viernes, noviembre 24, 2006

Optimistas predicciones de futuro

Todos tenemos un lugar en la realidad que nos ha tocado vivir. Por insignificantes que seamos gozamos del don de la trascendencia en el mundo físico. Cualquier cosa que hagamos o no hagamos puede tener una consecuencia imprevisible sobre nuestro entorno.

Toda la sociedad parece estar diseñada para recordarnos nuestra insignificante levedad como seres, como individuos. Parece que en la sociedad de consumo y de la información aquellas cosas que rigen nuestras vidas son las tendencias, los ideales, las corporaciones, las multinacionales, las modas, los gobiernos, los políticos, la prensa, la publicidad etc.… No la razón.

Mientras tanto, vamos con la masa sin posibilidad de influir en el devenir de los hechos. Tan sólo parece quedarnos el conformismo, la angustia existencial o el autodestructivo descontento. Al final sólo nos queda el aguante estoico o el hacer el ridículo frente a sordos y ciegos.

Es posible que sea verdad todo eso, pero la realidad también puede que sea como reza el anuncio de Aquarius, es decir, que la respuesta de la gente sea impredecible. Demasiadas teorías no tienen que por qué explicar ciertas alteraciones, salvo a lo mejor la del caos –que no nos ayuda en la predicción precisamente-.

Sin embargo, cuando el objetivo es concreto existen formas de conseguir un determinado resultado a partir de la modificación de un aspecto en la realidad. Algunos matemáticos, algunos historiadores, sociólogos, estadistas, analistas de mercado, científicos o equipos multidisciplinares al completo lo consiguen; mucha gente puede predecir qué cosas pueden suceder en un entorno social acotado, si deliberadamente se introduce una variable con un propósito.

Las grandes corporaciones pueden hacer eso. Esos inmensos entes privados, que a los ciudadanos se nos antojan incorpóreos, abstractos e inaccesibles, pueden. Efectivamente, esas organizaciones que se nutren de esos señores trajeados a los que llaman “accionistas” quienes, pese a que ni parten ni reparten porque ni ellos mismos saben en que consisten sus “acciones”, o las consecuencias de éstas (i.e.) en que narices invierten realmente.

El comercio del tabaco funciona así y con bastante éxito. Su éxito primigenio se debió a un despiste de la humanidad. No se dio cuenta de que el cigarro trae problemas por algo que tiene que ver con su molesta y venenosa adicción hasta los años 40 o 50, según se mire. Entonces ya fue demasiado tarde para incluirlo en un cuadro de sustancias prohibidas, pues su aceptación social era para entonces algo más que un hecho anecdótico.

Por otro lado estaban los intereses creados entorno a su consumo, los cuales hoy perduran. Además, los publicistas y sus beneficiarios han seguido afanándose año tras año en reforzar su enquistado status quo.

El tabaco no sólo ha conseguido crear dependencias de tipo económico sino además culturales; lo cual dificulta su extirpación. Tanto fue así, que se concibió el fumar como un glamoroso acto social en el occidente desarrollado. Y es aquí donde radica el verdadero problema, además de en los ingentes ingresos que perciben sus vendedores.

Todo esto me parece bien, o al menos aceptable, porque cada uno se arrima a su sardina y no sería lógico que los beneficiarios del tabaco luchasen contra su gen egoísta y su instinto de supervivencia para decir: “Oh, queridos clientes, perdonad por los daños a la salud que nuestros productos del tabaco os hayan podido ocasionar. A partir de hoy mismo retiraremos del mercado nuestros productos por razones de salud pública.”

Lo que tampoco me parece tan lógico es la posición de ciertos estados bananeros que simulan tener más interés que la mismísima Industria Tabacalera en que el tabaco goce de la protección de sus mercados y se libre de cualquier regulación. Es precisamente el caso del estado español.

Pese a las recomendaciones de la OMS y las directivas de la UE, los políticos tienen la indecencia de apresurarse en presentar una ley con la intención de blindar durante un par de legislaturas más el auspicio del tabaco; aun cuando la sociedad española estaba preparada para una restricción más severa, cuyo éxito en la aplicación estaba garantizado gracias a la experiencia irlandesa e italiana. Cualquier europeo que investigue los diferentes tipos de establecimiento en los que en España se puede vender tabaco, se puede consumir, y estudie el régimen fiscal y comercial canario, lo corroborará.

En cuanto a las alternativas complementarias a políticas de corte prohibicionista, en lo que a la lucha contra el tabaquismo se refiere (sic) labores de concienciación promocionadas por el estado a través de los medios, mejor no hablar. No sólo por su escasez o rareza, sino más bien por el guiño de ojo con las que todas parecen salir a la luz. La triste verdad es que por los medios tradicionales la intención no es la concienciación, sino el estéril compromiso con la misma (i.e.) como siempre un objetivo de carácter formal. Explicado de manera más explícita: la falta de voluntad real por parte del gobierno de tomar riesgos tan siquiera tratando tan espinoso asunto, habida cuenta de su chocante tendencia a ser politizado.

