martes, diciembre 05, 2006

Limitar Nuestros Derechos

Hoy empezaré con tres confesiones: fumo, no me molesta que se fume a mi alrededor y me encanta vivir en una ciudad, Barcelona, en la que puedo salir de noche y volver a mi casa con mi ropa apestando a humo. Dicho eso, pienso que el decreto madrileño de desarrollo de la Ley 28/05 reguladora de la venta y consumo de tabaco, recientemente aprobado por la Comunidad de Madrid representa una peligrosa limitación de nuestros derechos.

Un argumento utilizado en contra de la regulación del tabaco es que limita la libertad a millones de ciudadanos. Eso es cierto, pero también lo es que millones ven su libertad limitada anualmente por las normas de circulación vial, por obligaciones contractuales o por códigos ontológicos. A algunos incluso les echa el alto un guardia de tráfico al cruzar un paso de peatones. Todos ellos saben que el riesgo existe y, sin embargo, deciden voluntariamente seguir practicando esas actividades… y a nadie se le ocurre pedir al congreso que deje sin efecto las normas de circulación vial, las obligaciones contractuales o los códigos ontológicos.

Se nos señala también que la contribución a la hacienda pública de los fumadores supone un alivio financiero para los demás. Este argumento carece de lógica económica porque si los consumidores de tabaco no fumaran, ¡también consumirían! Y yo me pregunto: ¿acaso no aportaría dinero ese consumo? La pregunta es si las rentas e inversiones de los no fumadores son inferiores a los beneficios de “morirse antes por otras causas”. Sobre este tema hay diversos estudios con resultados sorprendentes: perder la vida por culpa del humo tiende a ser más “caro” que morirse, más adelante, por otras razones. De hecho, una de las enfermedades más caras de tratar es el cáncer de pulmón que en general no aqueja a los no fumadores.

Si a eso le añadimos que los no fumadores tienen una esperanza de vida de unos 79 años (justo para estimular los planes de jubilación tanto públicos como privados) y que, por lo tanto, acaban cobrando alguna pensión después de cotizar ininterrumpidamente toda la vida y no haber disfrutado de bajas por enfermedades relacionadas con el tabaco, llegamos a la conclusión de que los no fumadores no sólo no son un coste financiero neto sino que son una “ganga” para los fumadores. La absurda ironía es que, si los activistas aplicaran correctamente la lógica económica, no sólo deberían limitar la venta de tabaco sino que ¡deberían prohibir su consumo!

El argumento más persuasivo en contra de la limitación del tabaco es el de la responsabilidad del fumador: uno debería ser libre de perjudicar su propia salud… pero no la de los demás. La pregunta es si es cierto que el fumador activo decide perjudicar su salud libremente y puede evitar perjudicar a los demás. No hace falta decir que demostrarlo es complicado, pero hay estudios sobre el tema. El problema para los activistas pro-tabaco es que la posibilidad de no perjudicar a terceros es tan pequeña que cualquier estudio epidemiológico imparcial diría que es producto de la omisión de otros factores o del azar.

Uno de los pilares sobre los que se fundamenta la inocuidad es que "la dosis hace el veneno", pero incluso el polonio 210 puede ser tóxico aunque se tome en dosis pequeñas. En este sentido, un estudio colocó monitores en empleados de centros donde se fumaba abundantemente. La cantidad de vapor de combustión recogida en un año por esos monitores fue tan grande que equivalía a fumarse seis mil cigarrillos por año. Para entendernos: para que esa dosis no pudiera acabar produciendo cáncer en un fumador pasivo se necesitaría que éste se encerrara con esos fumadores en una habitación de 10.000 metros cuadrados con ventilación… ¡rodeado de 300 bombas que extrajeran 62000 m3 de aire (repito, m3 de aire) por hora (insisto, por hora) durante todo el tiempo de exposición!

Resumiendo, ni parece que los no fumadores comporten costes sanitarios excesivos (más bien al contrario), ni la evidencia presentada sobre la indemnidad de la salud del fumador pasivo es convincente. El problema para los censores de la regulación es que, si los argumentos relacionados con los costes económicos o de salud de terceras personas aparecen, sólo quedan argumentos del tipo: no queremos limitar el tabaco porque el humo “no molesta”. Digo que eso es un problema porque la frontera entre lo que “no molesta” y lo que sí, es peligrosamente arbitraria. Por ejemplo: ¿permitiremos orinar en la vía pública si se pone de moda decir que “no nos molesta”? ¿O pondremos en la calle a la gente que roba y extorsiona si “no nos molesta”? ¿Y si “no nos molestan” los conductores temerarios? ¿O los asesinos? ¿O los violadores? ¿Dónde está la frontera de lo que es aceptable como “molestia”?

Yo, la verdad, no me fío de la capacidad de los intereses tabacaleros de poder demarcar racionalmente esa frontera, por más influencia y aceptación social que éstos tengan (recuerden que fue Phillip Morris, aceptada socialmente, la que ocultó al pueblo norteamericano informes y datos sobre la composición y perjuicios de tabaco, simplemente porque a ella “no le molestaba” en su despiadado afán de lucro). Y como no me fío, cuando veo que los grupos pro-tabaqueros tienen esa insaciable voracidad liberadora, pienso que deberían empezar por liberar… nuestra propia capacidad para exigir nuestros derechos.

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