viernes, enero 12, 2007

La cultura del abuso

Es la española por lo que comprobamos día a día. Es algo muy generalizado por aquí eso de decir que nuestra cultura va unida al tabaco. Tal es así, que el mismísimo monarca nos lo recuerda de vez en cuando fumando en banquetes oficiales. Se ve que aún vivimos en los tiempos de la extinta Tabacalera Española y del yate Fortuna. Es obvio que nadie va a tener la desfachatez de decirle que se ajuste al protocolo –el cual no creemos que entre en conflicto con la Ley que él mismo sanciona-. Además, la posibilidad de que el Rey Don Juan Carlos deje un día de andar por ahí blandiendo puros encendidos en sus actos oficiales puede ser algo catastrófico, o un signo de debilidad de la nación: El Rey sin Puro, la Tierra sin Rey.

Es muy práctico lo de recurrir al patrioterismo más carca. Se nos atribuye el dudosísimo honor de haber importado esta lacra de las Américas y haberla extendido por Europa. Como si eso fuese razón de orgullo o un dato histórico que nos va o nos viene. Cuando en realidad, de considerarse, se le debería incluir más bien como parte de nuestra leyenda negra, si es que la hubo.

Luego está el dilema de los que se hacen pasar por los mecenas de nuestra cultura cuando lo único que someten a mecenazgo es la insalubridad del aire ajeno. No saben a donde hay que mirar; si se toma como referencia EEUU, malo porque los Americanos han sido históricamente enemigos naturales de la Hispanidad y prohíben fumar; si se mira a Europa también malo porque llevan el mismo camino en cuanto a lo segundo. Entonces, supongo que sólo podemos refugiarnos en el aislacionismo propio de los tiempos del Generalísimo. Sí, será lo mejor para defender nuestro derecho a fumar donde nos dé la gana.

Es conocido por la prensa internacional el extraño caso de España, donde se conoce la existencia de un enorme grupo de presión pro-tabaquero y un inexistente movimiento antitabaco. Además está el misterio del porcentaje real de fumadores que España tiene, cortesía de la absurda Encuesta Nacional de Salud. Los datos oficiales están basados en estadísticas elaboradas a través de encuestas, por lo que hay que tener en cuenta la falta de fiabilidad, pues muchas veces se contesta según lo que aconseje la moda o el qué-dirán. Aparte, según la legislatura que toque, interesará comunicar a instancias europeas un dato u otro. De tal manera que nuestros vecinos no sepan a ciencia cierta cuanto se fuma en España.

A simple vista dicen que seguramente hay muchos fumadores por estos lares, y que son de los que no piden permiso para encender el cigarro en el restaurante. Es un rango indeterminado y fluctuante entre un 16 y un 35% de la población. No son algo importante para nuestros gobernantes esas conjeturas estadísticas, con la cantidad de problemas que hay.

Es una suerte que las encuestas no vayan dirigidas normalmente a los menores de 16 años. De todas maneras, a estas alturas, eso no es algo que haga falta para demostrar que la salud de los niños está supeditada a otras prioridades.

En España todo sigue su camino lógico. De la misma manera que los puestos directivos de las empresas privadas están entre los mejor remunerados de Europa y no lo están precisamente los trabajadores rasos; de igual forma que la fiscalidad aplicada en forma de IRPF tiende a favorecer de manera relativa al que más dinero tiene; de la misma manera que las organizaciones de consumidores y usuarios apenas cuentan y las grandes compañías imponen su razón porque no vale la pena protestar y meterse en juicios; de igual forma que casi toda la economía española no se basa en el estímulo de la libre competencia sino en los abusos de posición; de la misma manera que el pez grande se come al pez pequeño... El fumador, a base de picaresca, soberbia y mala educación, con su aventajada “tradición cultural” y sagrada voz social, consigue que prevalezca su derecho frente al de los que no fuman. Los fumadores se hacen oír y además se aprovechan de su número, edad y posición a costa de ignorantes, niños y ancianas.

Es evidente que el auspicio de la Administración es efectivo y consigue que los que se resisten a fumar no tengan una oportunidad de zafarse del eterno yugo del tabaco. Por el contrario, han erigido a los fumadores como los máximos artífices de la cultura del abuso, aunque algunos exacerbados insistan en que los consideremos como víctimas a las que hemos vencido con ensañamiento, como el lobito bueno al que maltrataban todos los corderos.

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