domingo, agosto 27, 2006

Los neonegacionistas

El revisionismo histórico es el estudio y reinterpretación de la historia por parte de estudiosos que se oponen al consenso histórico mayoritario, sin aportar necesariamente materiales que sustenten sus nuevas afirmaciones.

De cuando en cuando se celebra en algún lugar de Oriente Medio el congreso de los negacionistas. Estudia el tratamiento histórico dado a ciertos acontecimientos que tuvieron lugar durante la época del III Reich y la Segunda Guerra Mundial. En particular, entre otros hechos, vienen a cuestionar la existencia de los campos de concentración tal y como los conocemos porque, según ellos, la historia ha sido manipulada y presentada por el bando vencedor. En definitiva, insisten en que la historia del holocausto judío ha sido escrita de acuerdo a sus intereses con el objeto final de asegurarse la victoria moral de por vida.

Para apoyar sus argumentos, se molestan en recopilar o reinventar datos con los que pretenden demostrar cosas como que los campos de concentración, por lo general, no eran de exterminio; que los judíos que murieron a manos de los nazis no fueron 6 millones sino muchos menos; que la mayoría fallecieron más o menos de forma natural debido a las duras e inevitables condiciones que se daban; que lo del uso de las cámaras de gas y los hornos crematorios con propósitos genocidas es poco menos que un disparate etc.

Pues bien, con esto de las guerras del tabaco pasa algo parecido. Desde hace algunos años se vienen presentando datos científicos y económicos por parte de instancias de reconocida fiabilidad. Analizados de manera conjunta, los diferentes estudios demuestran que el tabaco es perjudicial en términos globales; no sólo en términos médico-sanitarios sino también económicos y, por tanto, sociales.

Pero como siempre ocurre, ahí están los que no entran en el grupo de perjudicados para proponer alternativas al ya mal visto status quo del tabaco. Así por ejemplo, tenemos la obra de un tal Manning In Defense of Smoking, en la que se asegura que los males del tabaco y sus beneficios económicos han recibido un tratamiento estadístico equivocado y que, en definitiva, su imagen como producto comercial “legal” está recibiendo un linchamiento tan injustificado como parcial.

Concluyendo, a estas alturas, pretender adecentar la imagen socioeconómica del tabaco, recuerda más a un ejercicio de revisionismo y negacionismo por parte de la Industria Tabacalera y sus acólitos que a otra cosa.

sábado, agosto 26, 2006

Un breve y esquemático apunte histórico.

A menudo, durante el III Reich, los Alemanes podían oír un mensaje radiofónico ideado por el Ministro de propaganda Goebbels que venía a decir : “¡Mujeres alemanas!, si estáis embarazadas, no fuméis ni bebáis, ello os perjudicará a vosotras tanto como a vuestros hijos.”

Cuando Hitler, con su habitual crueldad, hablaba de conquistar extensas áreas de Rusia occidental para incorporarlas al reino del III Reich, también aludía al tratamiento que debían recibir las zonas más orientales. Allí sus habitantes ya no eran tan arios, sino más bien eslavos o razas asiáticas propias de pueblos mogoles. Quería que, para las primeras zonas, se distribuyeran lotes higiénicos y provisiones de alimentos en un primer momento, para progresivamente dotar a esos habitantes de las facilidades y privilegios del resto del reino.

Para las razas esclavas de las zonas que quedaran más al Este, sólo habría todo el tabaco y el alcohol gratis que pidiesen; pero ni lotes higiénicos, ni provisiones. La ciencia nazi, guiada por la intuición del Hitler y a partir de los síntomas que mostraban muchos veteranos de la Gran Guerra –donde nunca faltó tabaco-, consiguió demostrar las relaciones existentes entre el consumo de tabaco y el daño a la salud –en concreto el cáncer de pulmón y otras afecciones del aparato respiratorio-.

En resumidas cuentas, el uso social del tabaco no tenía lugar en la Germania ideal soñada por Hitler, el tabaco y el alcohol sólo eran concebidos como un veneno genético sólo útil para debilitar a las razas adversarias.

