jueves, junio 15, 2006

José María Mohedano y sus bufonadas

Es conocido por muchos de nosotros que el “Club de Fumadores por la Tolerancia” es una organización sierva de la industria tabacalera; creada y financiada por ella. Pero hay un detalle que no conocéis acerca de su corte de séquitos y de sus secuaces. He hecho algunas pesquisas recientemente. Resulta que uno de sus socios, José María Mohedano, hace las veces de bufón entre los personajes de esa nutrida corte de tertulianos y columnistas al servicio de Su Majestad El Cigarro.

Esto de la Internet es fabuloso para seguirle la pista a cualquier personalidad por discreta que trate de ser –aunque no sea éste el caso precisamente-. Pues haciendo memoria sobre algunas averiguaciones sobre su trayectoria personal y profesional he podido concluir que este señor es un tipo gracioso, muy simpático que posee un inconmensurable talento para la traición. Tal es así, que cuando avisté el otro día su obra en la librería, no pude evitar la tentación de adquirirla. Me dolió un poco el hecho de que alguna manera haya podido contribuir a llenar las ya rebosantes arcas del Club que tanto odio. Pero, por otro lado, pensé que el libro me iba a hacer rejuvenecer con las más que previsibles carcajadas que me provocaría. Ello compensaría en parte el daño a la salud que he debido de sufrir durante años de fumador pasivo. No me equivoqué, porque por 11,90 €, este bufón te promete una tarde de lectura sin igual: Risas y carcajadas hasta el lacrimeo. Os lo juro.

El libro en cuestión tiene por título esta facilona pregunta retórica: ¿Quién defiende al fumador?. En él encontraremos todo lo que un no-fumador malicioso puede desear, todo puesto a modo de carnaza sin anzuelo para que uno se cebe poniendo verde a su autor. Entre sus titiriteras ideas y malabarescos argumentos encontraremos el infalible conglomerado de fórmulas al que estamos acostumbrados: Mentiras por doquier, anacronismos rancios, mezcolanzas de churras con merinas, contradicciones a tutiplén, relaciones entre velocidad y tocino inéditas, salidas por los cerros de Úbeda, comentarios arrogantes y prepotentes, mezquindades sin parangón y chulerías varias -amen de otros inefables disparates -. En fin: una orgía de dicciones harto risibles. He dicho antes lo de inéditas contradicciones porque, en esencia, no encontramos demasiadas cosas nuevas. En realidad es una recopilación de datos, historias y escritos de amiguchos suyos que, con paciencia, ya se pueden encontrar en Internet. De hecho la primera parte del libro es, en gran parte, una historia del tabaco probablemente traducida de http://www.tobacco.org o adquirida de las fuentes en las que se basa.

Este batiburrillo de escribidurías está estructurado según el típico modelo de preguntas y respuestas. Aunque ya sabemos que es más de lo mismo, antes de que lo entreviste un día de estos El Loco de la Colina, os prevendré un poco sobre lo que podéis encontrar en este bodrio, a la vez que haré alguna referencia a los momentos más brillantes de este lenguaraz bufón.

Nada más empezar, no se le ocurre otra cosa que presentarse con su referencia a la misma cantinela de siempre: Esas epicúreas razones que hablan de lo placentero que es el fumeteo por encima de todas las cosas, como valor absoluto. De hecho, en algún momento del libro, hace valedera a través de citas ajenas la idea de que el que no disfruta fumando no merece vivir. Casi al pié de la letra plagia –imagino que consentidamente- a su camarada Fernando Savater y su libro “Los pequeños placeres de la vida” –las pequeñas torturas de la vida traducido al cristiano-. Sí, estos señores consideran a los exfumadores que nos defienden unos chaqueteros; ya que “El problema es el de las personas que han sustituido el placer de fumar por el placer de perseguir a los que fuman”. Supongo que esta gente piensa que alguien es libre o no para empezar a fumar, pero reconoce que una vez que fuma no puede dejarlo, o bien considera contrario a su moral o intereses el dejarlo una vez que se ha empezado, como si fuera un acto de disidencia. No sólo eso; para esta fauna, la virtud del cigarro trasciende límites materiales y consigue infundir virtud en el fumante. Pero mientras hablan tanto de intolerancia y de discriminación por nuestra parte, no dudan en despreciar la postura del que elige no fumar con el chincha rabiña de un niño pequeño, “Pobres políticos a los que no les gusta ni fumar, ni comer, ni beber (...)”. Porque claro, si no fumas es porque seguramente eres un amargado y aquí te lo demuestra él dándote envidia. De manera que los no-fumadores y la Ministra de Sanidad lo que tienen es envidia cochina, y lo demás son cuentos.

Tiene gracia la lectura que ha debido de hacer el Señor Mohedano de la Ley 28/05. Es como cuando Mefistófeles le pasaba a Fausto las páginas de La Biblia para que sólo leyera lo malo. Pero lo peor es que no sabe ni copiar lo que lee. Cito: La Ministra de Sanidad acaba e salirse con la suya y ha conseguido que los legisladores hayan aprobado una Ley Antitabaco, que prohíbe fumar en todos los centros de trabajo y lugares públicos, incluidos bares y restaurantes, (…). ¡Qué más quisisera yo! ¿Pero dónde dice eso la Ley?. Bueno, y lo demás ya lo conocemos: que si somos peor que el inquisidor Torquemada, que si derivamos un placer sádico de perseguir por perseguir, que si el alcohol es peor, que si lo realmente importante es hacer cumplir el protocolo de Kyoto etc.

Comenzado el interrogatorio, comienza quejándose –es casi lo único que hace a lo largo del libro- , de que el intolerante gobierno no deje fumar en los centros laborales. Es frecuente en esta gente una serie de síntomas que le hacen a uno pensar; a saber: manía persecutoria, Síndrome de Estocolmo y agorafobia. Es extraño lo de la agorafobia en España, si tenemos en cuenta el fabuloso clima del que disfrutamos y el decadente modelo urbanístico de calles estrechas. Y sin embargo a Mohedano le parece excesivo lo de salirse a la calle a fumar un cigarro para calmar su vicio. En ese aspecto son intransigentes: tienen que fumar mientras trabajan si les apetece y reclaman una sala específica para ello si los intolerantes no quieren ser ahumados.

Con relación a la cabezonería de fumar en el centro de trabajo y exigir zonas para ello, os confensaré un secreto: Soy un adicto al sexo. Y como yo, muchos otros son los que no estamos dispuestos a permanecer en nuestro puesto de trabajo sin practicar el acto sexual durante más de tres o cuatro horas. Y mira por donde, en ninguna empresa creo que haya salas de vis-a-vis para que apacigüemos nuestra libido. Y encima no puedo salir a la calle para practicar el susodicho acto porque, aunque fuese un eyaculador precoz y tardase menos de lo que tarda uno en fumarse un cigarro, sería un acto de exhibicionismo obsceno. Ahora bien, si se me ocurriera proponer la creación de una zona específica para practicar el sexo dentro de la empresa, con el pretexto de que ocho horas sin poder procurarme alivio son demasiadas, me dirán que soy un sexópata y me obligarán a que busque asistencia médica; Alegarían que tengo un problema. Entonces, de la misma manera, yo digo que si uno no puede estar más de ocho horas sin fumar tiene un problema; y debería buscar terapia para deshabituarse. Pero no, ellos no transigen ni de una manera, ni de la otra.

Otra cosa que llama la atención, son las interpretaciones maximalistas de los informes de la OMS, y de la Ley 28/05. Es lo de siempre: que hemos declarado la Guerra Santa o Yihad antitabaco, que es una cruzada contra los pacíficos fumadores, que si el totalitarismo al estilo “1984” de G. Orwell, que si la poca confianza por parte del gobierno en la capacidad del ser humano para convivir etc. Todo ello entre intentos con los que desesperadamente intenta desviarse del quid de la cuestión, como son las referencias al paro, a los contratos basura, a las listas de espera en los hospitales etc.. Con ello demuestra tener una asombrosa habilidad asociativa, pues consigue relacionar constantemente la velocidad con el tocino. Todo ello mientras se sale por los cerros de Úbeda y tergiversa citas ajenas.

