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viernes, julio 06, 2007

Timofónica y el aprovechado estado español


En alguna ocasión, en mi bitácora, he hablado de los estados, las corporaciones, el ciudadano y el consumidor. En España, el equilibrio existente entre los intereses de unos y otros es el que los no-fumadores conocemos de sobra. Es decir, el abuso por un lado y la indefensión por el otro; igual que en otros países europeos, pero con más descaro.

La sana competencia puede desarrollarse en el libre mercado. Si no sucede así de manera espontánea, el estado ha de intervenir –como lo hace a través de un organismo regulador del mercado-, evitando el monopolio y el consecuente abuso a los consumidores. De otra forma, en términos de economía social, un exceso de abuso al consumidor derivaría en la ineficiencia social y económica del conjunto.

Este es el caso del estado español y su relación con las corporaciones como se ha visto en la noticia aparecida hace unos días sobre la multa de 151,8 millones que la CE le ha impuesto a Telefónica “por abuso de posición dominante en banda ancha”. En este caso, no es sólo que el estado español consintiese el abuso de un monopolio cuya existencia trató de maquillar formalmente hace unos años. Sencillamente era partícipe y beneficiario de ese abuso.

El Estado pudo perfectamente haberle hecho algo de caso a la Asociación de Internautas, a la OCU, a la FACUA, o a los expertos en economía social, evitando así que yo pagase a precio de oro esta pésima conexión para escribir estas líneas. Pero no; para el gobierno, el acceso a Internet de la sociedad no es algo serio o importante. Para los retrógrados que teclean usando sólo los dedos índices, la prioridad nunca fue la calidad del servicio ni el consumidor. Además, en una reunión para tratar acuerdos bilaterales –en el sentido literal de la palabra-, no es fácil hacerles un feo a interlocutores tan pudientes.

En definitiva, la CE ha tenido que intervenir porque el estado español no hizo bien sus deberes desde un principio. Porque en realidad, la multa recaída es también una reprimenda encubierta al estado español, que además estará haciendo que muchos inversores y jefecillos de altos cuadros de la administración se muerdan la lengua. Lo que pasa es que no hay ni valor desde Europa, ni vergüenza aquí en España para reconocerlo.

Pero es sin duda la Industria Tabaquera la mayor enemiga de los consumidores, tanto de los propios como de los ajenos. Por su parte, un Estado que no sirve al interés público no es del gusto de los ciudadanos. España necesita algo que equilibre la balanza en este aspecto, que ya sabemos por qué extremo anda descompensada. La OCU y la FACUA saben que sólo hay una manera de defender el interés del consumidor y del ciudadano frente al peor enemigo. En España, las organizaciones de consumidores y usuarios, tienen tímida voz y no sé si en una reunión entre peces gordos tuvieron voto alguna vez. Todo ello pese a que consumidores y ciudadanos somos mayoría, curiosamente.

Espero que no tengamos que pasar la vergüenza de que vuelva a ser Europa la que nos saque las castañas del fuego, ni que sea Bruselas la que libere a España del yugo de la Industria Tabaquera. Entre tanto maquillaje con leyes de regulación del tabaco y leyes de calidad del aire, los ingenuos mercachifles piensan que se van a salir con la suya y que no van a pagar un precio por ello. Menos mal que en Europa no son tontos y ya nos dirán algo, porque nuestros politicuchos tan mamarrachos se lo están ganando a pulso.

sábado, febrero 17, 2007

Un producto de mala calidad y su fabricante de dudosa reputación

Vivimos en una sociedad de consumo. Es importante saber a que tipo de cosas obedece nuestra conducta en términos objetivos. Es posible que seamos ciudadanos con derecho a voto para los políticos, pero para las corporaciones y sus economistas somos consumidores proclives a la compra de bienes y servicios. De modo que en el día a día nuestro comportamiento está condicionado por nuestros hábitos consumistas más de lo que sospechamos.

Los estudios de mercado se centran en los hábitos del consumidor. Con la ayuda de la estadística sabremos si nuestro producto tiene futuro en un mercado. Mediante el arte de la manipulación podremos vender cosas que el consumidor no necesita. Con una estudiada operación de marketing nuestro producto llegará a una generalidad de personas. Hoy en día, un consumo a gran escala requiere una manipulación a gran escala, o sea, de masas. Los estados podrán regular algunas de nuestras conductas pero las corporaciones condicionan nuestros hábitos.

Las leyes de la oferta y la demanda hacen que el mundo gire. A menudo nosotros necesitamos o codiciamos algo que no tenemos. Pero siempre hay alguien dispuesto a ofrecerlo a un precio.

