martes, noviembre 18, 2008

Max Payne y el tabaco

En una de las primeras escenas de esta película, una chica despampanante trata de coquetear valiéndose de un extraño cigarro (no recuerda a ninguna marca en concreto); para ello, por unos momentos, adopta unas posturas y un lenguaje corporal que recuerda a esa particular estética de los años 20. Ese cigarro es el único que aparece en la escena. Es el único que sale en toda la película y jamás será encendido, sino que acabará partido y pisoteado en el suelo sin producir una sola voluta.

Entonces, entre un juego de sombras y claroscuros, avanza hasta colocarse en el mismo plano que el protagonista.

Seductora, pregunta en un intento de aproximación comunicativa.

-¿Tienes fuego?

Pero él rompe las expectativas comunicativas de la joven y de cierto tipo de espectador. Su pensamiento está alejado de ese ambiente festivo. Impasible, apático, contesta.

-No fumo

Inmediatamente después, otros personajes entran en la acción de la escena. Lo que se sucede a continuación es el preludio de la acción trepidante que se disfruta a lo largo de la película y, el cigarro, desaparece para no volver tras una exclamación de enfado de su portadora, que lo parte y lo tira al suelo para pisotearlo sin ni siquiera haberlo encendido, como ya he dicho.

Resulta interesante que nada más empezar la película uno sepa que el tabaco no tiene lugar en ese universo. Si hubiese sido un a película española es probable que, en ese local de ocio nocturno en el que tiene lugar la escena, la mitad de la gente estaría ya fumando. El protagonista no sólo habría sacado su mechero ante el requerimiento de la chica, sino que además se habría encendido otro para él. Dado el tipo de película, el número de volutas avistadas rivalizaría con el de Casablanca. Se habría fumado con cualquier excusa en cualquier escena.

Se puede hacer un análisis semiótico de algunos aspectos de la trama y extrapolar el caso al tabaco. Aquí la acción gira entorno a una droga y su uso con fines perversos (por parte del malo, como instrumento de dominación mediante la alteración de conductas). En un principio, el gobierno había contratado a una farmacéutica para que diseñase un fármaco capaz de ofrecerles a los soldados ventajas sobrenaturales en combate. Pero no pudo ser. El proyecto fracasó porque la droga terminó siendo un arma incontrolable debido a sus indeseadas repercusiones psíquicas en los casos estudiados, que incluían alucinaciones y adicción. Así, el gobierno ordenó detener el proyecto, pero el malo de la película continúo con la producción de ese suero; le había encontrado una aplicación para su beneficio.

Se nota que en las películas americanas, las clasificaciones por edades y las advertencias, “morales” como muchos dicen, están funcionando para el caso del tabaco. Uno de los criterios empleados para determinar el grado de aptitud para según qué público, es el número de escenas de tabaco. Gracias a esta regulación, pronto, en el cine americano, será una rareza ver a un personaje fumando.



Antes de esa película, con las luces aún encendidas, pasaron el trailer de una producción española llamada “Sólo quiero caminar”, aunque bien podría llamarse “Sólo quiero fumar”. En demasiados fotogramas, estaba presente ese trastorno respiratorio que obliga a los enfermos a inspirar y exhalar humo de cigarro, sólo que no se presentaba de esa manera, sino con clase y estilo. El humo se veía realzado, espeso, abundante. Se paseaba por el objetivo de la cámara sin ningún tipo de asco o pudor, como si fuese lo más normal del mundo. En España, estamos a años luz de un cine libre de tabaquismo.
De hecho, una secuencia únicamente muestra una exhalación, de tal manera que el humo la centra y destaca -como si intentase decirnos algo-. Vosotros mismos podéis averiguar cuál es:

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