No es tan alarmante el hecho de que la Industria Tabacalera se gaste en España diez veces más dinero que el Estado en una publicidad que tiene prohibida por aquel. Si no el hecho de que en realidad se lo gaste en convencer a ese Estado de que no es necesario concienciar tanto sobre los efectos nocivos del tabaco y de que no es necesario prohibir tanto. De modo que al público, curiosamente casi no va dirigida ninguna publicidad ni en contra ni a favor. Más bien, el ciudadano concienciado o no, ni pinta ni corta en este asunto. En cuanto a las campañas antitabaco de HELP o del propio Ministerio de Sanidad que alguna gente asegura haber avistado por televisión con la misma frecuencia que a ovnis, sólo puedo decir que adolecen de una deliberada superficialidad y que se basan en cansinos, repetitivos e ineficaces aspectos sanitarios que no funcionarán en esta sociedad de consumo. Todo ello, a sabiendas.

No obstante, tengo un buen presentimiento. Existe una variable que la Industria Tabacalera y los conniventes gobiernos no podrán controlar durante muchos más años. Probablemente, ello les va a obligar cambiar la ley mucho antes de lo esperado. No me importa ofrecerles pistas recordándoles que en este preciso momento lo tienen delante de sus propias narices –las cuales supongo que serán más sensibles que las de algunos accionistas-

Hablo de la sociedad de la información. ¿Y a qué novedad me refiero en concreto? A la Internet. El internauta, el usuario de estas nuevas tecnologías de la información, por fin puede considerarse un ciudadano liberado de la manipulación de masas tradicional. Gracias a la red de redes tiene a su disposición el conocimiento y la información que precisa. No porque circule por ahí la versión más fidedigna sobre una noticia, sino porque circulan todas, a partir de las que puede formarse la suya propia. Con el conocimiento sucede igual. No habla sólo el catedrático de turno, sino también sus seguidores y sus detractores.

Por otra parte, la censura de contenidos informativos deja de tener sentido; no sólo porque sea innecesaria sino porque además es imposible de llevar a cabo. Por tanto, su existencia se reduciría a delatores intentos. Resumiendo, en la verdadera sociedad del conocimiento y de la información que se avecina, la verdad será la que se abra paso entre el mare mágnum de códigos binarios circulando entre los servidores informáticos y nuestros ordenadores. Es inevitable, los estados han de evolucionar para acomodarse a esta nueva realidad. Las corporaciones también. Ambos tendrán que ajustar su proceder a ciertos protocolos de honestidad si quieren evitar las destructivas críticas de sus nuevos censores.

El ciudadano y el consumidor

Ya no bastará el maquillaje mediático tradicional de los gobiernos y las corporaciones para salir del paso entre meteduras de pata y lavar su imagen. Por fin el ciudadano podrá saber, si quiere, a quien no conviene votar. Por fin aquellos a quienes les incomodan los cigarros podrán saber si el tabaco es muy bueno o es muy malo, y a quien beneficia.

El individuo, como ciudadano y como consumidor, representará las nuevas figuras que han de erigirse, no como pasivos destinatarios de propaganda electoral, ni como meros compradores compulsivos con cierto poder adquisitivo. Sino como auténticos partícipes en la política económica y social de su país.

El televidente o el radioyente que era un pasivo receptor de mensajes, ha pasado a ser un activo demandante de los mismos a través de Internet gracias al milagro de la interacción comunicativa. De la misma manera, el éxito de los productos y servicios ya no volverá a ser impuesto sólo por una campaña publicitaria brillante o la manipulación mediática. Los consumidores serán auténticos demandantes a quienes se les permitirá que su búsqueda de garantía y calidad se convierta en exigencia. Con ello, el éxito en el consumo “accidental” de productos tóxicos jamás volverá a tener lugar en la historia.

Concluyendo, apuesto a que la Internet con sus virtudes comunicativas es algo con lo que no contaban los prioratos tabaqueros. Un factor a considerar frente a la que pueden sentirse impotentes llegado el momento. De hecho el cigarro huye de las sociedades mejor informadas y comunicadas para ser relegado a los países tercermundistas. Por eso EEUU consume menos tabaco ya del que produce –porque lo exporta a otros países tercermundistas-. En definitiva, muchos dirán que este es el mayor enemigo de la hasta ahora imperante tabacocracia en España, cuya actual hegemonía sólo puede evolucionar en una dirección: La verdad y la lógica se abrirán paso.

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