domingo, mayo 11, 2008

El orgullo del no-fumador y la vergüenza del tabaquista

Tiene algo de romántico el entregarse a la lucha antitabaco. Sinceramente pienso que el se dedica a esto es el filántropo por excelencia. Hay mucha gente que lleva a cabo labores encomiables como el aporte de fondos destinados a paliar el hambre de los niños del tercer mundo, o la implicación activa en la defensa de los derechos de los animales. Muy bien; son preocupaciones universales. El ritual de apoyo a esas causas y a las buenas intenciones forman ya parte poco menos que de nuestra tradición cultural.

Pero falta el reconocimiento de otro frente cuyo actor pasa desapercibido pese a ser desencadenante o agravante de todas esas causas llamadas humanitarias. Porque, ¿qué les parecería dedicarse a luchar contra el asesino identificado más grande de todos los tiempos?. Hay otros aspectos que deberían honrar la imagen del que se dedica a protestar contra el tabaco.

Una de las cosas que llama la atención es el abucheo que gran parte de la sociedad española dirige a quienes quieren acabar con el tabaquismo. Eso es por la especialidad de la causa, dentro de las humanitarias. Existe un error de percepción generalizado porque existen beneficiarios concretados. ¿quiere decir eso que, a diferencia de lo que ocurre con las consecuencias de las guerras, el hambre o los desastres naturales, la actividad de las tabaqueras queda legitimada? Bueno, es obvio que existe un conflicto de intereses pero esa no es la cuestión. Incluso en una guerra, por injusta que nos parezca, casi siempre cada bando tiene su razón, sin que por ello el resto de la humanidad deba mirar para otro lado. No hacer nada, casi nunca es la solución a nada.

Hace una década asistimos a las matanzas de Ruanda. Dos etnias enfrentadas protagonizaron una sangrienta guerra civil. Nos llegaron imágenes de una carnicería con terribles consecuencias para la integridad física de cientos de miles de seres humanos. Fuimos testigos de muerte y destrucción en forma de decapitaciones, violaciones, mutilaciones de todo tipo y otras inefables formas de tortura y escarnio. Uno de los contenidos gráficos de ese conflicto más impactante, era una secuencia de video que mostraba como un hombre era inmovilizado con unas cubiertas de neumático. Así, anillado por las gomas, la multitud agresora pudo rociarlo con gasolina para prenderle fuego, sin posibilidad de que escapara. Entonces, mucha gente sintió que no podía mirar para otro lado y que, aquellos otros que decían "no es asunto nuestro y no debemos intervenir", podían hablar en su nombre, pero sólo en su nombre.

Es uno de los rasgos que más distinguen al ser humano del reino animal: su preocupación por la vida y el sufrimiento ajenos. Ello trasciende el puro instinto individual, hasta instituirse en conciencia colectiva. Eso significa que ya no es necesario que nosotros mismos tengamos que deambular arrastrando unas bombonas de oxigeno, o que tengamos que soportar de cualquier manera el cuidado y asistencia de un familiar cercano al que han tenido que amputar las piernas, o que nuestra pareja este triste y deprimida porque su padre o madre ha muerto prematuramente... –todo esto gentileza del tabaquismo- para que la empatía aflore en nuestro ser. Realmente sentimos malestar porque somos conscientes del sentimiento y dolor producido en otros seres, además de manera innecesaria.

Por otra parte, el llamamiento activo de ciertos prebostes para que volvamos la mirada hacia atrás y así olvidemos lo que en un principio nos conmovió, representa una de los más sucios y envilecedores actos que alguien puede llevar a cabo, alguien como un inversor en acciones de Altadís que se las da de liberal. No sólo se saben ellos faltos de principios y sensibilidad si no que, aún asegurando que nadie tiene derecho a imponer una moral determinada, ellos sí que tratan -y consiguen- imponer con sus engaños la suya a sus víctimas: la del débil. Y todo en pro de unos intereses triviales, porque les resulta muy placentero precisamente invertir en eso en lugar de en otra cosa.

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