lunes, julio 09, 2007

La envidia del pirómano: el fumador despistado I


Los incendios cigarriles normalmente se reducen al ámbito doméstico. Un borracho que se queda durmiendo en su cama con el cigarro encendido, ceniceros demasiado cerca de unas cortinas, colillas sin apagar que se tiran sobre una vieja moqueta que ha perdido sus propiedades ignífugas etc. Es normal que pase en casa de uno. Los accidentes domésticos son frecuentes y, si juegas con fuego, al final de quemas.

También hay muchos fumadores que en muchas ocasiones son pulcros en su hogar pero creen que el basurero municipal comienza a un metro de la fachada de su casa. Entonces, apenas notan el calor del incandescente cigarro consumido hasta el filtro, como si de un acto reflejo se tratase, lo lanzan asqueados lejos de su presencia, sin molestarse en ir a darle un pisotón después. Algo así debió de sucederle al emblemático edificio Winsor de Madrid. Por actitudes de ese tipo, alguien que dirigía una cooperativa de exportación hortofrutícola tuvo que prohibir fumar en todo el recinto laboral en el 2004, so pena de despido. Concedió más de una oportunidad y quiso ser tolerante, pero no le dieron opción.

En 1.996, una remesa de 500 cajas de cartón para envasado cayó pasto de las llamas a causa de un extraño accidente en una estancia donde la instalación eléctrica de seguridad no pudo tener la culpa, como tampoco pudieron tenerla los detectores de humo, que se hallaban fuera de servicio. Cuando les preguntaron a los trabajadores de ese día la razón por la que le habían cortado la alimentación a los detectores, éstos confesaron: “para poder fumar”.

En 2003, un nuevo incendio se originó en una nave de carga en el turno de tarde, a la hora de la merienda, cuando menos empleados había. Esta vez los daños fueron cuantiosos. Quedo inutilizada toda la maquinaria, sometida a las altísimas temperaturas y se tardó semanas en conseguir que la nave volviese a estar en producción. Esta vez, nadie quiso confesar, pero el informe pericial de la aseguradora concluyó: un cigarro mal apagado fue el origen.

En 2004, se vuelve a repetir la historia en otra nave diferente. Ni los equipos extintores, ni los detectores de humo sirvieron. Las llamas se produjeron a la hora de la comida e igualmente los bomberos tuvieron que acudir a socorrer el cartón, el género y la maquinaria. Para colmo, el miedo o el sentido de culpa del fumador responsable, hizo que éste cometiese la torpeza de inutilizar material de peritaje de la aseguradora y destrozar la videocámara de una reportera de televisión. Sólo eso fue la gota que colmó el vaso. Entonces, la Junta Rectora, enfurecida como nunca lo había estado, dictaminó por unanimidad la drástica medida. Para que algo así fuese aceptado, mostró su indudable condescendencia, manteniendo al fumador responsable del último incendio en la plantilla. Desde aquel momento, ni él ni nadie ha fumado en esa empresa; ni en los almacenes, ni en las oficinas.

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