Pocas semanas después de la capitulación de Berlin, las singulares políticas sociales nazis, tenían que ser sometidas a una memoria damnatio lo antes posible independientemente de su acierto. Como parte de esa operación, se levantó la prohibición de fumar en lugares públicos, se rebajaron los impuestos del tabaco y se auspició el asentamiento de las grandes tabacaleras hoy conocidas en el mercado Alemán que, aunque directa o indirectamente conseguían operar, siempre encontraron grandes obstáculos legales, fiscales y administrativos durante el gobierno nazi.

Al perder la guerra, aquella política exterior racista y agresiva había pasado factura a la lucha antitabaco, dio al traste con una de las pocos logros que Hitler parecía haber conseguido sin maximalismos en política interior. En los años venideros, las políticas antitabaco decididas quedaron estigmatizadas casi hasta el tabú, por cuanto eran consideradas como represivas en una sociedad libre. El dominio de las tabacaleras, instaurado poco menos que por error, perdura en Alemania hasta nuestros días.

En los años 50, Richard Doll, como si de homogénesis se tratase, redescubrió en EEUU lo inevitable: Sólo el tabaco podía ser el culpable del inusitado aumento de casos de cáncer de pulmón entre ciertos sectores de la población americana…

Independientemente del uso instrumental que se le haya dado, la ciencia ha acabado demostrando al mundo la verdadera naturaleza del tabaco, que al final se ha instituido como un enemigo común y universal.

viernes, agosto 25, 2006

Las Islas Canarias: el último bastión del tabaco barato.

Gracias a mi repaso mensual del la ley 28/05 he llegado a tal grado de conocimiento sobre el tema que ya sólo me queda leer entre líneas. Ni siquiera tienen desperdicio las disposiciones adicionales, en lo que a despropósitos concierne.

Mientras me pregunto extrañado por qué tantos ex-fumadores recaen al venir a Las Palmas, leo en la disposición adicional cuarta: “Lo dispuesto en esta Ley se entiende sin perjuicio de las peculiaridades del Régimen Económico y Fiscal de Canarias respecto de la libertad comercial de los productos del tabaco en los establecimientos comerciales situados en el archipiélago canario”.

Antaño, comprar ciertos aparatos electrónicos, gafas de sol, o cámaras de fotos en “las afortunadas” era notablemente más barato que en la península. Hoy en día apenas hay diferencia. Los tiempos han cambiado y la entrada de España en la CEE, ha ayudado a la homogeneización de las condiciones económicas y fiscales con el resto del país.

El hecho de que las cosas suban de precio según el IPC y se carguen con más impuestos cada año es algo natural, normalmente inherente al progreso económico. Tampoco debemos escandalizarnos si el plátano ya no es de Canarias porque sale más barato importarlo de Sudamérica. Pues nadie quiere que, por una cuestión de tradición, su nivel económico se asemeje al de una “República Bananera”.

Entonces, ¿Por qué el Gobierno insiste en que las, no tan afortunadas Islas, sean una República Tabaquera?. El tabaco y su consumo, como en los peores tiempos, son amparados desde la misma Administración.

Cierto es que los consumidores isleños siguen pagando la gasolina muy barata, merced a la exención de impuestos de la que no disfrutan los peninsulares. El combustible, cumple una función social muy importante, es uno de los insustituibles sustentos de una economía. Sin embargo, ¿qué imperiosa necesidad hay de mantener el tabaco y el alcohol baratos, como si de alimentos básicos se tratase? Ninguna.

Tal actitud en un organismo regulador sólo pueden explicarla el chantaje emocional, el engaño, el electoralismo irresponsable, el dinero negro o el soborno. No había momento ni excusa mejor para despojar al tabaco de su pernicioso régimen fiscal y equiparar sus precios si no a los europeos, sí a los peninsulares; pero no fue así. El gobierno fue débil una vez más. Se dejó embaucar por economistas alarmistas o agasajar por los poderosísimos gremios del vicio.

Del espíritu de la ley se entiende que el Estado debería ayudar a dejar fumar por igual a todos los ciudadanos subiéndoles el precio del tabaco. Pero para los canarios esto quedó muy deslucido. Puede ser que pensaran que eso sería algo extremo, que repercutiría de manera desastrosa en el turismo insular porque, al no existir el reclamo del vicio barato, ¿qué clase de turistas europeos iban a venir?

En la noticia de un periódico local, se podía leer como la Consejera de Turismo se escandalizaba porque en páginas alemanas se anunciaba como destino de turistas sexuales sado-maso un local de Las Palmas. Sin embargo, ningún político se escandaliza por la pésima imagen que da la Isla en cuanto a lucha antitabaco atañe, pues el turista no da crédito a sus ojos cuando ve esos precios en las cajetillas de tabaco que, por cierto, las puede encontrar en cualquier tienda de alimentación o supermercado, al lado de donde se venden pañales de bebé. Sin duda, el turista se sorprenderá de que esto sea Europa. Si ha bebido más de la cuenta –habida cuenta del precio irrisorio del alcohol-, creerá que está en una república bananera; si está sobrio pensará que “Spain is Different”.

Una vez más, la aplicación de la doble moral, contraviene la intención de una ley y culmina en una burla, en pro de unos intereses minoritarios y en detrimento de unos generales. A la obsolescencia de este régimen fiscal y comercial específico para un producto dañino, se le une el hecho de que está localizado dentro del ámbito competencial del Estado, implicando una diferenciación de trato en cuanto a privilegios económicos y sociales se refiere, se mire desde el punto de vista que se mire. Ello sería admisible si fuese beneficioso en términos generales para esa Comunidad Autónoma en particular, pero ya sabemos que no lo es.

Si fuese un demagogo, no me supondría excesivo esfuerzo mostrar al pueblo canario como el blanco del desprecio del centralismo administrativo. Podría pregonar una imagen del hecho moralmente nefasta. Da la impresión de que, en este asunto, la salud y los derechos de los no-fumadores Canarios, han sido tratados como una moneda de cambio.

El Estado ha hecho bien en hacer esa concesión a las tabacaleras, porque le interesa que se fume más. Es un sitio estratégico para mantener el negocio a flote aunque sea hundiendo la salud de una Isla; además, también puede captar fumadores de toda Europa gracias al sol, la playa, y el alcohol barato. En cuanto a los problemas de tabaquismo entre la población Canaria, ¿Quién se va a preocupar por esos guanches vagos, descendientes de bereberes? A razas africanas que viven en latitudes africanas, precios africanos.

Esta declaración de inferioridad cívica del pueblo canario impuesta por el Estado, demuestra la falta de sensibilidad de nuestros políticos, que aplican un tratamiento cultural y social prejuicioso y tercermundista hacia los isleños. Un tratamiento que, con esto del tabaco, ha pasado de lo folklórico a lo tribal.

domingo, agosto 20, 2006

La cantina es mía: territorio fumeta

Recién entrada en vigor la ley 28/05, cuando a un hostelero se le pidió que explicase la razón por la que había declarado todo el comedor de 120 m2 para fumadores mediante el cartel de “En este local se permite fumar”, éste, a la vez que cargaba el peso de su cuerpo hacia delante apoyando las palmas de las manos en la barra y sacaba barbilla, exclamó por respuesta: “¡La cantina es mía! y ninguna ley fascista va a decirme como tengo que llevar mi negocio...”

Esta equivocada y egoísta reafirmación del derecho a la propiedad, que evocaba a aquellas famosas palabras de Manuel Fraga pronunciadas lustros atrás, no esconde precisamente un glorioso inconformismo, ni una valiente declaración de ideales. Más bien se trataba de una reacción primaria, semejante a la de un animal; pero no un animal social, como el homo sapiens sapiens, sino más bien un animal territorial como el homo fumans.

Sin duda, la artificial condescendencia con el cigarro, a menudo hace perder la perspectiva de las cosas y pervierte la naturaleza humana hasta tal punto que, los instintos más primarios, pueden emerger con frecuencia en las conciencias más debilitadas por la nicotina.

