es necesario concienciar tanto sobre los efectos nocivos del tabaco y de que no es necesario prohibir tanto. De modo que al público, curiosamente casi no va dirigida ninguna publicidad ni en contra ni a favor. Más bien, el ciudadano concienciado o no, ni pinta ni corta en este asunto. En cuanto a las campañas antitabaco de HELP o del propio Ministerio de Sanidad que alguna gente asegura haber avistado por televisión con la misma frecuencia que a ovnis, sólo puedo decir que adolecen de una deliberada superficialidad y que se basan en cansinos, repetitivos e ineficaces aspectos sanitarios que no funcionarán en esta sociedad de consumo. Todo ello, a sabiendas.

No obstante, tengo un buen presentimiento. Existe una variable que la Industria Tabacalera y los conniventes gobiernos no podrán controlar durante muchos más años. Probablemente, ello les va a obligar cambiar la ley mucho antes de lo esperado. No me importa ofrecerles pistas recordándoles que en este preciso momento lo tienen delante de sus propias narices –las cuales supongo que serán más sensibles que las de algunos accionistas-

Hablo de la sociedad de la información. ¿Y a qué novedad me refiero en concreto? A la Internet. El internauta, el usuario de estas nuevas tecnologías de la información, por fin puede considerarse un ciudadano liberado de la manipulación de masas tradicional. Gracias a la red de redes tiene a su disposición el conocimiento y la información que precisa. No porque circule por ahí la versión más fidedigna sobre una noticia, sino porque circulan todas, a partir de las que puede formarse la suya propia. Con el conocimiento sucede igual. No habla sólo el catedrático de turno, sino también sus seguidores y sus detractores.

Por otra parte, la censura de contenidos informativos deja de tener sentido; no sólo porque sea innecesaria sino porque además es imposible de llevar a cabo. Por tanto, su existencia se reduciría a delatores intentos. Resumiendo, en la verdadera sociedad del conocimiento y de la información que se avecina, la verdad será la que se abra paso entre el mare mágnum de códigos binarios circulando entre los servidores informáticos y nuestros ordenadores. Es inevitable, los estados han de evolucionar para acomodarse a esta nueva realidad. Las corporaciones también. Ambos tendrán que ajustar su proceder a ciertos protocolos de honestidad si quieren evitar las destructivas críticas de sus nuevos censores.

El ciudadano y el consumidor

Ya no bastará el maquillaje mediático tradicional de los gobiernos y las corporaciones para salir del paso entre meteduras de pata y lavar su imagen. Por fin el ciudadano podrá saber, si quiere, a quien no conviene votar. Por fin aquellos a quienes les incomodan los cigarros podrán saber si el tabaco es muy bueno o es muy malo, y a quien beneficia.

El individuo, como ciudadano y como consumidor, representará las nuevas figuras que han de erigirse, no como pasivos destinatarios de propaganda electoral, ni como meros compradores compulsivos con cierto poder adquisitivo. Sino como auténticos partícipes en la política económica y social de su país.

El televidente o el radioyente que era un pasivo receptor de mensajes, ha pasado a ser un activo demandante de los mismos a través de Internet gracias al milagro de la interacción comunicativa. De la misma manera, el éxito de los productos y servicios ya no volverá a ser impuesto sólo por una campaña publicitaria brillante o la manipulación mediática. Los consumidores serán auténticos demandantes a quienes se les permitirá que su búsqueda de garantía y calidad se convierta en exigencia. Con ello, el éxito en el consumo “accidental” de productos tóxicos jamás volverá a tener lugar en la historia.

Concluyendo, apuesto a que la Internet con sus virtudes comunicativas es algo con lo que no contaban los prioratos tabaqueros. Un factor a considerar frente a la que pueden sentirse impotentes llegado el momento. De hecho el cigarro huye de las sociedades mejor informadas y comunicadas para ser relegado a los países tercermundistas. Por eso EEUU consume menos tabaco ya del que produce –porque lo exporta a otros países tercermundistas-. En definitiva, muchos dirán que este es el mayor enemigo de la hasta ahora imperante tabacocracia en España, cuya actual hegemonía sólo puede evolucionar en una dirección: La verdad y la lógica se abrirán paso.

lunes, noviembre 20, 2006

Decreto madrileño: apología del tabaquismo

Salvo que tenga uno la desgracia de vivir en Madrid, risa es lo que le debe de dar una lectura atenta de la exposición de motivos del Decretazo madrileño. Convendría saber qué marca en concreto de puros es la que fuma Esperanza Aguirre. La adicción le ha hecho dar el visto bueno a un texto que parece más indicado para su blog personal que para un texto con fines jurídicos.

Parece que ha debido de apretar bastante sus amarillentos dientes para evitar que la pintoresca exposición no nos recordase al espíritu de Javier Marías, José Maria Mohedano o alguien así. Supongo que en Madrid habrá mayoría de gente que no fume, -aunque no lo parezca después de leer el decreto-. Entonces los no fumadores concienciados se preguntarán histéricos “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”

En otro blog se está llevando a cabo la encomiable labor de hacer un completo comentario crítico sobre el decreto recién publicado. Tan sólo diré que yo únicamente he podido leer con atención la exposición de motivos -y he tenido más que suficiente-. Ni siquiera voy a decir que será nulo de pleno derecho porque no creo que estemos tan siquiera ante un texto con una seria intención jurídica sino de boicot político.

El texto está lleno de valoraciones subjetivas y de pretendidas provocaciones hacia los redactores de la Ley 28/05. Se omiten datos sobre los perjuicios del tabaco y se insiste en convencernos con postulados de corte liberalista que no son aplicables al caso. Todo obedece a una táctica populista sustentada en la creencia de que la mayoría de la población madrileña considera que la regulación estatal es excesiva y opresora. Por tanto se está de parte de un claro segmento de la población votante: el fumador convencido y los beneficiarios del tabaco. Por eso se nos presenta su figura desde el clásico victimismo, que consigue que el fumador parezca miembro de una etnia perseguida por los socialistas.