En el capítulo “¿Cree usted que hay algo de inquisitorial en la nueva ley?”, llegamos a los divertidos anacronismos. Más o menos es lo visto en “A History of Tobacco”, como ya mencioné, pero una vez más ha sido Mefistófeles el que le ha subrayado lo que tenía que leer. En resumidas cuentas, exhibe una astucia desmedida. Realmente consigue que los no fumadores se sientan culpables. Por si lo anterior no había funcionado, ahora intenta chantajearnos emocionalmente con su victimización de los fumadores. A lo largo de la historia han sido vilipendiados, han sido declarados herejes, quemados y condenados a los infiernos, al ostracismo, se les ha cortado la cabeza, se les ha perseguido y odiado más que a los Judíos… Nos ofrece en definitiva unas escenas bastante tremendistas; pero está claro que no profundiza en las causas para cada caso, de manera que la información está descontextualizada si tratamos de relacionarla con el fin que persigue el libro. Y todo ello, recordando de vez en cuando, las insidiosas acusaciones que, según él, la OMS y el gobierno vierten sobre el tabaco como responsable de todos los males de la sociedad.

En el siguiente capítulo, aparece la primera contradicción. Si antes nos dijo al comienzo del anterior que la Ley Antitabaco era el producto de la “reaccionaria e inquisitorial tradición hispánica”, ahora nos dice que no, que es importada de los EEUU. Sacamos la conclusión por tanto de que es incapaz de mantener un mínimo de orden en su cabeza. En un primer momento podría parecer que la ira lo obceca. Pero luego nos percatamos de cual es el problema: Ya nos confesó que era un comedido fumador de puros vegueros. Es cierto que bajo los efectos de las drogas, el romántico Colleridge con su opio, o los surrealistas con sus mezclas experimentales de alucinógenos, escribieron obras maestras de la poesía. Preciso: obras literarias, i.e. novela o poesía. Pero para hablar de estos temas, de forma pretendidamente seria, es necesaria cierta lucidez. Hace falta conservar la objetividad y la capacidad crítica intactas, porque hay que pensar con la cabeza y no con la caja de puros vegueros que tenemos entre el ennegrecido teclado y el amarillento ratón. No es estético, sino prepotente y chulesco, aprovechar una borrachera de nicotina para armarse de valor y lanzar improperios contra el Estado, contra el fumador pasivo y contra cualquier otro que se ponga a tiro; como así lo hace Mohedano. Pero claro, es probable, que si él cree que el fumar agudiza el ingenio –entre otras virtudes-, trate de sacarle partido a sus vegueros a la hora de escribir su libro. A decir verdad, pensará que ha hecho trampa, que se ha valido del doping como algunos ciclistas, que se ha administrado nicotina para invocar a su particular musa de la inspiración y asombrarnos con su biperina lengua.

El único momento en el que tengo que reconocer una sincera simpatía hacia el autor es cuando narra: “Hace tiempo que empecé a creer que aquello del pecado original no tuvo nada que ver con la manzana, que fue una invitación a fumar que Eva le hico a Adán, y que la serpiente, por supuesto, es una gran fumadora.” -Eso tiene gracia y es ingenioso-. Lo dice a propósito del placer sádico que derivan las autoridades sanitarias en general “impidiendo el goce y la relajación que produce el tabaco”. Supongo que con esta actitud, él jamás acudirá a un matasanos por fuerte que sea el dolor de muelas que sufra, o pensará que el mejor médico es uno mismo y sabrá automedicarse.

También es risible el tratamiento estadístico que nos ofrece. Desde luego es alarmante para nuestros intereses el hecho de que en España 200.000 familias vivan gracias al tabaco. Lo único que me cabe esperar es que todas esas familias no sean numerosas, sinceramente. Todo el tratamiento estadístico que hace –por supuesto poco creíble- viene a cuenta de la alusión a la hipocresía con la que se aborda el problema desde el punto de vista económico, con los tópicos sobradamente conocidos que ya hemos desmitificado.

Es a veces un poco pesado y reiterativo con la idea del Estado inquisitorial y moralista. Lo cual no le favorece en absoluto, porque hace que uno termine dándose cuenta de su terrible confusión, sin darle oportunidad a ésta de que pase desapercibida. Me refiero a que un verdadero Estado de Derecho, no trata de imponer la virtud ni de moralizar. Cada uno es, efectivamente libre de elegir el camino del vicio o la virtud –aunque el Estado puede decidir la conveniencia de orientarnos hacia lo segundo para favorecer el bienestar general-, no obstante hemos de suponer que no impone una moral, sino que trata de proveernos de las armas para ejercer nuestros derechos. Además, si derechos de diferentes individuos o entidades entran en conflicto, habrá que regularlos. Por lo tanto, el Estado no impone la Diosa Salud, ni su fundamentalismo; sólo ordena derechos para que la convivencia sea posible y las libertades no entren en conflicto. Aplicándolo al caso concreto, no se le ha prohibido fumar al fumador, sino que se le ha permitido al no-fumador no fumar. De todas maneras está claro que es inútil tratar de convencer al escritor de esto. La causa está en que él niega la existencia natural del fumador pasivo. De acuerdo con él, es una invención del Estado o una psicosis colectiva inoculada por aquél. Como él dice: “El gran truco que se han buscado los demonizadores del tabaco es el rollo Macabeo del fumador pasivo.”

Asumiendo lo anterior, me pregunto que pensaría este amante del cigarro si algún día se topase con esta dedicatoria que le estoy escribiendo. Es probable que creyera que ha abusado –y mucho- ese día de sus vegueros y que está alucinando; salvo si cree en los fantasmas. Encontraría que esto lo ha escrito alguien sin interés político alguno y que, a diferencia de él, se molesta en escribir sin recibir una contraprestación económica. Algo difícil de entender en estos días, ¡que altruista por mi parte! ¡Fíjate tú!. Y para colmo, este humilde escritor de bitácoras no busca ni fama, porque el tema no da mucho de sí y el público al que se dirige es minoritario –una veintena de personas-. Entonces, ¿Cómo es posible qué, sin militar en un partido socialista, odie tanto al cigarro? ¿Por es tan gratuitamente sádico apoyando una Ley que ni me va me viene?. Porque me molesta y me da asco, respondería yo. Sí, efectivamente, a muchos fumadores pasivos nos molesta el humo de los cigarros y los puros. Nos da asco el humo de vuestros cigarros y de vuestros puros. Nos preocupa el efecto que pueda tener sobre nuestra salud el humo de vuestros cigarros y de vuestros puros ¿Es tan difícil de entender?

Siguiendo con las cuestiones de salud, después de leer este panfleto, he podido entender más a fondo un aspecto que se me olvida de algunos fumadores: la pérdida aguda de objetividad. Muchos de ellos, como es éste el caso, parecen tener claro que los demás somos unos quejitas y unos histéricos. No obstante, él nos atribuye dos enfermedades, - ambas descubiertas por él-: La tabaquina y la fobia al humo. No me extraña que a estos cavernícolas les de lo mismo ocho que ochenta, como lo demuestran cuando hablan de las inconveniencias sanitarias del tabaco, las cuales reconocen cuando no les queda otra. Mohedano pone el grito en el cielo cuando el CNPT, asegura que los bebés de las fumadoras pueden nacer con un perímetro craneal reducido y, por tanto, sufrir un retraso en el desarrollo intelectual y emocional. Pero él, que es hombre sabio, rectifica esa inexactitud diciendo que la capacidad del cerebro no se mide por el perímetro o por el volumen craneal, sino que depende de las circunvoluciones de la corteza cerebral. ¡Vaya! Esto me deja algo estupefacto. Parece darnos a entender que no le importaría que su hijo naciese con una cabeza de jíbaro, con tal de que tuviera unas pocas luces más que él. En cualquier caso, supongo que si tuviera un cabeza de chorlito por hijo, podría atribuirlo perfectamente a la herencia –y con razón-, antes que culpar a sus queridos vegueros. Lo chocante es que sea un defectillo aceptable para él; igual que si por fumar en el embarazo, en vez de nacer con cuatro kilos su hijo, nace con sólo tres, ¿Quién lo va a notar un kilo de más o un kilo de menos salvo un histérico fundamentalista de la salud?. Sin duda es una dimensión del conformismo del fumador que no conocía antes. Me ha ilustrado bastante sobre las prioridades de estos adictos.