No somos bosquimanos del Kalahari y siempre necesitamos cosas. Son los bienes de consumo. Para necesitar un producto, primero hay que sufrir su ausencia; para codiciarlo hay que saber de su existencia. Gracias a la información –publicidad- no sólo veremos la forma de satisfacer nuestras necesidades sino que descubriremos que teníamos otras de las que no éramos conscientes. Algunos publicistas tienen realmente mérito; serían capaces de venderle una radio a un sordo o un televisor a un ciego. La cuestión no es cubrir las necesidades del consumidor sino creárselas.

Los que ofertan nos hacen ver que necesitamos algo y nos convencen para que lo compremos a base de mensajes, ya sean explícitos o subliminales. Todos nos sentimos cómodos con este equilibrio aunque nos inquiete un poco la deuda ecológica con tanto comprar, usar y tirar.

Puede suceder que el producto que compramos no cumpla con la función que nos prometió el vendedor. Entre otras razones ello puede ser debido a la mala calidad del producto. Si, a sabiendas, el vendedor cobra un precio excesivo por algo o nos engaña al crearnos falsas expectativas, podríamos estar ante la estafa.

Para prevenir la estafa o evitar otras inconveniencias propias de los libres mercados, existen mecanismos destinados a fijar unos estándares mínimos de calidad en la fabricación de ciertos artículos. Un sello de verificación industrial puede garantizarnos unos mínimos de duración, eficiencia, fiabilidad, seguridad etc. Es algo muy común en maquinarias industriales.

Los alimentos envasados no se libran de este tipo de controles. Han de tener fecha de caducidad y el fabricante debe especificar tanto los ingredientes como los productos conservantes que contienen. Las cremas y cosméticos igual. Además, si se detecta una partida de alimentos u otros productos dañinos para la salud del consumidor, puede que Sanidad trate de interceptar su distribución.

El tabaco fumado es sin duda algo excepcional entre los bienes de consumo. La gente ni lo necesita ni lo valora y, con todo, un 30% de la población insiste en comprarlo una y otra vez. Es tolerado por la sociedad y auspiciado por el Estado pese a no poder cumplir con muchos de los requisitos mínimos de calidad. Incluso tiene un puesto de honor al ser incluido en el cálculo del IPC como si fuese un producto de primera necesidad. Por su parte, el Ministerio de Sanidad y Consumo no obliga al fabricante a dar excesivos detalles sobre la complejísima composición del producto. Con declarar la proporción de alquitrán, nicotina y un par de sustancias químicas más que contiene es suficiente; entre otras cosas porque al consumirse, debido a cierto proceso químico –combustión-, se generan otras muchas sustancias nocivas, molestas y peligrosas de comprometido recuento.

Debe de ser porque es uno de los secretos mejor guardados del mundo, como el de los ingredientes de la Coca Cola. O quizás sea porque no se digiere sino que sólo entra directamente en el flujo sanguíneo a través de los pulmones, de manera que no puede causarnos una indigestión –aunque juraría que lo hace sin siquiera ser uno el que lo usa-. Además, pese a lo escandaloso de su sucia combustión, tampoco es necesario que aparezca impreso en su envoltorio el texto “outdoor use only”, como en el de los artefactos pirotécnicos de fabricación china. Las sugerentes esquelas fúnebres parecen suplir todas esas faltas.

El éxito de los publicitas tabaqueros es lo más asombroso. Por lo general, los productos del tabaco tienen la publicidad severamente limitada o prohibida. No obstante, la tabacalera gasta casi la mitad de sus fabulosos ingresos en publicidad invisible. Es algo realmente extraño, como lo es el hecho de que fuman sordos que no escuchan la publicidad en la radio y ciegos que no la ven en televisión ni la ojean en el periódico, entre otros. A veces me pregunto si un desmesurado carácter adictivo del producto tiene algo que ver con su rotundo éxito, capaz de acaparar y centralizar la demanda de tanta gente.

Indiscutiblemente, es el bien de consumo perfecto. Su fabricación es barata, su transporte y conservación lo son aún más. Para el usuario final del producto, su calidad no cuenta y la cantidad de dinero que se destina a él tampoco. Además, es una provisión básica y se paga por él con la regularidad propia de un suministro.

El tabaco es algo “natural y necesario” en nuestra sociedad. Los coches emiten humo catalizado por el tuvo de escape, los fumadores humo por sus cigarros. El humo de los vehículos a motor es el precio que pagamos por el milagro del transporte y la locomoción. El humo de los cigarros en el interior de los edificios es el precio que pagamos porque sí.

