domingo, marzo 16, 2008

El olor del humo

Tradicionalmente la manipulación mediática de las tabaqueras ha despotricado de la misma manera. Ha tratado de lavar el cerebro del que no fuma para que no vea el humo, no husmee el humo, no oiga que molesta y no lea que enferma. En ningún anuncio moderno de Marlboro Country se ve humo. Por fortuna, tampoco se huele.

Eliminando el reconocimiento de que el humo intoxica y molesta al que no lo produce, todo lo demás pasa a ser una cuestión de intolerancia. Insinúan los justificadores del deber de soportar, que compartir estancia con alguien fumando es para el que no fuma solamente un espectáculo visual. Un espectáculo que a los intolerantes les molesta y a los tolerantes no.

Pero señores, tengamos un poco de cabeza y dejémonos de absurdos lógicos. No es lo mismo que por mi campo visual se cruce un gordo, una mujer con barba, un feo, o un tatuado que tener cerca a cualquiera de ellos fumando –los vea o no-. Si yo no quiero observar a una persona cuyo aspecto físico me desagrada, puedo mirar a otro lado o no prestarle atención. Si yo no quiero respirar el humo que produce porque me desagrada tengo que dejar de respirar o colocarme una máscara antigás. Si yo inspiro un hollín radiactivo y pegajoso mis pulmones tienen que asimilarlo o expectorarlo; si yo accidentalmente veo a esas personas de las que hemos hablado, mis ojos no enrojecen y lagrimean. Sin embargo, el humo de tabaco desencadena en mi organismo alteraciones fisiológicas independientemente de cual sea mi actitud. Eso es algo ajeno a mi voluntad.

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