En un entorno liberal, el Estado no ejerce una férrea labor de fiscalidad y control característica de otros modelos. En el extremo contrario de la balanza tendríamos los totalitarismos.
Las regulaciones antitabaco han encontrado como arma en la confrontación política su uso principal. Gran parte de esta tendencia radica en el populismo político que no ha dudado en atribuirse la recurrencia a falsos postulados liberales; para encubrir su defensa a ultranza de intereses tabaqueros de los que, por otra parte, tanto parece nutrirse.
De todas formas, su respaldo ideológico en este sentido i.e una facción de estos pseudo-filántropos y liberaloides, no duda en basar la necesidad de defender el libre comercio y consumo del tabaco en la salvaguarda de libertades, aún incurriendo en errores intelectuales y contratiempos axiomáticos. Esta “actitud” se traduce en un resultado: la celosa protección de los intereses de la Industria Tabaquera.
En términos globales, tanto sociales como económicos, esa falta de regulación tendría además como consecuencia la ineficiencia social y económica del auténtico –sin adulterar- modelo liberal. No renuncian a la regulación porque crean que el Estado no debe imponer normas que optimicen el orden social y económico evitando la aparición de conflictos, amparándose en la bandera de la libertad; lo hacen porque el gobierno que actualmente dirige este estado es socialista.
Podemos decir que, la percepción que el ciudadano está recibiendo sobre qué es el Liberalismo a través de gran parte de los medios de comunicación nacionales, está severamente contaminada por varias fuentes. Una de esas fuentes es la mismísima Industria Tabaquera. Sabiendo esto, comprenderemos que la oposición compulsiva a las regulaciones del tabaco, no es una característica del liberalismo; sino del mercenariazgo.
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