Para colmo, el Estado grava generosos impuestos como si se tratase de combustible; aunque no muchos, para no ahogar la venta por la subida del precio final en el mercado. En definitiva, el Estado se esmera bastante en auspiciar su consumo. Debe de ser que de la misma manera que los coches necesitan gasolina para alimentar sus motores a explosión, los fumadores necesitan cigarros para Dios sabe qué.

viernes, noviembre 24, 2006

Optimistas predicciones de futuro

Todos tenemos un lugar en la realidad que nos ha tocado vivir. Por insignificantes que seamos gozamos del don de la trascendencia en el mundo físico. Cualquier cosa que hagamos o no hagamos puede tener una consecuencia imprevisible sobre nuestro entorno.

Toda la sociedad parece estar diseñada para recordarnos nuestra insignificante levedad como seres, como individuos. Parece que en la sociedad de consumo y de la información aquellas cosas que rigen nuestras vidas son las tendencias, los ideales, las corporaciones, las multinacionales, las modas, los gobiernos, los políticos, la prensa, la publicidad etc.… No la razón.

Mientras tanto, vamos con la masa sin posibilidad de influir en el devenir de los hechos. Tan sólo parece quedarnos el conformismo, la angustia existencial o el autodestructivo descontento. Al final sólo nos queda el aguante estoico o el hacer el ridículo frente a sordos y ciegos.

Es posible que sea verdad todo eso, pero la realidad también puede que sea como reza el anuncio de Aquarius, es decir, que la respuesta de la gente sea impredecible. Demasiadas teorías no tienen que por qué explicar ciertas alteraciones, salvo a lo mejor la del caos –que no nos ayuda en la predicción precisamente-.

Sin embargo, cuando el objetivo es concreto existen formas de conseguir un determinado resultado a partir de la modificación de un aspecto en la realidad. Algunos matemáticos, algunos historiadores, sociólogos, estadistas, analistas de mercado, científicos o equipos multidisciplinares al completo lo consiguen; mucha gente puede predecir qué cosas pueden suceder en un entorno social acotado, si deliberadamente se introduce una variable con un propósito.

Las grandes corporaciones pueden hacer eso. Esos inmensos entes privados, que a los ciudadanos se nos antojan incorpóreos, abstractos e inaccesibles, pueden. Efectivamente, esas organizaciones que se nutren de esos señores trajeados a los que llaman “accionistas” quienes, pese a que ni parten ni reparten porque ni ellos mismos saben en que consisten sus “acciones”, o las consecuencias de éstas (i.e.) en que narices invierten realmente.

El comercio del tabaco funciona así y con bastante éxito. Su éxito primigenio se debió a un despiste de la humanidad. No se dio cuenta de que el cigarro trae problemas por algo que tiene que ver con su molesta y venenosa adicción hasta los años 40 o 50, según se mire. Entonces ya fue demasiado tarde para incluirlo en un cuadro de sustancias prohibidas, pues su aceptación social era para entonces algo más que un hecho anecdótico.

Por otro lado estaban los intereses creados entorno a su consumo, los cuales hoy perduran. Además, los publicistas y sus beneficiarios han seguido afanándose año tras año en reforzar su enquistado status quo.

El tabaco no sólo ha conseguido crear dependencias de tipo económico sino además culturales; lo cual dificulta su extirpación. Tanto fue así, que se concibió el fumar como un glamoroso acto social en el occidente desarrollado. Y es aquí donde radica el verdadero problema, además de en los ingentes ingresos que perciben sus vendedores.

Todo esto me parece bien, o al menos aceptable, porque cada uno se arrima a su sardina y no sería lógico que los beneficiarios del tabaco luchasen contra su gen egoísta y su instinto de supervivencia para decir: “Oh, queridos clientes, perdonad por los daños a la salud que nuestros productos del tabaco os hayan podido ocasionar. A partir de hoy mismo retiraremos del mercado nuestros productos por razones de salud pública.”

Lo que tampoco me parece tan lógico es la posición de ciertos estados bananeros que simulan tener más interés que la mismísima Industria Tabacalera en que el tabaco goce de la protección de sus mercados y se libre de cualquier regulación. Es precisamente el caso del estado español.

Pese a las recomendaciones de la OMS y las directivas de la UE, los políticos tienen la indecencia de apresurarse en presentar una ley con la intención de blindar durante un par de legislaturas más el auspicio del tabaco; aun cuando la sociedad española estaba preparada para una restricción más severa, cuyo éxito en la aplicación estaba garantizado gracias a la experiencia irlandesa e italiana. Cualquier europeo que investigue los diferentes tipos de establecimiento en los que en España se puede vender tabaco, se puede consumir, y estudie el régimen fiscal y comercial canario, lo corroborará.

En cuanto a las alternativas complementarias a políticas de corte prohibicionista, en lo que a la lucha contra el tabaquismo se refiere (sic) labores de concienciación promocionadas por el estado a través de los medios, mejor no hablar. No sólo por su escasez o rareza, sino más bien por el guiño de ojo con las que todas parecen salir a la luz. La triste verdad es que por los medios tradicionales la intención no es la concienciación, sino el estéril compromiso con la misma (i.e.) como siempre un objetivo de carácter formal. Explicado de manera más explícita: la falta de voluntad real por parte del gobierno de tomar riesgos tan siquiera tratando tan espinoso asunto, habida cuenta de su chocante tendencia a ser politizado.

