viernes, febrero 09, 2007

Fumadores, motos, tolerancia y civismo

Recientemente, he podido conocer a alguien que asegura pertenecer a una asociación antimotera y a un club de fumadores. Este esclavo del cigarro, dice ser consecuente con su forma de pensar. Partiendo de ciertas ideas preconcebidas, llega a la conclusión de que el gobierno debería prohibir las motocicletas antes que esforzarse en regular el consumo de tabaco.

No es de extrañar, es algo muy frecuente entre los enganchados al cigarro. No tanto lo de odiar las motos sino lo de perder capacidad crítica a causa del susodicho. Este en concreto parece que además, por prejuicio y desconocimiento, ha caído víctima de la moto-fobia. Este género de personas vienen a decir: “¡Oh, qué miedo! los motoristas. Esos parias del tráfico rodado. Esos enloquecidos tan amantes de la conducción temeraria a lomos de esa máquina infernal, con ese desprecio tan descarado por la vida propia y ajena. Las motos, qué vehículos tan ruidosos, egoístas y sanguinarios. Qué maleducados y molestos son esos niñatos gamberros, cuando cada vez que nos paramos en un semáforo en rojo, se colocan adelantados a ambos lados de nuestro coche, cual moscas cojoneras. Son sin duda los michelines que le sobran al tráfico rodado…”

Cierto es que el número de fallecidos en accidentes de motocicletas y ciclomotores es mayor, pero también es cierto que estos conductores no suelen morir por culpa de otros motoristas.

La moto en sí, dada su poca masa, es en caso de colisión un elemento menos peligroso para la integridad física del conductor de coches que otros vehículos más pesados u otros obstáculos presentes en la vía pública. El conductor responsable no es necesariamente más temerario por el simple hecho de ir en moto. Todo lo contrario, asume más riesgos de modo que, en caso de caída o colisión, se atiene a peores consecuencias que si sufre un accidente en coche. Por tanto, conducirá de manera más atenta y respetuosa por la cuenta que le trae.

En otras palabras, lo que eleva la estadística de fallecimientos entre los motoristas es la menor seguridad pasiva inherente a la naturaleza de estos vehículos. Pero en términos objetivos, la motocicleta constituye una amenaza mucho menor para otro tipo de vehículos; es decir, su peligrosidad activa es menor. De hecho, los vehículos de dos ruedas pagan un mayor precio en el seguro, no porque constituyan un enorme peligro para terceros, sino por su propia fragilidad relativa con respecto a ellos.

Entonces, podemos ver como se aplica un baremo estadístico ventajoso para el resto de vehículos. Pues apreciamos como los seguros de motos reciben un recargo extra para compensar el coste de los daños causados por otros vehículos o elementos de la calzada y, por tanto, injusto para los motoristas.

La integridad física de un motorista depende en gran medida del respeto con la que los demás conductores se comporten en el espacio vial común, pero viceversa tal dependencia no existe en la misma medida. En tal caso, podemos concluir que, de alguna manera, las compañías aseguradoras en España penalizan económicamente a los usuarios moteros de la vía pública en base a su propia fragilidad. Con ello, obtienen una compensación económica que les permite ofrecer un trato de favor a los vehículos más pesados y, por tanto, de mayor peligrosidad activa.

En definitiva, parece concedérsele más crédito social al conductor que va en coche por algo que no depende de él. Es decir, no se valoran actitudes individuales sino consecuencias estadísticas de actos ajenos.

Curiosamente, no termina de ocurrir lo mismo con los fumadores, a quienes que se les sigue dispensando una protección prácticamente incondicional independientemente de sus contratiempos estadísticos. Máxime cuando dependen de ellos mismos para infligir daño o no en la salud de terceros -además de otras molestias-. Por el contrario, justifican su mala educación generalizada, al fumar en sitios en los que no deberían, con la “tolerancia” de nuestra sociedad.

La buena educación vial es algo que todos los usuarios de la vía pública pueden asimilar por igual. El concepto pasivo de tolerancia, no juega ningún papel en el buen discurrir del tráfico rodado, sólo lo hace la conducción respetuosa. Cada conductor ha de ser conocedor no sólo de la peligrosidad activa inherente a su vehículo, sino sobre todo de la fragilidad de los vehículos que poseen menor seguridad pasiva. En un sencillo ejercicio de empatía, podemos comprender por ejemplo, que no debemos pasar a alta velocidad a menos de metro y medio de una bicicleta.

Los conductores no han de ser tolerantes o no con las motos, sino que el respeto mutuo es el que debe primar. De la misma manera que el conductor debe conducir con precaución para evitar atropellar a terceros, el fumador debe fumar con precaución, es decir, nunca en lugares cerrados o concurridos donde pueda dañar o molestar a otros.

La comprensión de estas comparaciones –y de las de otros artículos anteriores-, es la que nos puede dejar una idea clara del concepto de civismo, basado en el respeto a lo ajeno, y su importancia fundamental a la hora de juzgar la necesidad por parte del Estado de regular derechos y libertades.

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