domingo, septiembre 24, 2006

Aquí no hay quien viva

Hace unos días, gracias al horario canario, he podido ver en la televisión sin caer dormido un episodio de la tan aclamada serie española “Aquí no hay quien viva”. Parece que he debido de dar con el único episodio que guarda relación con el polémico tabaco y sus consumidores, tanto voluntarios como forzosos. Qué oportuno soy.

El presidente de una comunidad de vecinos, harto de ver como se fuma en las zonas comunes, decide adoptar una medida extrema para evitar que siga siendo así en un alarde de rectitud moral: asegurar la prohibición impidiendo mediante cacheos en el portal que el tabaco tan siquiera entre en el edificio. De esta manera, los fumadores no podían fumar ni en su espacio íntimo y privado, es decir, sus propias casas.

De inmediato, se va fraguando el motín de Esquilache. Los detractores de la medida –fumadores-, entre un va y viene de picaresca española, forman una rebelión en el edificio atrincherándose en la casa del propio presidente, al que le impiden la entrada. Su mujer, que permanece con los fumadores, decide adoptar una postura neutral para no dar la razón a su testarudo marido. Desde allí, en otro ejemplo de extremismo, los rebeldes exigen el derecho a fumar en todo el edificio, ascensor incluído.

En cierto momento, el presidente se ve sobrepasado por la situación y se encuentra derrumbado anímicamente al comprobar que, intentando arreglar un problema, ha creado otros, incluido el del contrabando, -representado por la figura de su propio hijo-. Además siente como se está quedando solo en su afán. Entonces, sale a la calle para reflexionar. En ese momento aparece su hija para soltarle un consejo que parece propio del Club de Fumadores por la Tolerancia.

Tras escuchar el fabuloso discurso de su hija, en el que da una lección sobre el valor supremo de la “tolerancia” para resolver la conflictiva situación, el presidente queda impresionado por tan sabias palabras y vuelve a entrar al edificio con la lección aprendida.

La rebelión termina y los guionistas ponen el colofón final mostrándonos al presidente, más que vencido moralmente, fumando en la bañera víctima de la ansiedad, a la vez que trata de ocultarlo ante los rebeldes que lo sorprenden “in fraganti”.

Además del hecho de que en ese edificio se podrá seguir fumando donde se quiera, hemos de suponer muchos otros tópicos dentro de este ni-para-mí-ni-para-ti,-todo-sigue-igual. A saber: que los ex-fumadores que persiguen a los fumadores son los más hipócritas, que el fumador pasivo no existe porque todos queremos fumar cuando nuestro estado de ánimo es el apropiado, que entre tanto clima de inmoralidad y despropósito que más da que la gente fume libremente donde le de la gana, que intentar cambiar esas cosas genera conflictos donde no los hay etc, etc.

Suponemos que es una comedia sin segundas intenciones. Como la gente sólo percibe a través de la televisión imagen y sonido, sin ese tufillo inconfundible con el sentido del olfato –Dios nos libre-, muchos no sabrán lo que se puede llegar a sufrir “tolerando” ese humo de tabaco por los rellanos de escalera y ascensores.

De cualquier forma, aunque tenga gracia la historia del episodio, los mensajes que se lanzan no la tienen.

No hay comentarios: