viernes, marzo 02, 2007

El fumador antiamericano y antisistema.

Tras la demostración científica de que el tabaco había causado cáncer a un número indeterminado de americanos, el Congreso fue claro y tajante en sus conclusiones: Muchos de los exfumadores víctimas del cáncer tenían que recibir fortísimas indemnizaciones tras ir a juicio. La solvencia de las Tabacaleras iba a ponerse en entredicho por primera vez en la historia. Además, 26 Estados norteamericanos pleitearon contra las tabacaleras o hicieron amagos de hacerlo al determinar que éstas eran las responsables de casi el 40% de la factura sanitaria. Era poco apropiado, e imposible en el nuevo escenario, seguir sacando ese dinero a costa de la salud americana con tanto descaro. Las transnacionales del Tabaco tenían la respuesta a tal desafío incluso antes de que las regulaciones antitabaco amenazaran el futuro de su mercado más importante.

Para salir del atolladero estaban los consumidores europeos, asiáticos, africanos y latinoamericanos. La mayor parte del tabaco que se produjese había que venderlo fuera. Así las cosas, las tabacaleras americanas han conseguido que más del setenta por ciento de sus beneficios provengan de los bolsillos de los fumadores extranjeros entre los que, españoles, portugueses o argentinos tienen un puesto de honor. Cómo no.

En el viejo mundo, sólo ahora estamos empezando a luchar contra esta lacra tras entender el caso norteamericano. Sobre todo después de comprobar la magnitud de las implicaciones económicas y sociales del tabaquismo. No es que fuesen mayores de lo esperado, sino sencillamente inconmensurables. En términos económicos, se ha empezado ha pensar que puede constituir uno de los mayores frenos a la economía de cualquier país. Incluso en la recuperación económica de los EEUU durante estos últimos años podría haber tenido algo que ver la reducción de las tasas de tabaquismo dentro de sus fronteras, -y el aumento fuera-. Europa empieza a reaccionar y ya podemos decir que se ha dado el pistoletazo de salida en la carrera antitabaco.

Consabido esto, es obvio que para un patriota lo deseable es desplazar el consumo de tabaco desterrándolo de las fronteras de su país. Sin embargo, a muchos se les ha metido en la cabeza que no es así aún no siendo estanqueros.

Muchos orgullosos “antiamericanos” han caído víctimas de su ignorancia y de los sutiles lavados de cerebro de los demagogos de la Industria Tabacalera. Y en aquello que más odian ser terminan transformándose sin ni siquiera saberlo. Ellos piensan que la mejor manera de oponerse a la cultura norteamericana, sus excesos, su paroxismo y su estúpido puritanismo es, sobre todo, no copiándolos; haciendo justo lo contrario de lo que ellos hagan. Si prohíben fumar en los EEUU pues aquí lo permitimos. Si en EEUU no se tiran por un barranco pues nosotros nos tiramos. Está claro que no saben que eso precisamente beneficia sobremanera a los americanos: que los españoles se gasten el dinero en sus cigarrillos, parte de cuyos beneficios irán inexorablemente a bolsillos de inversores yanquis. ¿Qué más pueden desear los americanos que mantener su próspera Industria Tabacalera sin sufrir sus inconveniencias? Para lo malo ya están los fumadores del resto del mundo.

Luego está el típico antisistema que adopta como parte de sus señas de identidad la oposición y rechazo a lo que aconseje el Estado. Piensa que si el Estado prohíbe fumar en lugares prohibidos es porque quiere controlar y dominar al individuo, luego hay que ser un trasgresor y violar normas antitabaco para enfrentarse al Sistema. Si el Estado dice que fumar es malo, el malo es el sistema moralista que le dice lo que tiene que hacer y coarta su libertad. No sabe que eso no es ser un rebelde antisistema sino un conformista ignorante. Lo que hace es seguirle el juego al Estado o, más bien, a los ministros de la legislatura que manejan el cotarro. Eso ni si quiera es un estímulo para el Sistema. Es una táctica esperada que, por otra parte, beneficia a la enorme y poco simpática Industria Tabacalera con el beneplácito de los politicastros a los que tanto odian, no al abstracto Estado como tal. El acto más noble de rebeldía está en los no-fumadores que les exigen a los que controlan el Estado que destierre el repugnante humo de una vez por todas. Ese es un buen jaque para una Administración como la nuestra que, por otra parte, se manifiesta como la auténtica rebelde al auspiciar el consumo de tabaco más de lo normal; más de lo que los propios fumadores quieren para sus hijos.

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