sábado, mayo 27, 2006

Antropología: El Homo Fumans

Realmente hay gente que confunde la perseverancia con la obstinación. Este es el caso de las hordas de adoradores del vicio que insisten en evidenciar virtudes que jamás existieron: las del cigarro. Dado que la mayoría de sus insostenibles argumentos no tienen fundamento que los cimiente, a veces aluden a la sugerente moral hedonista que parecen profesar, usando el paquete de tabaco como bandera. La sarta de impúdicas estupideces con las que pretenden defender lo indefendible a toda costa es ilimitada y la quebrada visión de la realidad que tratan de proyectarnos, especialmente cuando se refieren a consideraciones económicas en las que se antepone el dinero de unos pocos a la salud general, resulta histéricamente irrisoria. Tras leer unos cuantos de éstos da la sensación de que un ente superior desconocido los ordena sacerdotes y apóstoles para inculcarles el pregón del evangelio según Judas. Es decir, o no piensan por sí mismos del todo, o su adicción al cigarro no les permite tener otra musa de la inspiración, o alguien los tiene a sueldo.

Por otro lado, no veo motivos para defender la postura de los no-fumadores porque es la natural y en esta lucha gozan del favor de la razón y de la verdad. De hecho, pocas veces en la historia de la humanidad se ha estado tan cerca de la verdad absoluta a la hora de abordar un conflicto como lo están actualmente los detractores del tabaco. Efectivamente, no hace falta que se pronuncien a nuestro favor, ni la OMS, ni las izquierdas progresistas, ni las evidencias científicas y estadísticas etc. Nuestra causa es justa, nuestra razón incuestionable y, alentados por todo ello, nuestra determinación se fortalecerá de manera implacable día tras día, porque el mero transcurso del tiempo es nuestro más firme e infalible aliado.

De esta manera, aquellos defensores del libertinaje tabaquero que creen tener la razón han de ver –si son lo bastante jóvenes y no insisten en acortar su vida en exceso- como su forma de ver la vida, ese símbolo de prestigio social que ahora adoran, es destruido irremediablemente. Sin terminar de caer en el olvido, han de ver como en décadas el acto de fumar en público acabará siendo percibido como lo que siempre debió ser: como un acto sucio, bárbaro e irracional, como el vestigio de un comportamiento primitivo.

Desde mi personal punto de vista, el fumador convencido –el 90% de ellos- es un ser en un estadio de evolución inferior al no-fumador convencido. Hablo del Homo fumans, un eslabón perdido entre el primigenio Homo sapiens y el Hombre actual. Su retraso no es sólo histórico o cultural, sino que también es moral. Veamos detenidamente las deficiencias del Homo fumans que evitan su progreso a un estadio superior en su evolución:

Es un conformista.

Y además declarado. De hecho, ideológicamente, una rama evolutiva –de tendencia conservadora- es feliz en el mundo que le ha tocado vivir y no quiere que su entorno cambie. Sus enemigos son aquellos que buscan el bienestar y el progreso de la humanidad, porque sabe que con ello él será destruido a la par que su cigarro. Para él todo irá bien mientras tenga a su alcance su oscuro objeto del deseo: el cigarro. Para el Homo fumans otras consideraciones en la búsqueda de la felicidad son secundarias.

Carece de autoestima.

Aun siendo consciente en algunos momentos de su inferioridad, no es capaz o no tiene voluntad para mejorar, i.e. para reconocer su error y abandonar el obstáculo que le impide evolucionar. Es esclavo del cigarro y nunca cree que merezca el honor de sublevarse contra su tiranía. Pues adora y ama al cigarro su señor por encima de todas las cosas, incluso más que a su salud física y mental. Caminaría descalzo por un sendero de clavos y ascuas incandescentes, o cruzaría a nado un río en llamas, si supiese que al otro lado de la orilla le esperaba su señor el cigarro. Tan sólo su vacía soberbia y su autocomplacencia consiguen compensar esa falta de autoestima de cara a la sociedad.

Es un egoísta.

Es el egoísta por excelencia. Su lema principal es el de “ande yo caliente y jódase la gente”, porque no duda a arrogarse para sí el espacio vital ajeno, a sabiendas de que invade con sus malos humos pulmones que no le pertenecen. Por supuesto, tampoco le pasa por la cabeza el perjuicio indirecto que pueda ocasionar al conjunto de la sociedad a base de lucrar a las tabacaleras y a otras mafias con tan buena disposición.

Es un maleducado.

Sí, el fumar en público es ante todo un gesto de mala educación. Partiendo de lo anterior, una de las características primordiales del Homo fumans es su exhibicionista falta de modales. No sabe pedir las cosas por favor, ni permiso, ni disculpas cuando el protocolo lo establece. Es incapaz de ajustarse a cualquier tipo de norma adoptada de común acuerdo y el respeto no es precisamente su punto fuerte. Es esta falta de respeto quizás su característica más repudiable.

Es un irresponsable.

Es completamente incapaz de medir las consecuencias de su acto para su salud y para la de los que le rodean. Si alguien enferma a causa del tabaquismo preferirá recurrir a la delincuencial atribución externa -habrán sido las chimeneas de las industrias, los tubos de escape de los automóviles, le vendría de herencia, no era sólo que fumaba el único problema, de algo tenía que morir…-. Sin duda el Estado debería obligar a los miembros de esta especie a pagar un seguro de responsabilidad civil que cubriese daños a terceros. Sus fondos podrían destinarse a cubrir el inmenso gasto sanitario que ocasionan estos homínidos.

En conclusión, su inadaptación a una sociedad abierta, moderna y sofisticada es manifiesta. De modo que estos acuciantes problemas de adaptación serán la causa de su inmediata desaparición, lo cual será un hecho tan necesario como inevitable. Por tanto, podemos decir que el Homo fumans es una especie condenada a la extinción, pues hasta ahora sus miembros no han sabido demostrar una capacidad de adaptación al medio que les permita sobrevivir en el seno de las selectas sociedades del futuro.