domingo, abril 29, 2007

¿Qué opinan los no fumadores sobre el tabaco en las playas?


La playa es un lugar al que va todo el mundo: mujeres, hombres, familias, niños y bebés.

A la playa se viene a disfrutar del mar, de la arena, del sol y de la naturaleza. El humo del cigarro en la playa puede molestar según la dirección del viento a quien no tiene que por qué aguantarlo. Por tanto, usar la playa como fumadero constituye un uso abusivo y perjudicial de un entorno que es público de facto.

El que parte de una playa pueda ser algún día de titularidad privada, ello es un hecho irrelevante para el caso que nos ocupa. Pues el aire y la brisa marina que transportan el humo de tabaco hasta pituitarias de otros que no fuman no es privatizable, al menos en la práctica, por evidentes razones físicas.

Para fumar existen otros lugares y espacios además de la intimidad del hogar propio. No existe razón por la que el fumador deba arrogarse para sí el uso específico para tal acto de un espacio vital que necesariamente ha de compartir con otros usuarios. En conclusión, es lógico que se llegue a prohibir fumar en las playas pues, por muy respetuoso que sea un fumador, el simple hecho de fumar en una playa abarrotada de gente ya constituye un acto molesto y perjudicial para terceros.

martes, abril 24, 2007

Los funcionarios públicos no deben fumar

“Según la CE, El rechazo de los fumadores en las ofertas de puestos de trabajo no constituye una discriminación perseguida por la legislación europea.”

Esta idea, en principio, parecía aludir a una especie de liberalización de la política de contratación en las empresas privadas en una parcela un tanto particular. Es como si al empresario se le reconociese una libertad que ya tenía: la de contratar a quien le convenga, sin miedo a que lo acusen de establecer criterios de contratación en base a motivaciones discriminatorias. Eso era algo ya temido por la Industria Tabacalera; pero previsto. Los acólitos más arrogantes ya quisieron demostrar en vano que estábamos ante una auténtica violación del art. 14 de la Constitución Española. Para eso pretendían ocultar la inexistencia de la identidad del fumador como tal en la sociedad. Así, uno de los servicios que ofrece la página del Club de Fumadores por la Tolerancia, es el curso de denuncias de supuestas discriminaciones hacia fumadores en el trabajo. Dan por descontado que la condición de fumador es inherente a muchos individuos, atribuyéndole el carácter de primaria y obviando su carácter exógeno. Intentan hacer olvidar el acto concreto de fumar y su voluntariedad en el espacio y en el tiempo.

Cierto es que un estado no debe imponer una moral determinada. Verdad es que cada cual ha de ser libre de escoger el camino del vicio o de la virtud, de modo que no es justo en ningún caso criminalizar los vicios. Pero aún cuando el fumar en público fuese sólo un vicio en sentido estricto y, por tanto sin repercusiones directas sobre terceros que lo puedan convertir en delito, sí considero que el Estado debe ofrecer cierta orientación hacia la virtud; no auspiciar el vicio ni la moral del débil.

Muchos simulan sentirse ofendidos o perjudicados por un Estado “paternalista”, presuponiendo que las normas y las prohibiciones van dirigidas específicamente a condicionar su libertad de acción, y a señalar innecesariamente con el dedo acusador a ciudadanos tan responsables y concienciados como ellos. Quieren hacernos creer que todo ello sólo persigue fines alienantes y totalitarios. Como si la renuncia a fumar en lugares cerrados supusiese un ascético ejercicio de humillante sacrificio para el individuo y ello sólo interesase al Estado.

Obvian el hecho de que, para los elementos marginales de la comunidad, puede ser necesario el refuerzo de ciertas normas de convivencia que muchos sólo están dispuestos a acatar si de su vulneración obtienen un castigo. Muchos visionarios creen que los derechos de unos y las libertades de otros dejarían de entrar en conflicto en un plazo de tiempo determinado si el Estado no se empecinase en regular competencias privadas. Eso es una utopía futura en la que sólo pueden creer ilusos; no idealistas con sentido práctico.

Los pseudo-filántropos que consideran que se puede, y se debe, prescindir de este tipo de regulaciones clave, atienden a deshumanizados intereses corporativos que no contemplan las necesidades y el bienestar de dos actores del panorama potencialmente perjudicables: el ciudadano y el consumidor.

No basan la conveniencia de su modelo en el bien de la mayoría sino en su particular necesidad de salvaguardar las posiciones económicas dominantes actuales que el progreso social amenaza, es decir, forzar el mantenimiento de abusos de posición.

El Estado, si quiere que se respeten las leyes que regulan el consumo del tabaco, ha de predicar con el ejemplo. Es consabido que el ser humano no hace lo que le dicen sino lo que ve que otros hacen. Es más fácil y natural imitar comportamientos ajenos que practicar la obediencia debida.

Dejando a un lado la corrupción existente en gran parte de los cuadros intermedios de la Administración, que tienden a favorecer los intereses de la Industria Tabacalera con sus inhibiciones, no sería mala idea evitar la nueva incorporación de fumadores a ciertos cargos públicos a los que se accede por oposición. Ello no podría ser un hecho condenable ni para el Liberalismo ni para quienes sostienen la libertad de contratación; pues en términos de eficiencia económica, el Estado también tiene derecho a velar por su óptimo rendimiento y rentabilidad como cualquier otra empresa. Supondría ventajas en varios frentes. A saber:

-Animaría a los aspirantes a dejar de fumar ante el riesgo de no ser considerados aptos en el proceso selectivo.

-El aumento del rendimiento laboral estaría asegurado en el ahorro del tiempo que antes se empleaba en salir a la calle a fumar, además de en la reducción de bajas por enfermedad. Como resultado, algo así ofrecería mayor competitividad a las empresas públicas, lo cual trascendería al ámbito privado estimulando la competencia y la asunción de políticas de contratación semejantes con idénticas ventajas.

-La nueva incorporación de efectivos que no fuman, reforzaría el respeto al cumplimiento de la Ley en su entorno laboral, motivando al resto de la menguante plantilla fumadora a abandonar su hábito.

-El desempeño de labores de inspección y valoración de incumplimientos de las leyes reguladoras del tabaco, se llevaría a cabo con menores obstáculos y mayor objetividad, al estar los funcionarios estadísticamente menos condicionados por una posible adicción.

Se haría necesario reelaborar el cuadro de requisititos exigibles para el acceso a la función pública, estableciendo un cuadro de exclusiones médicas común para todos los aspirantes a un puesto o cargo público. El cuadro de exclusiones médicas, en consonancia con los principios de igualdad, méritos, capacidad, imparcialidad y publicidad, contemplaría como causa de inhabilitación para el ejercicio de la función pública el tener la condición de fumador, ser consumidor de sustancias tóxicas o la puesta en práctica de cualquier hábito con repercusiones médicas que pueda poner en tela de juicio la capacidad del aspirante para desempeñar con eficiencia, objetividad e imparcialidad las funciones propias del puesto o cargo público.

(En atención a Luís F.)

miércoles, abril 04, 2007

No es sólo un vicio


Por un lado asegura el Liberalismo que los vicios no son delitos. En los vicios el individuo sólo se hace daño así mismo. Por otro lado dicen que el Estado se ha inventado muchos delitos que no deberían considerarse como tales. Es el caso de lo que ellos llaman “delitos sin víctimas”. Un ejemplo de ello es el tráfico de drogas y su consumo. Esos planteamientos me pueden parecer correctos en principio; sin embargo, he de entender que para que una actividad lucrativa no merezca ser perseguida o considerada delito ha de cumplir con la premisa principal común al vendedor y al consumidor (i.e.) que sólo cause un daño a quienes la practican exclusivamente. Pero no es el caso del tabaco y su libre consumo.

Para convencernos de que la venta de drogas es uno de esos delitos sin víctimas, nos muestran su frívola visión de la realidad, al parecer basada en el causalismo de Hume, donde sólo se consideran las relaciones causa-efecto en su aspecto más mecánico y directo. Renuncian a toda lógica previsora que pueda aplicarse a un entorno social, pues no asumen la existencia de algo así, o al menos su legitimidad, sumidos en su universo de libertades individuales y propiedades privadas. Para ellos, la deshumanizada interacción entre individuos sólo se rige por las leyes de la oferta y la demanda, mientras el Estado sólo interfiere en ese libre albedrío de forma perniciosa. Pero sigue sin ser el caso del tabaco y su libre consumo...

En un espacio vital compartido la relación causa-efecto entre fumar y molestia a terceros es un hecho. A los liberales les sigue pareciendo normal que los fumadores insistan en hacernos partícipes de sus parafilias y de las escatológicas consecuencias de éstas. No hay vuelta de hoja y no es manía de los gobiernos. Ni siquiera es sólo el Estado el que podría reclamar la reparación de un daño. Es el individuo mismo el perjudicado de manera evidente, aun cuando no se reconozca el daño a la sociedad.

Sólo quieren apartar al Estado del panorama tabaquero para poder auspiciar el abuso de unos pocos y la indefensión de la comunidad.

(Dedicado a Sonia)