domingo, abril 22, 2012

Los estragos que ha causado el tabaquismo en la sociedad española

Hace algún tiempo vi en televisión una serie en recuerdo del golpe de estado del 23F, con más o menos rigor histórico. Se titulaba “El día más difícil del Rey”.

El acontecer de los hechos, tal y como sucedió en la realidad, presentaba tintes surrealistas. Los personajes van perdiendo protagonismo víctimas de una maraña de dudas, inseguridades y decisiones erróneas a favor del humo de tabaco, que se va adueñando del escenario conforme los nervios y la tensión aumentan.

No se entiende por qué son tan torpes e ingenuos los cabecillas de la intentona de golpe de estado, como tampoco se explica por qué demonios el resto de los intervinientes en los hechos se contagian de esa torpeza sin conservar la calma un momento. El asunto ya no tiene ni pies ni cabeza, a mitad de la historia casi nada parece tener sentido. Entonces es solo el televidente con algo de perspectiva temporal que comprende que, ni unos afrontan sus aspiraciones de una manera realista, ni otros parecen tener la suficiente claridad mental para darse cuenta de que todo es un disparate.

Pero la cuestión es por qué unos llevan a cabo decisiones tan arriesgadas y otros no saben qué hacer. Eso seguramente sucedió como consecuencia de la falta de lucidez mental. Como bien concluyen los estudios, entre los efectos de la nicotina está la alteración de la percepción del riesgo. Y en ese momento, ni siquiera los parlamentarios se libraban de un cierto nivel de intoxicación…

Más tarde, a mitad de la década pasada, otra psicosis colectiva vuelve a tener lugar dando como resultado la llamada burbuja inmobiliaria. Inexplicablemente, la especulación inicial se asienta en un negocio piramidal del que gran parte de la población se ve incapaz de salir. Las grandes inversiones de alto riesgo vuelven a proliferar mientras especuladores y clientes creen hacer el negocio del siglo unos vendiendo y los otros comprando pisos. Todos al unísono claman bajo una misma premisa: “El precio de la vivienda no puede bajar y esto es imparable.”. No atienden a razones, ni al sentido común ni a la lógica más elemental.

En todo este proceso, sin darnos cuenta, siempre subyacía la euforia propia de la adicción. Esa misma que exacerba tics nerviosos y nubla el juicio; eso que ayuda a no valorar el riesgo y a minimizar el fracaso. Con esto de la especulación inmobiliaria, como si se tratase de ludópatas en un casino, hacían juego.

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