martes, enero 30, 2007

La identidad del fumador


Cuando se habla de los fumadores, los no-fumadores y las leyes que regulan la convivencia entre unos y otros, muy poca gente se da cuenta de lo artificialmente socializado que ha sido el concepto de fumador durante años. Era una característica del individuo que se daba por sentada, como si fuese una condición primaria o natural del ser humano, o una aspiración social como otra cualquiera. Unos querían de mayores comprarse una casa, otros un coche, otros casarse, otros tener un hijo, otros querían ser fumadores. Quisieran una o varias cosas de las mencionadas, si querían parecer adultos o demostrar su madurez, la presión social daba a entender que fumar era algo positivo. Lamentablemente, incluso hoy en día, el fumar aún se presenta como un rito de iniciación para nuestros jóvenes.


El término “fumador”, pronto dejó de ser solamente denotativo y las tabaqueras fueron aderezando sus connotaciones positivas. La Industria consiguió que el fumar estuviese bien visto, es decir, aceptado socialmente. Logró este artificio no sólo gracias a un impetuoso marketing, sino más bien aprovechando la naturaleza adictiva de la nicotina. El ser fumador se presentaba como un rasgo más por el que definir a una persona. Podía ser hombre o mujer, soltera o casada, angloparlante o francófona, fumadora o no-fumadora, ortodoxa o católica etc. En resumidas cuentas, con tantos años de normalización del acto, se habían olvidado, obviado o ignorado las consecuencias de que unos fumasen y otros no o, mejor dicho, no quisieran fumar.

En la España de los 80, uno nace, crece, se alimenta, respira, fuma, se reproduce y muere. Unos activamente y otros pasivamente, pero respiraba humo de tabaco casi el 100% de la población. Eran tiempos en los que se pensaba que el tabaco era algo rentable para el Estado; los tiempos dorados de la Tabacalera Española. Por eso, el consumo de tabaco era promovido y auspiciado por el mismísimo Estado. Sin embargo, los tiempos han cambiado y el tabaco ya no es rentable para nadie, salvo para sus beneficiarios directos.

La cuestión es que la mentalidad ha cambiado, la concienciación médica va dando su fruto y el derecho se ha acomodado a las nuevas demandas de una población que ya puede decir, sin temor y sin sentirse ridiculizada, que el humo de tabaco le molesta y le enferma.

Las tabaqueras, en pleno proceso de privatización, con su repertorio de mentiras, sofismos, entelequias, agasajos, embelecos, chantajes y amenazas, i.e. manipulación, han insistido en preservar a toda costa la buena imagen del fumador: su orgullosa y reputada identidad.

¿Qué no encaja de todo esto? La supuesta identidad del fumador. El hecho es que esa identidad no existe. Igual que el hábito no hace al monje, el acto de fumar no adscribe a nadie a una supuesta clase fumadora, al menos desde un punto de vista objetivo. El ser identificado como fumador responde a intereses económicos ajenos. Sólo responde a la terminología eufemística usada por los mercados tabaqueros para referirse a los consumidores de sus productos, a sus clientes. La protección de su condición de consumidor habitual, cuya dependencia de la nicotina es cada vez más vulnerable a la presión social, pasa por dotarlo de una identidad artificial, moldeada a gusto de la Industria Tabaquera.

Alguien que conciba de manera generalizada el hábito de fumar como una expresión de libertad, puede verse tentado a justificar el libre albedrío para el ejercicio del acto con el Art. 14 de la CE, que prohíbe la discriminación por razones de nacimiento, raza, sexo, religión u opinión, no siendo numerus clausus al establecer in fine "...o cualquier otra condición o circunstancia personal o social".

No voy a entretenerme en explicar qué caracteriza a una “circunstancia personal o social” como la de ser menor de edad, minusválido, padre o estar divorciado. Fumar es sólo un acto supuestamente voluntario y, como tal, no es algo intrínseco, permanente o inevitable; como parece que nos quieren dar a entender algunos al intentar incluir al fumador en esa parte del artículo 14 y así poder hablar de discriminación en el texto de la Ley 28/05.

Si yo coloco un cartel de “prohibido fumar” en un lugar cerrado de uso público, no les estoy prohibiendo la entrada a las personas que suelen fumar. Únicamente estoy prohibiendo el acto en ese lugar concreto. Si alguien de los que entra en ese espacio fuma en su casa, no es asunto mío. No es algo que incumba a nadie. De la misma manera, si yo prohíbo practicar el acto sexual en ese mismo lugar, eso no me convierte en un beato que les esta prohibiendo la entrada a personas con una vida sexual activa.

De todo ha de haber en la Viña del Señor. Así por ejemplo, es lógico que diferentes individuos tengan fines diferentes y que diferentes individuos tengan aficiones, costumbres, hobbies, religiones o creencias diferentes. Es lógico que muchas personas se identifiquen orgullosas como practicantes de una afición específica. Es normal que tengamos un 0.5% de personas que quieran ser llamadas coleccionistas de sellos, un 5% a las que les guste el automovilismo, un 3 por ciento de salseros, un 6% de aficionados al sadomasoquismo, un 5% de cantantes y un 3% de personas a las que les guste introducirse tabaco chamuscado en los pulmones. Sin embargo, si asumimos que hay un 20 o un 30% de orgullosos fumadores, algo falla.

La presión social hace que los adolescentes asuman identidades y fines ajenos como propios. Esto es lo que está pasando con el fumador: es alienado por la manipulación social de las tabaqueras. Por tanto, en la mayoría de los casos, si insistimos en que la identidad del fumador existe, el individuo probablemente está alienado.

Resulta extraño que el liberalismo, que tanto vitupera los supuestamente alienantes estados y defiende a la Industria Tabaquera, justifique la alienación en este caso, o más bien no la quiera ver. Quizás sea que el ánimo de lucro de unos pocos lo justifica todo.

También hablan los ideólogos tabaquistas del “rollo Macabeo del fumador pasivo”, mientras tratan de ocultar el hecho de que la condición de fumador pasivo no es precisamente incompatible con la de fumador. Quieren hacerle creer al fumador que tal cosa no existe o que, su superior identidad, elimina la posibilidad en el espacio y en el tiempo de que puedan ser ellos fumadores pasivos. Es como si el hecho de fumar los inmunizase contra las molestias y perjuicios que puede ocasionar el humo de tabaco ambiental.

La pureza étnica del fumador activo que no es pasivo ni quiere serlo nunca, es difícil que se manifieste en el mundo físico. De existir, tal sujeto sería alguien que sólo fuma al aire libre y sólo entra a espacios libres de humo.

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