lunes, mayo 11, 2009

Coco Chanel y las fumatrices

Nunca parece zanjarse este conflicto entre la publicidad indirecta del tabaco y la censura artística. Como tantas otras veces, ha ocurrido con la promoción de ésta película. Por supuesto me parece bien que los gestores del metro parisino hayan “censurado” el cartel publicitario. No me parece bien que se use la predispositiva palabra “polémica” para valorar la noticia. Si Coco Chanel fumaba o no, me parece irrelevante para el caso que nos ocupa. Si es estrictamente necesario que la película incluya escenas de tabaco porque ello ayuda a una caracterización fiel del personaje, pues vale; que sea clasificada adecuadamente y se usen las debidas advertencias en su caso. Sin embargo, no me parece necesaria para promocionar el film la exhibición directa del acto de fumar o la pose con el cigarro. A decir verdad, el objeto de un cartel publicitario es la promoción, la publicidad.

En este caso, parece que se quería promocionar algo más que la película y, es evidente por tanto, que la promoción en sí de la película y el medio empleado son elementos ajenos a la obra de arte en cuestión. En conclusión, no existe la censura sobre la película como por ahí dicen. Y si los carteles publicitarios han de considerarse arte, sus exhibiciones deben estar condicionadas a unas mínimas reglas de decoro, decencia y oportunidad. Eso no es censura. Se puede promocionar la película sin que sus carteles interfieran en la efectividad de la política antitabaco francesa, ¿qué problema hay?

Hace poco el CNPT destacó el uso abusivo y perjudicial de escenas de tabaco en un gran número de películas premiadas en esta última edición de los Óscar. No es ya sólo el hecho de que se fume innecesariamente en la mayoría de los casos, pero es que además, aún cuando fuese necesario, se echa en falta cierto nivel de compromiso social en este sentido por parte del séptimo arte. No creo que sea costoso prescindir del 80% de las escenas de tabaco que últimamente se exhiben en los cines. En los EEUU, la Administración ha ayudado bastante con el criterio “número de escenas de tabaco”, a la hora de establecer las clasificaciones por edades de los filmes. Afortunadamente, en ese país a veces tenemos la suerte de toparnos con un director al que se le nota su aversión al tabaco, como en el caso de la película Max Payne.

Peor es lo que sufrimos en España. Aquí, el incomprensible culto al vicio premia el mal gusto, la ordinariez, lo obsoleto, lo anacrónico. Parece que el complejo de dictadura mantiene la mentalidad de los 70 o los 80 en plena vigencia. Escenas de cama y temas rancios, que parecen más propios de la España en la época de la post-represión sexual de finales de los 70 y primeros de los 80, inundan el panorama cinematográfico español. Por supuesto, esa obsolescencia no se priva del tabaco; en las series para televisión también ocurre.

Resulta particularmente obscena la insistencia con la que aparece nuestro prototipo de mujer joven, retratada como fumadora experimentada (en lugar de empedernida). Se pueden ver nuestras actrices de más éxito paseando su particular estilo por la pantalla. A menudo, sin ellas mismas saberlo, prostituyen sus pulmones cual meretrices. Son las fumatrices.

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