No es tan alarmante el hecho de que la Industria Tabacalera se gaste en España diez veces más dinero que el Estado en una publicidad que tiene prohibida por aquel. Si no el hecho de que en realidad se lo gaste en convencer a ese Estado de que no es necesario concienciar tanto sobre los efectos nocivos del tabaco y de que no es necesario prohibir tanto. De modo que al público, curiosamente casi no va dirigida ninguna publicidad ni en contra ni a favor. Más bien, el ciudadano concienciado o no, ni pinta ni corta en este asunto. En cuanto a las campañas antitabaco de HELP o del propio Ministerio de Sanidad que alguna gente asegura haber avistado por televisión con la misma frecuencia que a ovnis, sólo puedo decir que adolecen de una deliberada superficialidad y que se basan en cansinos, repetitivos e ineficaces aspectos sanitarios que no funcionarán en esta sociedad de consumo. Todo ello, a sabiendas.

No obstante, tengo un buen presentimiento. Existe una variable que la Industria Tabacalera y los conniventes gobiernos no podrán controlar durante muchos más años. Probablemente, ello les va a obligar cambiar la ley mucho antes de lo esperado. No me importa ofrecerles pistas recordándoles que en este preciso momento lo tienen delante de sus propias narices –las cuales supongo que serán más sensibles que las de algunos accionistas-

Hablo de la sociedad de la información. ¿Y a qué novedad me refiero en concreto? A la Internet. El internauta, el usuario de estas nuevas tecnologías de la información, por fin puede considerarse un ciudadano liberado de la manipulación de masas tradicional. Gracias a la red de redes tiene a su disposición el conocimiento y la información que precisa. No porque circule por ahí la versión más fidedigna sobre una noticia, sino porque circulan todas, a partir de las que puede formarse la suya propia. Con el conocimiento sucede igual. No habla sólo el catedrático de turno, sino también sus seguidores y sus detractores.

Por otra parte, la censura de contenidos informativos deja de tener sentido; no sólo porque sea innecesaria sino porque además es imposible de llevar a cabo. Por tanto, su existencia se reduciría a delatores intentos. Resumiendo, en la verdadera sociedad del conocimiento y de la información que se avecina, la verdad será la que se abra paso entre el mare mágnum de códigos binarios circulando entre los servidores informáticos y nuestros ordenadores. Es inevitable, los estados han de evolucionar para acomodarse a esta nueva realidad. Las corporaciones también. Ambos tendrán que ajustar su proceder a ciertos protocolos de honestidad si quieren evitar las destructivas críticas de sus nuevos censores.

El ciudadano y el consumidor

Ya no bastará el maquillaje mediático tradicional de los gobiernos y las corporaciones para salir del paso entre meteduras de pata y lavar su imagen. Por fin el ciudadano podrá saber, si quiere, a quien no conviene votar. Por fin aquellos a quienes les incomodan los cigarros podrán saber si el tabaco es muy bueno o es muy malo, y a quien beneficia.

El individuo, como ciudadano y como consumidor, representará las nuevas figuras que han de erigirse, no como pasivos destinatarios de propaganda electoral, ni como meros compradores compulsivos con cierto poder adquisitivo. Sino como auténticos partícipes en la política económica y social de su país.

El televidente o el radioyente que era un pasivo receptor de mensajes, ha pasado a ser un activo demandante de los mismos a través de Internet gracias al milagro de la interacción comunicativa. De la misma manera, el éxito de los productos y servicios ya no volverá a ser impuesto sólo por una campaña publicitaria brillante o la manipulación mediática. Los consumidores serán auténticos demandantes a quienes se les permitirá que su búsqueda de garantía y calidad se convierta en exigencia. Con ello, el éxito en el consumo “accidental” de productos tóxicos jamás volverá a tener lugar en la historia.

Concluyendo, apuesto a que la Internet con sus virtudes comunicativas es algo con lo que no contaban los prioratos tabaqueros. Un factor a considerar frente a la que pueden sentirse impotentes llegado el momento. De hecho el cigarro huye de las sociedades mejor informadas y comunicadas para ser relegado a los países tercermundistas. Por eso EEUU consume menos tabaco ya del que produce –porque lo exporta a otros países tercermundistas-. En definitiva, muchos dirán que este es el mayor enemigo de la hasta ahora imperante tabacocracia en España, cuya actual hegemonía sólo puede evolucionar en una dirección: La verdad y la lógica se abrirán paso.