En otra entrada ya expliqué por que es necesaria la intervención del estado a la hora de regular derechos y libertades en lo que al acto de fumar concierne, así como las diferencias entre el uso privado y el uso público de las propiedades, y como el modo en el que el propietario ejerce su responsabilidad a la hora de administrar los usos, participando en la imposición de códigos de conducta según el caso.

Actitudes tan reaccionarias como la descrita en el primer párrafo, aunque no causan sorpresa precisamente, sí conviene recordar que se dan en demasiadas ocasiones. Muchos hosteleros, unos alineados con La Tabacalera, otros alienados por la nicotina, se obstinan en ir contra natura. No logran entender que no se ganan la vida ni vendiendo cigarros, ni humo de segunda mano; cigarros que, encendidos en su local, provocarán conflictos de intereses entre los usuarios-clientes; cigarros que, además, serán fuente de disputas con sus compañeros del gremio en lo que a competencia desleal se refiere.

Por tanto, el gremio de hosteleros, sólo podrá resolver sus conflictos con el no-fumador, con el fumador y con el Estado si persigue la uniformidad de criterios a la hora de aplicar la imposición de un código de conducta en sus locales. El único código de conducta válido para resolver el conflicto es a la vez más acorde a los intereses del gremio. Dicho código se establece mediante la prohibición de fumar en el interior de cualquier local.

Así pues, la existencia de elementos reaccionarios en las filas hosteleras -aquellos propietarios que insisten en marcar su territorio con humo y ceniza de cigarro-, no ha de tener lugar por una, meramente pragmática, cuestión de solidaridad.

viernes, agosto 11, 2006

Propuestas a Javier Marías y la decadente RAE

El Aguerrido Javier marías ahora es miembro de la Real Academia Española. Esa institución cuyo lema era el de “Limpia, fija y da esplendor”. Dicen que Javier Marías puede aportar frescura a esta institución cuyo prestigio parece estar últimamente de capa caída. Espero que así sea porque, como lingüista de estudios (que no de vocación), hace tiempo que no confío en el quehacer de los miembros honorarios de la RAE.

Cuando se creó hace trescientos años la RAE podría haber tenido su sentido tal y como fue concebida. Su existencia era consecuente con las ineficaces prácticas del ya menguante Imperio Español. Dichas prácticas perseguían el mantenimiento de la influencia sobre sus colonias y, para ello, el imponer la misma lengua y religión de la metrópolis era fundamental. Al final, evangelizar e hispanizar, sin una sólida y competitiva base comercial y económica de apoyo fue algo inútil. Por ello, un organismo tan rígido, conservador y, en definitiva, anacrónico, debía evolucionar sustancialmente con el tiempo para proponerse otros fines, para renovarse. Podría haber aprendido no de sus errores, sino de su inutilidad; no para cambiar de metas, sino para proponérselas. En lugar de haberse estancado en su elitismo intelectual y clasista, desempeñar una labor social, era una necesidad inevitable.

Es posible que así haya sucedido. Puede que la Institución se haya transformado en un auténtico servicio público, se haya modernizado y haya sabido responder a las demandas de la sociedad; adaptándose con cada vez más rapidez a ella, haciéndose eco de la evolución de la lengua, incluso anticipándose a la norma que los hablantes establecen mediante el uso; puede que ya no esté tan influida por los políticos gobernantes de cada momento etc.

En cuanto al Excelentísimo Señor Javier Marías, todos esperamos que este miembro del Club de Fumadores por la Tolerancia, no se comporte como el Caballo de Troya de Altadís en la RAE y que, a la vez, no contribuya de manera inercial a la politización del lenguaje. Sin embargo, mucho nos tememos que este fumador compulsivo que sugiere ser un librepensador, al final no sepa disimular lo poco libre que es en realidad.

Ahora Marías no debe temer sentirse impotente ante los políticos de pesadilla que le recordaban al estado totalitario descrito en la novela de G. Orwell; al menos, en lo que a la manipulación del lenguaje se refiere. Desde su escaño con la letra erre mayúscula puede aportar su grano de arena en la labor que seguramente ya ejerce su compañero del club de tolerantes en el sillón erre minúscula, Antonio Mingote Barrachina. Suponemos que desempeñará con total rectitud y bajo instrucciones concretas su encomiable labor.

Sí, es un hecho: las altas esferas parecen haber reservado la letra “r” a los intereses de la Industria Tabacalera. Menos mal, que entre tanto mercenario que ocupa el resto de los escaños pasa desapercibido el detalle de los miembros del Club. No me cabe duda de que si la gente supiese lo que yo, consideraría a esta institución como una de las vergüenzas nacionales, y todo por culpa de una malograda representación muy difícil de maquillar.

¿Durante unas décadas más, la lengua estará a merced de los conservadores disfrazados de frescura y progresismo? ¿Durante los tiempos venideros estos carcamales machistas (recodemos que sólo dos o tres mujeres ocupan escaño y los cargos son vitalicios), víctimas de su demencia senil y de su educación tradicionalista, seguirán contribuyendo a que nuestro lenguaje siga rezumando sexismo? ¿Seguirán decidiéndonos como es correcto que hablemos ¡y que pensemos! desde sus retrógradas perspectivas? Creo que la buena labor de la RAE queda muy deslucida por culpa de estos gerontócratas mercenarios. Las personas propuestas para ocupar los escaños son elegidas no con complicados o crípticos, sino sencillamente desconocidos criterios. Por tanto, no es ya tanto el espíritu de la RAE sino el sistema de elección de sus miembros lo que critico.

Volviendo a Javier Marías, recordaré que una de sus actividades preferidas era el de escribir injuriantes diatribas contra el manipulador y opresor estado; siempre que éste tomaba una determinación que no era de su gusto. Era el caso de la política antitabaco. Aunque los tiempos toman un rumbo, que es uno y no es otro, él parece insistir en pasar a la historia como el mecenas del vicio.

Soy tan altruista que, pese a que no me pagan como a estos de la RAE, estoy dispuesto a ayudar a Javier Marías con unas ideas sobre definiciones para que limpie, fije y de esplendor a ciertas palabras, cuyos significados han debido de ser pervertidos, quien sabe, si por algún pérfido estado. Seguiremos un orden alfabético:

“Antitabaco”

Es el adjetivo con el que la prensa suele bautizar a cualquier intento de regular el consumo o la venta del producto. Por analogía, el adjetivo termina siendo percibido como peyorativo por el esclavo del cigarro. Es natural que esto sea así si pensamos en todos los términos que suelen formarse con este prefijo. A saber: antisemítico, antisocial, antipático etc.

Obviamente, la connotación es parcial, merced ha que ha debido de ser puesta de moda con sensacionalistas propósitos por parte del corrompido gremio de periodistas.

Por ello, es necesaria la creación de un nuevo término que se acomode a la realidad que se avecina: un futuro próximo en el que el fumar empezará a estar mal visto. Se me ocurre que podría aplicarse el prefijo “pro”... Como quiera que sea, espero que “antitabaco” no sea incluida en el diccionario con acepciones parciales, como mucho nos tememos.

“Apestado”

Los forofos del pitillo dicen que la intolerancia ha convertido a los fumadores en los “apestados” del de la sociedad. Ésta es una más de las torpes estrategias de victimización del fumeta por parte de los tabaquistas.

Si nos fijamos en la raíz de la palabra, descubriremos la palabra “peste”; esa enfermedad que fue tan contagiosa y mortífera en el medievo. Cierto es que no se contraía la enfermedad por fumar, pero sí se pasaba de unos a otros por no lavarse mucho y por llevar unos malos hábitos alimenticios. De cualquier forma, llama la atención la doblez con la que el término se ha vuelto a poner en circulación.

Podría considerarse correcto aquí el participio de pasado si el agente es el mismo que el que recibe la acción. En principio, el agente (parte activa) podría ser el cigarro, pero como éste resulta desempeñar al final una función instrumental, la verdadera parte activa coincide con la pasiva, i.e. son los fumadores los que se apestan a ellos mismos con el humo de sus cigarros. Entonces, el no-fumador no tiene capacidad para “apestar” a un fumador que libremente ejerce la acción que le es propia.

