viernes, abril 02, 2010

Un día que empieza mal pero que termina bien

El otro día me tomé el día libre para hacer un papeleo con tranquilidad. Durante la gestión me requirieron una fotocopia de un documento que, por supuesto, no me podían hacer ellos a pesar de tener fotocopiadora (cosas de la administración y algunos de sus empleados ineptos, entre los que yo no me incluyo). Para economizar tiempo, decidí buscar la fotocopistería del barrio. Pregunté por ella y me remitieron al cibercafé, cuyo tendero me atendió desde detrás de un mostrador, sobre el que había un cenicero con varias colillas apagadas, para decirme que la única fotocopiadora cercana se hallaba en el estanco.

Me despido con un suspiro de resignación y allí me dirijo. Pese a ser una hora temprana, me sorprendió la cantidad de gente que ese lugar acaparaba: unos comprando la revista, otros ya sabemos qué, otros mirando artículos de regalo en las vitrinas y yo buscando el momento para pedir que pusiesen la fotocopiadora en marcha. Inexplicablemente allí todo eran sonrisas, complicidad entre clientes y estanquero y buenas caras; todo bullicio y felicidad. Supongo que yo era el único que estaba incómodo en ese sitio, quizá por mi odio compulsivo e irracional al negocio tabaquero, quizá porque crea que la fotocopiadora debería estar en la papelería y no allí o quizá porque hubiese comprobado que los estanqueros hacen trampa a la hora de sacar su negocio adelante, pues no es difícil tener una cartera estable de clientes gracias a la adicción y al cobijo estatal.

Como me sobró mañana, decidí hacerle una visita a un amigo empresario –que comercia con cosas realmente útiles y legítimas- en su misma fábrica, a ver qué tal le iban las cosas. Lo primero que eché en falta fue el grupo de empleados fumadores que a cualquier hora estaban en la entrada principal de la sección de oficinas y las inmediaciones de los muelles de descarga. Ya me estuvo dando cuenta del estado de su negocio pero sobre todo fue la crisis la que copó casi toda nuestra charla.

Me dijo que había tenido que adaptarse a la reducción en el mercado del volumen de la demanda y, por tanto, reducir la plantilla. Él, al frente del Consejo de Dirección, tuvo que llevar a cabo un complicado proceso de “selección”, a la hora de decidir quiénes iban a ser despedidos (pues los miembros restantes no se decidían), más que nada porque no había manera de saber quién se merecía continuar en su puesto y quién no si se atendía a los criterios objetivos evaluados por la empresa, en una plantilla de operarios bastante homogénea en cuanto a rendimiento, cualificación, edad, antigüedad en la empresa, cargas familiares conocidas etc. Finalmente me hizo saber que recordó mis palabras cuando, hace tres años, procedió a contratar gente: “en igualdad de condiciones es más rentable y menos conflictivo seleccionar al que no fume”. De esta manera resolvió despedir, en igualdad de condiciones, a los que más había visto en la calle fumando. No le ha dicho a nadie sobre el criterio último empleado aún por precaución. Ambos creemos que nadie se ha dado cuenta del detalle, ni los propios socios restantes ni los propios empleados despedidos. Así de desapercibida pasa la lacra del tabaquismo.

Entre risas y bromas, mientras le daba el apretón de manos para “despedirme yo mismo” le prometí dar el chivatazo y dar cuenta del caso a los abogados del Club más Tolerante de toda España. Obviamente, le dije esto en broma. La verdad es que fue una mañana gratificante.

No hay comentarios: