viernes, agosto 11, 2006

Propuestas a Javier Marías y la decadente RAE

El Aguerrido Javier marías ahora es miembro de la Real Academia Española. Esa institución cuyo lema era el de “Limpia, fija y da esplendor”. Dicen que Javier Marías puede aportar frescura a esta institución cuyo prestigio parece estar últimamente de capa caída. Espero que así sea porque, como lingüista de estudios (que no de vocación), hace tiempo que no confío en el quehacer de los miembros honorarios de la RAE.

Cuando se creó hace trescientos años la RAE podría haber tenido su sentido tal y como fue concebida. Su existencia era consecuente con las ineficaces prácticas del ya menguante Imperio Español. Dichas prácticas perseguían el mantenimiento de la influencia sobre sus colonias y, para ello, el imponer la misma lengua y religión de la metrópolis era fundamental. Al final, evangelizar e hispanizar, sin una sólida y competitiva base comercial y económica de apoyo fue algo inútil. Por ello, un organismo tan rígido, conservador y, en definitiva, anacrónico, debía evolucionar sustancialmente con el tiempo para proponerse otros fines, para renovarse. Podría haber aprendido no de sus errores, sino de su inutilidad; no para cambiar de metas, sino para proponérselas. En lugar de haberse estancado en su elitismo intelectual y clasista, desempeñar una labor social, era una necesidad inevitable.

Es posible que así haya sucedido. Puede que la Institución se haya transformado en un auténtico servicio público, se haya modernizado y haya sabido responder a las demandas de la sociedad; adaptándose con cada vez más rapidez a ella, haciéndose eco de la evolución de la lengua, incluso anticipándose a la norma que los hablantes establecen mediante el uso; puede que ya no esté tan influida por los políticos gobernantes de cada momento etc.

En cuanto al Excelentísimo Señor Javier Marías, todos esperamos que este miembro del Club de Fumadores por la Tolerancia, no se comporte como el Caballo de Troya de Altadís en la RAE y que, a la vez, no contribuya de manera inercial a la politización del lenguaje. Sin embargo, mucho nos tememos que este fumador compulsivo que sugiere ser un librepensador, al final no sepa disimular lo poco libre que es en realidad.

Ahora Marías no debe temer sentirse impotente ante los políticos de pesadilla que le recordaban al estado totalitario descrito en la novela de G. Orwell; al menos, en lo que a la manipulación del lenguaje se refiere. Desde su escaño con la letra erre mayúscula puede aportar su grano de arena en la labor que seguramente ya ejerce su compañero del club de tolerantes en el sillón erre minúscula, Antonio Mingote Barrachina. Suponemos que desempeñará con total rectitud y bajo instrucciones concretas su encomiable labor.

Sí, es un hecho: las altas esferas parecen haber reservado la letra “r” a los intereses de la Industria Tabacalera. Menos mal, que entre tanto mercenario que ocupa el resto de los escaños pasa desapercibido el detalle de los miembros del Club. No me cabe duda de que si la gente supiese lo que yo, consideraría a esta institución como una de las vergüenzas nacionales, y todo por culpa de una malograda representación muy difícil de maquillar.

¿Durante unas décadas más, la lengua estará a merced de los conservadores disfrazados de frescura y progresismo? ¿Durante los tiempos venideros estos carcamales machistas (recodemos que sólo dos o tres mujeres ocupan escaño y los cargos son vitalicios), víctimas de su demencia senil y de su educación tradicionalista, seguirán contribuyendo a que nuestro lenguaje siga rezumando sexismo? ¿Seguirán decidiéndonos como es correcto que hablemos ¡y que pensemos! desde sus retrógradas perspectivas? Creo que la buena labor de la RAE queda muy deslucida por culpa de estos gerontócratas mercenarios. Las personas propuestas para ocupar los escaños son elegidas no con complicados o crípticos, sino sencillamente desconocidos criterios. Por tanto, no es ya tanto el espíritu de la RAE sino el sistema de elección de sus miembros lo que critico.

Volviendo a Javier Marías, recordaré que una de sus actividades preferidas era el de escribir injuriantes diatribas contra el manipulador y opresor estado; siempre que éste tomaba una determinación que no era de su gusto. Era el caso de la política antitabaco. Aunque los tiempos toman un rumbo, que es uno y no es otro, él parece insistir en pasar a la historia como el mecenas del vicio.

Soy tan altruista que, pese a que no me pagan como a estos de la RAE, estoy dispuesto a ayudar a Javier Marías con unas ideas sobre definiciones para que limpie, fije y de esplendor a ciertas palabras, cuyos significados han debido de ser pervertidos, quien sabe, si por algún pérfido estado. Seguiremos un orden alfabético:

“Antitabaco”

Es el adjetivo con el que la prensa suele bautizar a cualquier intento de regular el consumo o la venta del producto. Por analogía, el adjetivo termina siendo percibido como peyorativo por el esclavo del cigarro. Es natural que esto sea así si pensamos en todos los términos que suelen formarse con este prefijo. A saber: antisemítico, antisocial, antipático etc.

Obviamente, la connotación es parcial, merced ha que ha debido de ser puesta de moda con sensacionalistas propósitos por parte del corrompido gremio de periodistas.

Por ello, es necesaria la creación de un nuevo término que se acomode a la realidad que se avecina: un futuro próximo en el que el fumar empezará a estar mal visto. Se me ocurre que podría aplicarse el prefijo “pro”... Como quiera que sea, espero que “antitabaco” no sea incluida en el diccionario con acepciones parciales, como mucho nos tememos.

“Apestado”

Los forofos del pitillo dicen que la intolerancia ha convertido a los fumadores en los “apestados” del de la sociedad. Ésta es una más de las torpes estrategias de victimización del fumeta por parte de los tabaquistas.

Si nos fijamos en la raíz de la palabra, descubriremos la palabra “peste”; esa enfermedad que fue tan contagiosa y mortífera en el medievo. Cierto es que no se contraía la enfermedad por fumar, pero sí se pasaba de unos a otros por no lavarse mucho y por llevar unos malos hábitos alimenticios. De cualquier forma, llama la atención la doblez con la que el término se ha vuelto a poner en circulación.

Podría considerarse correcto aquí el participio de pasado si el agente es el mismo que el que recibe la acción. En principio, el agente (parte activa) podría ser el cigarro, pero como éste resulta desempeñar al final una función instrumental, la verdadera parte activa coincide con la pasiva, i.e. son los fumadores los que se apestan a ellos mismos con el humo de sus cigarros. Entonces, el no-fumador no tiene capacidad para “apestar” a un fumador que libremente ejerce la acción que le es propia.

De aquí se concluye que el término apropiado es el de “apestante”. Lo único que hay que hacer es cambiar la desinencia de participio de pasado por la de participio de presente. Así, la parte activa es designada de acuerdo con la realidad, puesto que el fumador sí tiene la capacidad de “apestar” al no-fumador, que es el verdadero sujeto pasivo y la víctima. Por tanto, el “apestante” es el fumador, no sólo porque es de su aliento y de sus ropas de donde procede la peste, sino porque también tiene la capacidad de convertir a los que hay a su alrededor en “apestados”, gracias a los gases que emanan de su pitillo.

“Fundamentalista”

“Fundamentalista de la salud” es un sintagma que se suele escuchar con cierta frecuencia por ahí. Es una más de los absurdas referencias sacadas de contexto con las que la Industria intenta darle la vuelta a la tortilla.

Tachándonos de fundamentalistas, es fácil que, aunque de manera subconsciente, se nos asocie al radicalismo islámico y al concepto estrella de “intolerancia” aplicado a la religión. De esta manera se trata de estigmatizar a los detractores del tabaco, asociándolos a cosas tan terribles y siniestras.

Si se incluye una acepción en sentido pro-tabaquero, espero que se mencione igualmente otra posibilidad combinatoria del término, para contrarrestar la inmensa ventaja léxica que nos llevan los “fundamentalistas del pitillo”.

“Inquisidor”

Este sí que es otro término rescatado de la anacronía con gran astucia y sagacidad. Es un hecho para los fanáticos de la nicotina: somos unos inquisidores que disfrutamos impidiendo a los fumadores el gozo. Sí, tenemos que confesarlo. No nos da placer ni el sexo, ni la buena comida, ni la bebida, ni el puro. Sólo derivamos placer sádico de la persecución de ciertos individuos a los que se les ocurre fumar para gozar. Por ello, nos chifla el condenar al ostracismo a un fumador para ver como sufre apurando su pitillo en la calle bajo un terrible aguacero. Y no lo condenamos a la hoguera porque produciría más humo al quemársele el paquete de cigarros que lleva en el bolsillo. Nos resulta regocijante el asediar con nuestras denuncias a esos pobrecillos que no nos hacen nada, salvo poner los interiores perdidos de humo y llenar las playas de colillas, porque estamos todos muy ociosos y no encontramos otro pasatiempo.

