sábado, agosto 26, 2006

Un breve y esquemático apunte histórico.

A menudo, durante el III Reich, los Alemanes podían oír un mensaje radiofónico ideado por el Ministro de propaganda Goebbels que venía a decir : “¡Mujeres alemanas!, si estáis embarazadas, no fuméis ni bebáis, ello os perjudicará a vosotras tanto como a vuestros hijos.”

Cuando Hitler, con su habitual crueldad, hablaba de conquistar extensas áreas de Rusia occidental para incorporarlas al reino del III Reich, también aludía al tratamiento que debían recibir las zonas más orientales. Allí sus habitantes ya no eran tan arios, sino más bien eslavos o razas asiáticas propias de pueblos mogoles. Quería que, para las primeras zonas, se distribuyeran lotes higiénicos y provisiones de alimentos en un primer momento, para progresivamente dotar a esos habitantes de las facilidades y privilegios del resto del reino.

Para las razas esclavas de las zonas que quedaran más al Este, sólo habría todo el tabaco y el alcohol gratis que pidiesen; pero ni lotes higiénicos, ni provisiones. La ciencia nazi, guiada por la intuición del Hitler y a partir de los síntomas que mostraban muchos veteranos de la Gran Guerra –donde nunca faltó tabaco-, consiguió demostrar las relaciones existentes entre el consumo de tabaco y el daño a la salud –en concreto el cáncer de pulmón y otras afecciones del aparato respiratorio-.

En resumidas cuentas, el uso social del tabaco no tenía lugar en la Germania ideal soñada por Hitler, el tabaco y el alcohol sólo eran concebidos como un veneno genético sólo útil para debilitar a las razas adversarias.

Pocas semanas después de la capitulación de Berlin, las singulares políticas sociales nazis, tenían que ser sometidas a una memoria damnatio lo antes posible independientemente de su acierto. Como parte de esa operación, se levantó la prohibición de fumar en lugares públicos, se rebajaron los impuestos del tabaco y se auspició el asentamiento de las grandes tabacaleras hoy conocidas en el mercado Alemán que, aunque directa o indirectamente conseguían operar, siempre encontraron grandes obstáculos legales, fiscales y administrativos durante el gobierno nazi.

Al perder la guerra, aquella política exterior racista y agresiva había pasado factura a la lucha antitabaco, dio al traste con una de las pocos logros que Hitler parecía haber conseguido sin maximalismos en política interior. En los años venideros, las políticas antitabaco decididas quedaron estigmatizadas casi hasta el tabú, por cuanto eran consideradas como represivas en una sociedad libre. El dominio de las tabacaleras, instaurado poco menos que por error, perdura en Alemania hasta nuestros días.

En los años 50, Richard Doll, como si de homogénesis se tratase, redescubrió en EEUU lo inevitable: Sólo el tabaco podía ser el culpable del inusitado aumento de casos de cáncer de pulmón entre ciertos sectores de la población americana…

Independientemente del uso instrumental que se le haya dado, la ciencia ha acabado demostrando al mundo la verdadera naturaleza del tabaco, que al final se ha instituido como un enemigo común y universal.

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