miércoles, junio 04, 2008

Los fumadores pasivos no estamos lo bastante indignados

No para lo que nos correspondería estar si tenemos en cuenta el abuso crónico al que venimos siendo sometidos en España. La Industria Tabaquera sabe hacer uso del complejo de dictadura del español en su beneficio. Ha convencido al público y a la clase política de que intentar persuadir a los fumadores provocará en ellos un efecto rebote; de que ello hará que la gente fume más, tolere más o se ponga en peligro el orden social. La asertividad, la mera claridad en el mensaje de rechazo al humo de tabaco, es considerada una temeridad propia de dictadores.

Ese chantaje emocional ya no funciona con nosotros; como tampoco funcionan sus baldíos intentos de desviar la atención de los vendedores y políticos a los consumidores como origen del problema. Por fortuna, la tolerancia social al tabaco es más vulnerable de lo que parece a la razón y al enfado de unos pocos.

El que los no-fumadores comiencen a quejarse y a increpar a los que fuman cuando nos molestan es síntoma del comienzo del cambio hacia una sociedad más concienciada y empática, que entenderá que si alguien se queja es por algo. En tal caso, el humo de tabaco en locales cerrados supone un problema incuestionable, como también lo es el hecho de que nadie tiene que por qué padecer las inconveniencias de un humo que no produce.

El tratamiento mediático del humo en los bares, restaurantes y discotecas no es un juego ni es una broma. Eso se ha acabado. Nos molesta mucho y nos atrevemos a decirlo. De aquí a poco, será irrelevante que una ley avale o no el metafísico derecho a fumar en un local cerrado de acceso público. No permitiremos que esa persona vuelva a sentirse cómoda fumando su cigarro delante de nosotros. Deberá salir al exterior del local donde no nos moleste. Puesto que nadie en su sano juicio discute la peligrosidad y el grado de molestia del humo de tabaco, no tenemos que por qué permitirle a nadie fumar mientras saboreamos nuestro plato en un restaurante. No debemos poner como excusa a nuestro silencio la inconsciencia del que fuma o éste nunca será consciente de que incordia. No debemos escudarnos en un supuesto sentimiento de lástima o compasión porque una persona adicta no asume la reciprocidad respecto a tales sentimientos, de modo que no es justo para nosotros.

Suponemos que, el que fuma, no deriva un placer sádico añadido molestando y perjudicando la salud de las personas que comparten estancia con él pero, aunque no exista animus vulnerandi en la inmensa mayoría de los casos, ¿qué prueba tenemos de ello mientras soportamos una calada tras otra el hedor del tabaco quemado? o, ¿qué nos importa a nosotros, si nos va afectar de la misma forma ese humo?

Hay que armarse de valor y sinceridad, dejar atrás nuestro pasado cobarde e hipócrita y decir: “Disculpe, me molesta el humo, ¿le importaría no fumar aquí dentro?...”

1 comentario:

Alvaro Moreno dijo...

Estoy totalmente de acuerdo contigo. Muchas veces, ya sea por vergüenza o, incluso, por pereza, dejamos que nos pisen el terreno.

Yo soy de los que se tiran al cuello de los que encienden un cigarro a mi lado, cada vez que paseo con mis hijos por la calle y veo a alguien fumando les digo: "Mira un tonto" (son demasiado pequeños para escuchar "hijoputa").

Pero aun así hay veces que me canso. Tengo la sensación de que estoy solo y, mas de una vez, lo admito, lo he dejado pasar, mas que nada por aburrimiento.

Aun así, cuando leo bitácoras como la tuya y veo que no estoy solo, me animo y sigo siendo una mosca cojonera.

Saludos.
http://apagahumos.blogspot.com