domingo, octubre 28, 2007

El ataque de los neocones


Desde que se empezó a dar a conocer la Ley 28/05, ciertos intereses han estado llevando cabo una feroz campaña destinada a infundir en el público un odio compulsivo a ciertas regulaciones de ámbito estatal. No han dudado en atribuir las políticas prohibicionistas a las opresoras izquierdas progres, tildándolas de poco menos que estalinistas, si era el caso.

Cierta forma de liberalismo, apuesta por la defensa a ultranza de las libertades individuales para justificar su particular lectura del laisser fair, y aplicarlo a las actividades corporativas.

Se dice que los neocon o neo-conservadores responden a un perfil en particular, tal y como se muestra en este decálogo. Un repaso dado por quienes no apliquen la navaja de Okcham, puede hacer que nos sintamos tentados a describir una serie de carácterísticas y tópicos que los definan, sólo para quedarnos con lo superfluo y crear una identidad imaginaria y artificial de ellos.

Los think tank importados de Estados Unidos empiezan a incrementar su influencia en la clase política y en la sociedad española a pasos agigantados –léase el enlace para entenderlo- y el neocon parece ser un engendro de estos grupos. En España actúa en complementaria unión con el lobby tabaquero; tan enquistado y poderoso en este país.

Debemos ser conscientes del carácter accesorio de cualquier consideración política o ideológica –o decalógica- encaminada a definir al neocón, para ver que el fin de su existencia es la con-servación de un modelo económico adaptado a los intereses de las corporaciones que sienten su actividad amenazada por el intervencionismo estatal. Es normal que suceda por la conflictividad inherente a algunas actividades, sobre todo en términos medioambientales o de salud pública. Los mandamientos del neocon son la proclama de unas consignas ideadas y adaptadas al caso español, con el fin de crear simpatía entre los sectores populistas, que a su vez tienen capacidad para ejercer una fuerte influencia en la opinión pública encaminada a favorecer los intereses que defienden.

Perdemos el tiempo conjeturándonos en si en España el neocon es un tradicionalista, un constitucionalista, un atlantista probushiano, un tertuliano de la COPE, un teísta del Opus o un columnista del ABC. Sólo debemos preguntarnos a quien beneficia la existencia y obra de los neocones. Entonces daremos con el quid de la cuestión.

Para atrapar a nuevos adeptos o a conversos potenciales usan como señuelo el ejercicio absoluto de la libertad individual y empresarial, repitiendo hasta la saciedad, hasta el hastío, las mismas consignas y falacias de siempre que ya conocemos. El "absolutismo libertinario", aplicado a la libertad empresarial, permite la conservación en el tiempo de las actividades corporativas frente a intentos de regulación, mientras que la libertad individual permite que los consumidores con-serven sus tradicionales hábitos de consumo, los cuales son sensibles al influjo del progreso social o al avance de la ciencia.

La concepción de esa libertad no es real sino inducida, precisamente porque es interesada y, lógicamente, no se le ha revelado al individuo por altruismo. Así, resulta evidente que el objeto de esa incitación al libre albedrío responde siempre a intereses extraños. En otras palabras, es una libertad manipulada a conciencia por estos mediadores entre los que el neocon, a menudo sin saberlo, disfruta de un puesto de honor.

En consecuencia con esos propósitos, uno de sus rasgos más destacados, -aunque no el más característico a simple vista-, es su negacionismo aplicado al caso. Si la petrolera Exxon necesita que sus consignas anticalentamiento global penetren en la opinión pública; su maestra Philip Morris ha estado haciendo lo propio sembrando la duda y la confusión en el consumidor de productos del tabaco, para que éste no vea cuestionada su libertad de fumar por temor a las consecuencias que ello acarrea a su salud y a la de terceros.

En conclusión, la labor del neocon en el tema que nos incumbe, cumple su función en una doble vertiente. Por un lado, los postulados liberalistas sirven bien a la causa corporativa ensalzando su victimismo frente al opresor estado, cuyas regulaciones son presentadas como las responsables de la ineficiencia social y económica del país. De cara al consumidor, se presentan como los filántropos a quienes les indigna que esa maquinaria llamada estado rija, manipule o coarte las libertades individuales de manera supuestamente gratuita.

Pero es posible que podamos cuestionar si la industria automovilística, la actividad de las centrales térmicas o las radiaciones electromagnéticas de las antenas de telefonía móvil, afectan de manera directa al medio ambiente y a nuestra salud respectivamente. En realidad, debido al caos informativo, el consumidor aún no sabe a ciencia cierta si el calentamiento global atenaza el futuro de la humanidad o si una antena de telefonía móvil puede producirle un cáncer. No sabemos qué creernos porque cualquier estudio o informe nos parece parcial, dada la confusión mediática en el que estamos inmersos, consecuencia del tira y afloja entre tantos intereses enfrentados.

Sin embargo, a diferencia de los casos expuestos en el párrafo anterior, existen verdades incuestionables que, en esencia, no se prestan a la relativización como algunos quieren que demos por sentado. Es el caso de la inconveniencia del tabaco, cuya naturaleza es conocida de sobra, las causas de su éxito comercial son más que inaceptables en términos morales y, a diferencia de los medios de transporte, la electricidad y la telefonía móvil, éste no vale para nada.

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