martes, diciembre 15, 2009

Tabaco y cambio climático

Últimamente se está tratando desde diferentes medios el problema del cambio climático. La ONU intenta buscar una solución estos días en la Cumbre de Copenhague. Difícil problema. A juzgar por los indicios, frente a lo que desde nuestra fé ciega pretendíamos creer, en realidades limitadas, no pueden operar variables ilimitadas.

Que ahora en un planeta de 40.000 km de circunferencia quepamos bien 6000 millones de personas, no significa que existan recursos suficientes para 50.000 millones de personas en 100 años. Ahora mismo, de carbón accesible no quedarán mucho más de unos cuantos miles de millones de toneladas; de petróleo no existirán más de unos cuantos cientos de kilómetros cúbicos. Las zonas destinadas a la gestión de residuos (basureros), no pueden ocupar un área en sempiterna expansión. El crecimiento económico debe tener un límite, pues nada crece eternamente y sin fin.

Por su parte, a la atmósfera, no se puede liberar de manera sostenida en el tiempo (hasta el fin de los tiempos) CO2 a un ritmo superior al asimilable por la naturaleza. Todo esto, sin embargo, se ha estado haciendo actualmente y la solución no puede aplazarse sine die.

La crisis económica y el cambio climático parecen certificar el comienzo de la decadencia de un modelo inaplicable de manera indefinida en el tiempo en un entorno limitado (era lógico y se veía venir). Aquello a lo que actualmente llamamos crisis económica podría no serlo como tal. Podría tratarse sencillamente de una adaptación del modelo a una nueva realidad de orden físico, de tal modo que la percepción de esta realidad acarrease una serie de tendencias en consecuencia y que, al no haber experimentado precedentes en la historia de la humanidad, lo confundiéramos con aquello a lo que llamamos crisis.

Si es así, no hablamos de crisis porque las cosas jamás volverán a ser como antes. Si nuestras necesidades creadas y nuestras ansias de desarrollo seguían creciendo de manera ilimitada, la escasez de recursos lo haría proporcionalmente; lo mismo que lo hizo siempre, con la salvedad de que ahora somos conscientes de ello. Nos estamos retirando la venda de los ojos, pues hemos concluido que nuestro destino es ineludible.

Así pues, a grandes rasgos, lo único que los estados pueden hacer al respecto es promover políticas de austeridad. Promover el rechazo de la sociedad al despilfarro y reorientar la obsesión por la eficiencia. Algo fácil decir, pero imposible hacer y, sin embargo, hay que intentarlo.

Teniendo en cuenta este contexto, la dependencia de la humanidad de los intereses de la Industria Tabaquera representa uno de los mayores sinrazones imaginables. Nos amenaza la crisis alimentaria pero, pese a ello, seguimos auspiciando las esterilización de las tierras con un cultivo intensivo de enormes necesidades hídricas y cuyo valor nutricional es cero una vez envasado. La deforestación avanza a pasos agigantados y nos da igual que se talen vastas superficies boscosas y se destinen a secaderos de hoja de tabaco. ¿nos quejamos de la contaminación? Bien, pero seguimos sin hablar de los procesos industriales asociados a la manufactura de las labores del tabaco.

Podría ser que la cantidad de CO2 liberada al a atmósfera por la combustión de los cigarros y la actividad de sus fábricas de productos químicos no representase una proporción significativa en comparación con la de las plantas térmicas o la industria automovilística. Sin embargo, pensemos que las toneladas y toneladas de cigarros que se producen diariamente tienen como destino final la combustión y la liberación de tóxicos a la atmósfera. Que las humaredas de los cigarros estén diluidas por todo el territorio nacional y no concentradas en una enorme chimenea no cambia el hecho de que, mientras escribo esta líneas, se están quemando unos tres millones de cigarros innecesariamente con repercusiones catastróficas en las “capas bajas” de la atmósfera.

Hace falta una conciencia global sobre el problema de la contaminación por CO2 en la atmósfera. El humo de tabaco es un buen ejemplo a la hora de establecer símiles que crean en el público una nueva conciencia en la percepción del problema, y la propuesta de reducir esta actividad constituiría un buen punto de partida si vamos a considerar de qué podemos prescindir y de qué no en nuestra sociedad del bienestar. Máxime si este nauseabundo negocio crea adicción y malestar mientras lo que vende sigue sin valer para nada.

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