domingo, octubre 09, 2011

Muerte del fumador social y las ansias de reanimación

Hace unos años, en esos tiempos de oprobio que perduraron hasta el 2 de enero de este año, campaba a sus anchas el tipo de ciudadano más odioso y detestable que recuerdo. Era el tipo de sujeto cobarde y mezquino que más se extendía por nuestra geografía social. Para los de nuestro movimiento, era la típica mosca cojonera que, sin pedirle vela en este entierro estaba ahí para proteger de nuestros ataques la persistencia de los ambientes hipóxicos. Ese que, con una forzada seguridad discursiva, conseguía convencer a los contertulios de la hora del desayuno en tu trabajo o en la barra del bar para que siguiesen defendiendo el status quo anterior. Como ya imagináis, blandía su punto de vista, alejándolo de cualquier sospecha de los incautos con el "y esto lo digo yo, alguien al que debería darle igual porque no fumo". Así conseguía dotar a su discurso de un aire de imparcialidad. Básicamente, insistía en que se había establecido una persecución a un colectivo determinado en base a intereses políticos y que los fumadores debían también tener su espacio; por supuesto también hacía uso del resto del argumentario clásico.

A diferencia de otros disculpables, éste se declaraba no-adicto a la nicotina, definiéndose como usuario casual y responsable del tabaco, es decir, como fumador social. Y ciertamente era así porque de hecho, estaba claro que no fumaba en su casa o paseando por la calle. Es más, no fumaba entre semana. Podía estar así hasta que asistiese el sábado a la boda o saliese de marcha. Visto desde nuestro punto de vista, era el fumador que solo fumaba donde podía molestar, en eventos sociales donde tenía la posibilidad de incordiar a desconocidos. Por el contrario, en la intimidad o en la calle, donde no podía molestar, no le interesaba fumar.

El que he descrito en el párrafo anterior era un subtipo de fumador social. El otro subtipo no fumaba en absoluto pero, inexplicablemente, le molestaba que no se fumase en todas partes aduciendo razones de paz social y moralidad. Sí, habéis leído bien: también le molestaba que no se fumase. La actitud de estos sujetos, hoy denostados, era especialmente deleznable porque actuaban de la manera más cobarde. Desde la evasión, ellos trataban de autoconvencerse de que, como a ellos no les molestaba el humo, el humo no le molestaba al resto de la humanidad y, si a alguno en particular le molestaba, este era la excepción impertinente que confirmaba la regla, pasando a a ser el enemigo a batir tuviese éste razón o no, por el simple hecho de que pensaba que era minoría y que su pulso social era más débil. No era un romántico precisamente; no era hincha del humilde equipo de su ciudad natal, sino del Madrid o del Barça porque son los que siempre ganan, aunque no le gustase el futbol. Él siempre se apuntaba a caballo ganador sin atender a otro tipo de cuestiones.

Pero su proliferación recibió un duro golpe tras el dos de enero. Al dejar claro la Ley que no se puede fumar en estancias cerradas frecuentadas por el público las tornas cambiaron y este tipo de fumadores sólo pudo guardar silencio o cambiarse de bando. Ya se mostraba menos gallito en las discusiones de bares o, directamente, había cambiando de bando, haciéndose pasar por un antiguo damnificado durante el status anterior. En otros casos, su conversión fue sincera. Pero de cualquier forma, el discurso general muestra que la razón ya ha pasado a ser patrimonio de la mayoría.

Por otra parte, pese a la evolución general de la sociedad que se va concienciando para sorpresa de los políticos, éstos parecen ir a remolque. Parece como si, para su sorpresa, los ciudadanos hubiesen gestionado la nueva situación con más rigor y entusiasmo que ellos mismos. Como si dijesen "ya era hora, ¿cómo habéis tardado tanto en sacar esta ley?

Y sin embargo, nuestro Gobierno continua decepcionando, sin dar el golpe de gracia al fumador social, a ese que ve bien que se fume. Sigue en sus trece facilitando el acceso al tabaco a través de la liberalización de la venta; Sigue sin subir los impuestos hasta acercar su precio final al de Europa y sin homogeneizar el régimen fiscal canario con el peninsular; sigue sin desbloquear la emisión de campañas antitabaco por TVE etc. Sigue sin hacer cosas que se tenían que haber hecho.

Me parece insultante la actitud del Gobierno que solo encuentra una explicación: las ansias de reflotar el negocio tabaquero en detrimento de la Salud Pública, tal y como lo ha demostrado eliminando la regulación de la venta de tabaco en gran parte de establecimientos comerciales mediante orden ministerial.

Esto es como si un retén de extinción de incendios ha conseguido apagar un fuego y de pronto intenta reavivar las ascuas conectando un soplador. Lo mismo. Por fortuna, la sociedad no lo va a permitir.