De aquí se concluye que el término apropiado es el de “apestante”. Lo único que hay que hacer es cambiar la desinencia de participio de pasado por la de participio de presente. Así, la parte activa es designada de acuerdo con la realidad, puesto que el fumador sí tiene la capacidad de “apestar” al no-fumador, que es el verdadero sujeto pasivo y la víctima. Por tanto, el “apestante” es el fumador, no sólo porque es de su aliento y de sus ropas de donde procede la peste, sino porque también tiene la capacidad de convertir a los que hay a su alrededor en “apestados”, gracias a los gases que emanan de su pitillo.

“Fundamentalista”

“Fundamentalista de la salud” es un sintagma que se suele escuchar con cierta frecuencia por ahí. Es una más de los absurdas referencias sacadas de contexto con las que la Industria intenta darle la vuelta a la tortilla.

Tachándonos de fundamentalistas, es fácil que, aunque de manera subconsciente, se nos asocie al radicalismo islámico y al concepto estrella de “intolerancia” aplicado a la religión. De esta manera se trata de estigmatizar a los detractores del tabaco, asociándolos a cosas tan terribles y siniestras.

Si se incluye una acepción en sentido pro-tabaquero, espero que se mencione igualmente otra posibilidad combinatoria del término, para contrarrestar la inmensa ventaja léxica que nos llevan los “fundamentalistas del pitillo”.

“Inquisidor”

Este sí que es otro término rescatado de la anacronía con gran astucia y sagacidad. Es un hecho para los fanáticos de la nicotina: somos unos inquisidores que disfrutamos impidiendo a los fumadores el gozo. Sí, tenemos que confesarlo. No nos da placer ni el sexo, ni la buena comida, ni la bebida, ni el puro. Sólo derivamos placer sádico de la persecución de ciertos individuos a los que se les ocurre fumar para gozar. Por ello, nos chifla el condenar al ostracismo a un fumador para ver como sufre apurando su pitillo en la calle bajo un terrible aguacero. Y no lo condenamos a la hoguera porque produciría más humo al quemársele el paquete de cigarros que lleva en el bolsillo. Nos resulta regocijante el asediar con nuestras denuncias a esos pobrecillos que no nos hacen nada, salvo poner los interiores perdidos de humo y llenar las playas de colillas, porque estamos todos muy ociosos y no encontramos otro pasatiempo.

Sin duda, los fumadores no nos persiguen deliberadamente. Pero es que tampoco les hace falta, ya lo hace por ellos el humo de sus cigarros y además de manera viciosa e impúdica. El acosante gas de sus cigarros termina ultrajando sin escrúpulos todas las zonas de nuestro cuerpo, sobando nuestra piel y toqueteando nuestro pelo. Para colmo, osa penetrar nuestra garganta para, a continuación, violar nuestros vírgenes pulmones. Una vez que consuma su asqueroso cometido, su olor se nos queda impregnado y no nos abandona. Al final, tenemos que purificamos a base de gárgaras, ducha y jabón.
En este caso, quien lea lo anterior y no reconozca que estamos sufriendo vejatorias torturas, es que… fuma y nos obliga a fumar y nos somete a torturas propias de inquisidores.

Por ende, el término inquisidor debe ser aplicado también a fumadores de interiores, si tiene la oportunidad de aparecer con acepciones tan particulares.

“Tabaquina”

El ingenuo abogado de fumadores José María Mohedano, cegado por el inconmensurable odio hacia los fumadores pasivos, quiere que la RAE reconozca una nueva acepción para esta palabra, según se deduce de lo expuesto en su obra “¿Quién defiende al fumador?”.

La tabaquina, es el subproducto que se obtiene a partir de restos de las plantas de tabaco y se usa como pesticida. La palabra pesticida daría demasiado juego y no le convendría a Mohedano. Parece que pretende tratarnos a los no-fumadores como insectos y procurar nuestra eliminación física. Cuando él, lo único que quiere denotar con esa palabra, es nuestra “fobia al humo”. Yo, en lugar de Javier Marías, no propondría esa acepción.