Sin duda, los fumadores no nos persiguen deliberadamente. Pero es que tampoco les hace falta, ya lo hace por ellos el humo de sus cigarros y además de manera viciosa e impúdica. El acosante gas de sus cigarros termina ultrajando sin escrúpulos todas las zonas de nuestro cuerpo, sobando nuestra piel y toqueteando nuestro pelo. Para colmo, osa penetrar nuestra garganta para, a continuación, violar nuestros vírgenes pulmones. Una vez que consuma su asqueroso cometido, su olor se nos queda impregnado y no nos abandona. Al final, tenemos que purificamos a base de gárgaras, ducha y jabón.
En este caso, quien lea lo anterior y no reconozca que estamos sufriendo vejatorias torturas, es que… fuma y nos obliga a fumar y nos somete a torturas propias de inquisidores.

Por ende, el término inquisidor debe ser aplicado también a fumadores de interiores, si tiene la oportunidad de aparecer con acepciones tan particulares.

“Tabaquina”

El ingenuo abogado de fumadores José María Mohedano, cegado por el inconmensurable odio hacia los fumadores pasivos, quiere que la RAE reconozca una nueva acepción para esta palabra, según se deduce de lo expuesto en su obra “¿Quién defiende al fumador?”.

La tabaquina, es el subproducto que se obtiene a partir de restos de las plantas de tabaco y se usa como pesticida. La palabra pesticida daría demasiado juego y no le convendría a Mohedano. Parece que pretende tratarnos a los no-fumadores como insectos y procurar nuestra eliminación física. Cuando él, lo único que quiere denotar con esa palabra, es nuestra “fobia al humo”. Yo, en lugar de Javier Marías, no propondría esa acepción.

“Taliban”

Más de lo mismo. Nos quieren atribuir el dudoso honor de ser tan cerrados y radicales como los Taliban. Es la misma estrategia usada con otras palabras como “fundamentalista”, “inquisidor”, “intolerante”, sólo que en este caso se suele aplicar con más frecuencia a la Ley 28/05 en concreto.

Aquí, resulta extraño que la Ley tenga esa reputación aun habiendo sido aprobada con una de las mayorías más amplias en la historia de nuestra joven democracia. Pero no me importa. Si Javier Marías quiere incluir como primera acepción del adjetivo, “Relativo al carácter intolerante, opresor y fundamentalista de la Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de medidas sanitarias frente al tabaquismo y reguladora de la venta, el suministro, el consumo y la publicidad de los productos del tabaco.” Por mí de acuerdo, puedo aprobar esa pequeña licencia.

“Tolerancia”

Este sí que es uno de los conceptos de los que más ha abusado la retórica de los políticos. El término, aunque se venía usando desde hace siglos, se puso de moda sobre todo al término de la Segunda Guerra Mundial a raíz del holocausto judío y otros despropósitos del siglo XX..

Lo que está claro es que nadie ha viciado el espíritu del concepto de manera tan maquiavélica como lo han hecho los demagogos del “Club de Fumadores por la Tolerancia”.

La tolerancia tiene su sentido cuando aquello que se tolera es un bien. De hecho, si el fumar fuese un bien común, sencillamente lo auspiciaríamos. Sin embargo, los Tolerantes del Club, quieren que amparemos aquello que nos perjudica a todos y sólo les beneficia a ellos. En otras palabras, nosotros aguantamos estoicamente y ellos fuman donde les da la gana sin tener que respetarnos, como si un cigarro encendido fuese algo bueno o que no molesta.

Sinceramente, espero que Javier Marías se moleste en recuperar la noble esencia de la palabra a la que tanto daño hicieron los suyos. Para ayudarle con dicho cometido, yo propondría como sinónimo de su tolerancia la palabra “permisivismo”, que es lo que en realidad quieren decir. Aunque otros sinónimos de esa tolerancia podrían ser “cobardía”, “vista gorda” o “masoquismo”, según el caso.

1 comentario:

Guti dijo...

No hace falta decir mucho.

Simplemente, que me quito el sombrero.