jueves, febrero 15, 2007

Lo último de los Carnavales de Santa Cruz

No contentos con la última decisión judicial de levantar la suspensión cautelar de las celebraciones, so pretexto del Juez de que, tal asunto, era “cosa juzgada”, el Alcalde decidió señalar con el dedo acusador a los vecinos vencidos y humillarlos hasta la saciedad. Arropado por el clamor populachero, ha querido que las víctimas queden como unos malos y quisquillosos vecinos. Ya llovía sobre mojado pero daba igual; para ellos eran pocos y cobardes y esas rebeliones conviene aplastarlas, máxime con elecciones a la vista. El Parlamento Bananero se ha pronunciado; ha venido ha decir que ellos son los caciques que mandan y que la Isla es suya. Eso es lo que subyace tras el acuerdo unánime de no aplicar las normativas de calidad acústica para eventos excepcionales como este.

No sé si Tenerife es España o no, pero no es Europa. No me aterra el hecho de que se hayan salido con la suya, sino las formas de hacerlo. Es esa insensibilidad ante la desgracia de una débil minoría, víctima de un ultraje inmerecido. Es la falta de civismo promovida desde el propio Ayuntamiento que sólo mira los intereses de unos pocos abusones y el favor de una morralla vociferante. La separación entre los tres poderes no existe porque ellos han dicho que al ser unánimes son los que mandan, que ya han doblegado a la tímida justicia y que las leyes no son de aplicación gracias a sus “excepcionalidades” porque las calles son suyas, y los vecinos qué se aguanten. Que ellos legislan, juzgan y ejecutan.

Pero los caciques de la tribu no han querido mostrar un mínimo de compasión, de la misma manera que el populacho chicharrero tampoco ha sido tan “romántico” como para dar emoción a la cosa. El carnavalista de a pie piensa que, por ser más numeroso, tiene derecho a pisotear derechos ajenos, a abusar de su posición ventajosa imponiendo su propia Ley del Ruido. Mientras en alguna pancarta podía leerse, “Al que no le guste el Carnaval de Santa Cruz que se joda”, el Alcalde se unía a los incívicos no con mucho más decoro. Decía que era un atrevimiento hostil por parte de los vecinos el ir a la Justicia en lugar de al “dialogo”, como si fuésemos tan ingenuos y pensáramos que no lo intentaron primero por las buenas en años anteriores.

Pero la cosa no ha acabado ahí. El Alcalde ha venido a decir que el ruido tiene carta blanca durante estas fechas. Reconoce que, incluso eliminando los equipos amplificadores de sonido presentes en los garitos, los niveles de ruido iban a seguir estando por encima del límite de los 55 decibelios. Ganada la batallita, los “valientes” del Consistorio pasan a la estrategia de a-barco-hundido-cañonazos. De esta manera prosigue el Alcalde con el recochineo y añade que, por tanto, le va a dar igual que sean 56 o 200 los decibelios, que no va a acotar los itinerarios de las profesiones, ni establecer horarios, ni controlar nada, que los insidiosos vecinos han quebrantado tantos tabúes que merecen un castigo ejemplar.

Así es como se las gastan nuestros crueles gobernantes con los ciudadanos, consumidores y vecinos que luchan por mejorar su calidad de vida, por defender sus derechos o por poder dormir en sus propias casas. A la razón responden con represión estos matones, ¿Queda claro?

Perdón, ya no volveremos a osar enfrentarnos a los intereses políticos aunque nos vaya la vida en ello. Hemos cometido un terrible error al creer que la Justicia debía ayudarnos. No volveremos a hacerlo porque no vale la pena. Hemos quedado mal y no hemos conseguido nada.

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