“Taliban”

Más de lo mismo. Nos quieren atribuir el dudoso honor de ser tan cerrados y radicales como los Taliban. Es la misma estrategia usada con otras palabras como “fundamentalista”, “inquisidor”, “intolerante”, sólo que en este caso se suele aplicar con más frecuencia a la Ley 28/05 en concreto.

Aquí, resulta extraño que la Ley tenga esa reputación aun habiendo sido aprobada con una de las mayorías más amplias en la historia de nuestra joven democracia. Pero no me importa. Si Javier Marías quiere incluir como primera acepción del adjetivo, “Relativo al carácter intolerante, opresor y fundamentalista de la Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de medidas sanitarias frente al tabaquismo y reguladora de la venta, el suministro, el consumo y la publicidad de los productos del tabaco.” Por mí de acuerdo, puedo aprobar esa pequeña licencia.

“Tolerancia”

Este sí que es uno de los conceptos de los que más ha abusado la retórica de los políticos. El término, aunque se venía usando desde hace siglos, se puso de moda sobre todo al término de la Segunda Guerra Mundial a raíz del holocausto judío y otros despropósitos del siglo XX..

Lo que está claro es que nadie ha viciado el espíritu del concepto de manera tan maquiavélica como lo han hecho los demagogos del “Club de Fumadores por la Tolerancia”.

La tolerancia tiene su sentido cuando aquello que se tolera es un bien. De hecho, si el fumar fuese un bien común, sencillamente lo auspiciaríamos. Sin embargo, los Tolerantes del Club, quieren que amparemos aquello que nos perjudica a todos y sólo les beneficia a ellos. En otras palabras, nosotros aguantamos estoicamente y ellos fuman donde les da la gana sin tener que respetarnos, como si un cigarro encendido fuese algo bueno o que no molesta.

Sinceramente, espero que Javier Marías se moleste en recuperar la noble esencia de la palabra a la que tanto daño hicieron los suyos. Para ayudarle con dicho cometido, yo propondría como sinónimo de su tolerancia la palabra “permisivismo”, que es lo que en realidad quieren decir. Aunque otros sinónimos de esa tolerancia podrían ser “cobardía”, “vista gorda” o “masoquismo”, según el caso.

lunes, agosto 07, 2006

La discriminación de los fumadores

Acabo de leer en una edición del País lo que sin duda es una excelente noticia para los seguidores de nuestro movimiento: “El rechazo de los fumadores en las ofertas de puestos de trabajo no constituye una discriminación perseguida por la legislación europea, según la CE.”.

En la vertiente estrictamente económica, podemos afirmar que, el verbo “discriminar”, aplicado a la contratación de los fumadores adquiere su significado etimológico, siendo despojado de las connotaciones histórico-sociales que contaminaron el vocablo al gusto de los políticos a lo largo del siglo pasado.

Estas connotaciones que acabaron moldeando su significado hasta el actual, empezaron a surgir siempre que el vocablo era usado fuera de cualquier tratado exclusivamente matemático o científico (“Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos o políticos”).

Por tanto, si la palabra “discriminar” puede ser aplicada a la contratación o no de los fumadores por ser fumadores, ésta recuperará su significado primigenio: “separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra.”

Pese a lo dicho en los tres párrafos anteriores podemos intuir que, con esto del tabaco, cualquier víctima de la cigarromanía, tan enquistada en nuestra sociedad, podría arriesgarse a hacer una excepción a sus propios principios o, cuando menos, a guardar silencio intencionado al respecto.

Como consuelo para los a los economistas enganchados a la nicotina, que ven como inexorablemente la Industria Tabaquera parece abogada a la reconversión a largo plazo, recordaré las descomunales ventajas que tendrá la nueva tendencia en la contratación de trabajadores a nivel productivo. Si esta tendencia se consolida, puede constituirse como una verdadera revolución en el ámbito laboral que no desembocará sino en un hecho incuestionable: la mejora sustancial en la calidad de la mano de obra, con el consiguiente aumento de beneficios y la disminución de gastos en términos globales.