jueves, julio 12, 2007

La envidia del pirómano: el fumador despistado II

Muchos fumadores llevan muy mal el verano; se agobian durante sus vacaciones, se fuman un cigarro y, creyendo que el mundo es un cenicero, lo tiran por ahí. Algunos conductores adictos soportan estoicamente el hedor de las colillas y la ceniza acumuladas en el cenicero de su coche; otros no. No sé si son los mismos que aseguran por aquí en la red que, nuestros vehículos, contaminan las calles más que sus cigarros y que ellos no tienen coche. El caso es que he visto salir de las ventanillas de todo tipo de vehículos cigarros encendidos, ya sea por Despeñaperros, ascendiendo al Montseny, o por los campos manchegos. Quienes más perjudicados salen del inextinguible fuego del pitillo son nuestros bosques. Despiste, negligencia, accidente... tienen muchos nombres los incendios que tienen su origen en un cigarro mal apagado. Además, a los fumadores también les gusta disfrutar de su artificial vicio en la naturaleza, como en el antiguo anuncio de Marlboro Country.

Las disculpas concedidas a la mano del hombre que suele estar detrás de los incendios son muchas. Hablando con personal especializado he podido saber que, en demasiadas ocasiones, se achacan incendios a causas fortuitas o naturales, ajenas a la negligencia o la intención. Así, proliferan las conclusiones oficiales que nombran como motivo de incendio a las tormentas eléctricas, a las líneas de alta tensión, a las precipitaciones de meteoritos y basura espacial o a la combustión espontánea, siendo cínicos. Son cosas que ocurren sobre todo en los ayuntamientos de las zonas rurales de la España profunda.

Las causas reales son otras en la mayoría de esos casos. Resumiendo: la quema de rastrojos y otras actividades agrícolas indebidas, las barbacoas de los domingueros y, como no, sus siempre bienvenidos cigarros, tan inofensivos como siempre.

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