domingo, diciembre 23, 2007

El poder de la adicción

A otro día fui a comprar frutas y verduras al mercado central de Almería. En cada una de sus varias entradas se advierte la señal internacional de prohibido fumar. Efectivamente, cuando entré, entre toda la muchedumbre no había nadie fumando. Todo el mundo iba a lo suyo, a comprar, y todos parecían ajenos en ese momento a la existencia del tabaco, como así lo atestiguaba el único olor distinguible: el de las frutas y las verduras.

Faltando poco para irme contento, mientras sacaba el dinero de la cartera para pagar, coincidiendo con el instante de la inspiración me llega el tufazo a humo radiactivo tan repentinamente que está apunto de hacerme toser. Espero a terminar de pagar y, mientras veo como parte del hollín cancerígeno de su cigarro se precipita sobre las habichuelas, le digo:

-Disculpe, aquí no se puede fumar.

Entonces, el rostro del señor tan despreocupado, tan tranquilo y relajado hasta ese momento, con cara de sueño incluída, cambia como la noche al día. Me mira fijamente a la cara, con los ojos abiertos como platos y con la boca abierta, como si hubiese visto un fantasma y sin articular palabra. De modo que rompí el hielo:

-No se sorprenda usted tanto, es normal que no se pueda fumar aquí. Es poco higiénico hacerlo delante del género.

Responde, ahora con cara de cordero degollado:

-Pues yo no he visto ningún cartel de que esté prohibido. Me extraña mucho, aquí el techo está muy alto y está ventilado por todos lados. De todas formas si hubiese sabido que está prohibido fumar, lo habría apagado al entrar. Ya lo apago.

El cartel estaba justo al lado de la balanza. Era más grande que su despiste y, si no lo vio él, tuvo forzosamente que verlo su mujer mientras le pesaban la compra y se preparaba para pagar. Pero sólo me molesté en darle una explicación: “Lo siento, es la ley”.

En vista de que su mujer también comenzó a observarme contrariada, sólo justo al final del episodio, la incomodada dependienta se atrevió a mostrar un atisbo de “intolerancia” al ponerse de mi parte, no sin antes dar un profundo suspiro y mirarme con cara de asco:

-Es verdad. Aquí está prohibido fumar.

Es lo de siempre. La creencia de que no dejar fumar es signo de intolerancia y de mala educación prevalece en demasiadas ocasiones. No es normal que la encargados prefieran hacer la vista gorda antes que impedirle a la gente que lo llene todo de humo y hollín. No es tanto culpa de los voltarios fumadores como de sus díscolos “defensores”.

2 comentarios:

Doc Brown dijo...

He de comenzar diciendo que soy fumador desde la tierna adolescencia y ya he intentado dejar de fumar con más o menos éxito varias veces en los últimos años, pero acabo recayendo, pero no por eso voy a dejar de intentarlo. Una vez dicho esto, la verdad es que me parece lamentable que muchos fumadores sean tan irrespetuosos con los no fumadores. En el caso que comentas no es que haya o no haya carteles de prohibido fumar, es que es de sentido común, al margen de la mítica ley de todos conocida y de también bastante sentido común. Me parece estupendo que prohíban fumar en todas partes, incluso en los bares, que aunque me fastidiaría, todos acabaríamos acostumbrándonos a salir a la calle a fumar.

Lo que no es de recibo es el fundamentalismo que mucha gente tiene con todos los fumadores. A los que respetamos los sitios sin humo que nos dejen en paz.

Iracundo dijo...

El fundamentalismo con los fumadores sólo se dará cuando no puedan fumar en la intimidad del hogar, o en sus clubes privados de acceso exclusivo. Mientras tanto, no digas que pagan justos por pecadores porque no es así. El que se siente aludido, perseguido, es porque ha sido víctima de esos zizañeros que defienden su negocio.