Tampoco pasa por alto Mohedano la relación entre el vicio y la longevidad. No para de caer en sus propias trampas una y otra vez. Quiere combatir las para él infundadas teorías de los ignominiosos no-fumadores, según las cuales, el tabaco acorta la vida. Por fortuna para nuestros intereses, se limita a recordarnos las excepciones que confirman la regla: Ese rollo pueblerino, propio de los calorillos, de que si fulano fumaba y vivió mucho, que si mengano abusaba y vivió aún más. Cita ejemplos igual que cualquier defensor de su vicio, sólo que con más recochineo y pedantería que la mayoría. Podría ser, que él piense que Matusalén era muy fumador, -tradición que debió de heredar de la serpiente- y por eso vivió tanto; o que Maricastaña está todavía viva, y sigue fumando tantos puros como de costumbre.

Como buen apólogo del tabaquismo, además de instar al incumplimiento de la Ley con sus mensajes subliminales, Mohedano niega la efectividad de los “atemorizantes letreros fúnebres” en las cajetillas de tabaco. Es más, comunica a los vasallos de Su Majestad el Cigarro que no están dirigidos a ellos salvo quizás para amedrentar y nada más. Dice estar convencido de que van dirigidos a los no-fumadores que los rodean, con el único objetivo de estigmatizar y convertir a los fumadores en los apestados de la sociedad. Por supuesto, no duda en comparar los planes del gobierno para reducir el número de fumadores con el gusto de los nazis por la pureza racial. Es obvio que todo esto es un indicativo bueno para nosotros: Si él odia tanto esos mensajes, es porque funcionan.

Decía Cervantes que no había libro por malo que sea que no tenga algo de bueno. Pues mira por donde incluso aquí se cumple el dicho. Efectivamente, este picapleitos tan bocazas ahora ejerce y está al día sobre temas legales. Así, nos descubre las diferencias entre el sistema legal americano y el español. Nos explica por qué en Los EEUU prosperan las demandas de las victimas de tabaquismo y en España no. A las diferencias entre los sistemas judiciales dedica bastantes páginas. Hablando en serio, es lo único de lo que es capaz de hablar razonablemente. Me ha llamado la atención especialmente el blindaje judicial del que gozan en España las tabacaleras. Paradójicamente, hace pensar que, la lectura de las advertencias en las cajetillas, suponía para el fumador –que no para el pasivo-, una obligación contractual, mediante la cual el fumador asumía los riesgos de los que era informado y se comprometía a no denunciar a las tabacaleras. Lo cual dificulta el éxito de las demandas. Sin duda, todo esto hace pensar que existió una especie de acuerdo tácito durante aquellos años 80 entre el Estado y la Justicia Española, de un lado, y la Gran Tabacalera de otro. Por otra parte, he de entender que, en la actualidad, con la reciente –y misteriosa para él- irrupción del fumador pasivo en el panorama, esto supone para nosotros un reconocimiento de que, aún sin fumar, esta en peligro nuestra salud. Luego, nosotros, sí estaríamos más legitimados para interponer una demanda si nos viéramos afectados.

Bueno, haré caso del sentido del Decálogo del Buen Fumador y no abusaré más de mis carcajadas, porque me está doliendo el diafragma de tanto reírme con este bufón, “y si algo es un placer, ¿para qué convertirlo en un vicio?”. Tampoco tengo ganas de explicar en detalle los soporíferos aspectos de los diferentes sistemas judiciales, en cuanto a esto del tabaco se refiere. En definitiva, el que quiera leerlo que adquiera el libro, pero que procure no pagar por él. Por favor.

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