domingo, febrero 11, 2007

La sordera que produce el ruido

He tenido la oportunidad de leer en la edición del 9 de Febrero del Metro Canarias un artículo de opinión de José H. Chela titulado “Decibelios”, en referencia a la suspensión cautelar de la celebración de los carnavales de Santa Cruz. Sé de primera mano lo que es soportar en tu propia casa niveles de ruido inadmisibles pero es obvio que no es el caso de este periodista. El hecho es que me indigna la frivolidad populachera con la que aborda este tema. Está claro que es docto en como decirle o gritarle a la gente lo que quiere oír. Sin embargo, no parece conocer en profundidad la naturaleza del asunto en cuestión; sólo esgrime un simplista argumento que pone de manifiesto una visión superficial y una absoluta falta de empatía para con los auténticos afectados.

El ocio es algo alternativo. Si yo no puedo divertirme y disfrutar de una manera en un momento y lugar concretos lo haré en otros o de otras maneras. En cuanto al derecho al descanso y a la intimidad, sólo tengo una casa que es el único lugar en el que están asegurados mis derechos en virtud de la inviolabilidad de mi domicilio y, salvaguardados, del jolgorio propio de las convenciones sociales.

Es posible que la gente necesite de la purificación de todo extremismo vehemente que le ofrece el carnaval a modo de catarsis. Comprendo que no se puede ser un aguafiestas y pretender que la mayor parte de la masa popular permanezca impasible ante el rito dionisiaco. Sin embargo, puede haber gente a la que no le apetezca participar de la fiesta hasta altas horas de la noche durante diez días seguidos en su propia casa, por mucha tradición que tenga toda una institución como es el carnaval.

Para desgracia de H. Chela, los tiempos han cambiado. Hoy en día, la aglomeración en las superpobladas ciudades, unida al no siempre deseable desarrollo urbanístico, industrial y tecnológico, hace que entren en conflicto derechos y libertades por culpa del ruido. Además, la sociedad evoluciona y demanda una cada vez mejor calidad de vida que incluye un medio ambiente digno, de tal manera que el derecho y sus fuentes se van acomodando poco a poco a tales exigencias. Es una sencilla cuestión de progreso social y su adaptación a las nuevas circunstancias de hecho, no sólo de civismo impuesto. Así por ejemplo, se ha reconocido la existencia de la contaminación acústica como realidad incuestionable. Por ello, se están confeccionando mapas de ruido por toda la geografía española con un objeto: proteger el derecho a la intimidad, al medio ambiente digno -e incluso la salud- de los ciudadanos.

En este caso, el Juez podrá o no podrá “impedir que la gente se eche a la calle”. Tampoco creo que sea su intención imponer un toque de queda. No obstante es una decisión valiente y ejemplar que abre las puertas a la búsqueda de una solución para los vecinos afectados por el ruido. Ahora es el deber del ayuntamiento velar porque se respete el espíritu de la decisión judicial más allá de intereses electoralistas.

En cuanto a lo de que “treinta o cuarenta personas con guitarras, tambores, maracas y demás, cantando a grito pelado, generan, estoy seguro, muchos menos decibelios que un chiringuito estudiantil con un pedazo de equipo reproductor”, eso estaría por ver. Según las zonas y las horas del día eso puede suponer una molestia inaceptable o no. En cualquier caso, además de eliminar los perniciosos chiringuitos estudiantiles con aquellos equipos musicales y sus exageraciones volumétricas, habría que acotar con garantías las zonas y los horarios de actuación de esas parrandas carnavaleras. De otra manera, es lógico que sólo se permita la celebración del carnaval si es trasladado a las afueras o a un recinto ferial.

Por otra parte, no me parece acertado comparar las molestias del carnaval con las de las obras municipales, -taladros y maquinarias pesadas-. No siempre se pueden comparar ni por horarios, ni por magnitud, ni por grado de necesidad o inevitabilidad. No obstante, me parecería normal, hasta loable, que se denunciasen los ruidos y las molestias que producen esas obras de acuerdo con los supuestos que contemple la Ley.

A estas alturas me sorprende que aún haya periodistas que traten de ganarse el favor de los lectores justificando las actitudes incívicas propias de la cultura del abuso. Que lo hagan sólo porque sean asimiladas por la comunidad y el perjuicio sobre una minoría no merezca atención por una mera cuestión de sacrificio, por una razón numérica. Todo ello mientras se sigue usando como reclamo el infantil pregón del “prohibido prohibir”.

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