domingo, agosto 20, 2006

La cantina es mía: territorio fumeta

Recién entrada en vigor la ley 28/05, cuando a un hostelero se le pidió que explicase la razón por la que había declarado todo el comedor de 120 m2 para fumadores mediante el cartel de “En este local se permite fumar”, éste, a la vez que cargaba el peso de su cuerpo hacia delante apoyando las palmas de las manos en la barra y sacaba barbilla, exclamó por respuesta: “¡La cantina es mía! y ninguna ley fascista va a decirme como tengo que llevar mi negocio...”

Esta equivocada y egoísta reafirmación del derecho a la propiedad, que evocaba a aquellas famosas palabras de Manuel Fraga pronunciadas lustros atrás, no esconde precisamente un glorioso inconformismo, ni una valiente declaración de ideales. Más bien se trataba de una reacción primaria, semejante a la de un animal; pero no un animal social, como el homo sapiens sapiens, sino más bien un animal territorial como el homo fumans.

Sin duda, la artificial condescendencia con el cigarro, a menudo hace perder la perspectiva de las cosas y pervierte la naturaleza humana hasta tal punto que, los instintos más primarios, pueden emerger con frecuencia en las conciencias más debilitadas por la nicotina.

En otra entrada ya expliqué por que es necesaria la intervención del estado a la hora de regular derechos y libertades en lo que al acto de fumar concierne, así como las diferencias entre el uso privado y el uso público de las propiedades, y como el modo en el que el propietario ejerce su responsabilidad a la hora de administrar los usos, participando en la imposición de códigos de conducta según el caso.

Actitudes tan reaccionarias como la descrita en el primer párrafo, aunque no causan sorpresa precisamente, sí conviene recordar que se dan en demasiadas ocasiones. Muchos hosteleros, unos alineados con La Tabacalera, otros alienados por la nicotina, se obstinan en ir contra natura. No logran entender que no se ganan la vida ni vendiendo cigarros, ni humo de segunda mano; cigarros que, encendidos en su local, provocarán conflictos de intereses entre los usuarios-clientes; cigarros que, además, serán fuente de disputas con sus compañeros del gremio en lo que a competencia desleal se refiere.

Por tanto, el gremio de hosteleros, sólo podrá resolver sus conflictos con el no-fumador, con el fumador y con el Estado si persigue la uniformidad de criterios a la hora de aplicar la imposición de un código de conducta en sus locales. El único código de conducta válido para resolver el conflicto es a la vez más acorde a los intereses del gremio. Dicho código se establece mediante la prohibición de fumar en el interior de cualquier local.

Así pues, la existencia de elementos reaccionarios en las filas hosteleras -aquellos propietarios que insisten en marcar su territorio con humo y ceniza de cigarro-, no ha de tener lugar por una, meramente pragmática, cuestión de solidaridad.

viernes, agosto 11, 2006

Propuestas a Javier Marías y la decadente RAE

El Aguerrido Javier marías ahora es miembro de la Real Academia Española. Esa institución cuyo lema era el de “Limpia, fija y da esplendor”. Dicen que Javier Marías puede aportar frescura a esta institución cuyo prestigio parece estar últimamente de capa caída. Espero que así sea porque, como lingüista de estudios (que no de vocación), hace tiempo que no confío en el quehacer de los miembros honorarios de la RAE.

Cuando se creó hace trescientos años la RAE podría haber tenido su sentido tal y como fue concebida. Su existencia era consecuente con las ineficaces prácticas del ya menguante Imperio Español. Dichas prácticas perseguían el mantenimiento de la influencia sobre sus colonias y, para ello, el imponer la misma lengua y religión de la metrópolis era fundamental. Al final, evangelizar e hispanizar, sin una sólida y competitiva base comercial y económica de apoyo fue algo inútil. Por ello, un organismo tan rígido, conservador y, en definitiva, anacrónico, debía evolucionar sustancialmente con el tiempo para proponerse otros fines, para renovarse. Podría haber aprendido no de sus errores, sino de su inutilidad; no para cambiar de metas, sino para proponérselas. En lugar de haberse estancado en su elitismo intelectual y clasista, desempeñar una labor social, era una necesidad inevitable.

Es posible que así haya sucedido. Puede que la Institución se haya transformado en un auténtico servicio público, se haya modernizado y haya sabido responder a las demandas de la sociedad; adaptándose con cada vez más rapidez a ella, haciéndose eco de la evolución de la lengua, incluso anticipándose a la norma que los hablantes establecen mediante el uso; puede que ya no esté tan influida por los políticos gobernantes de cada momento etc.

En cuanto al Excelentísimo Señor Javier Marías, todos esperamos que este miembro del Club de Fumadores por la Tolerancia, no se comporte como el Caballo de Troya de Altadís en la RAE y que, a la vez, no contribuya de manera inercial a la politización del lenguaje. Sin embargo, mucho nos tememos que este fumador compulsivo que sugiere ser un librepensador, al final no sepa disimular lo poco libre que es en realidad.

Ahora Marías no debe temer sentirse impotente ante los políticos de pesadilla que le recordaban al estado totalitario descrito en la novela de G. Orwell; al menos, en lo que a la manipulación del lenguaje se refiere. Desde su escaño con la letra erre mayúscula puede aportar su grano de arena en la labor que seguramente ya ejerce su compañero del club de tolerantes en el sillón erre minúscula, Antonio Mingote Barrachina. Suponemos que desempeñará con total rectitud y bajo instrucciones concretas su encomiable labor.

Sí, es un hecho: las altas esferas parecen haber reservado la letra “r” a los intereses de la Industria Tabacalera. Menos mal, que entre tanto mercenario que ocupa el resto de los escaños pasa desapercibido el detalle de los miembros del Club. No me cabe duda de que si la gente supiese lo que yo, consideraría a esta institución como una de las vergüenzas nacionales, y todo por culpa de una malograda representación muy difícil de maquillar.

¿Durante unas décadas más, la lengua estará a merced de los conservadores disfrazados de frescura y progresismo? ¿Durante los tiempos venideros estos carcamales machistas (recodemos que sólo dos o tres mujeres ocupan escaño y los cargos son vitalicios), víctimas de su demencia senil y de su educación tradicionalista, seguirán contribuyendo a que nuestro lenguaje siga rezumando sexismo? ¿Seguirán decidiéndonos como es correcto que hablemos ¡y que pensemos! desde sus retrógradas perspectivas? Creo que la buena labor de la RAE queda muy deslucida por culpa de estos gerontócratas mercenarios. Las personas propuestas para ocupar los escaños son elegidas no con complicados o crípticos, sino sencillamente desconocidos criterios. Por tanto, no es ya tanto el espíritu de la RAE sino el sistema de elección de sus miembros lo que critico.

Volviendo a Javier Marías, recordaré que una de sus actividades preferidas era el de escribir injuriantes diatribas contra el manipulador y opresor estado; siempre que éste tomaba una determinación que no era de su gusto. Era el caso de la política antitabaco. Aunque los tiempos toman un rumbo, que es uno y no es otro, él parece insistir en pasar a la historia como el mecenas del vicio.

Soy tan altruista que, pese a que no me pagan como a estos de la RAE, estoy dispuesto a ayudar a Javier Marías con unas ideas sobre definiciones para que limpie, fije y de esplendor a ciertas palabras, cuyos significados han debido de ser pervertidos, quien sabe, si por algún pérfido estado. Seguiremos un orden alfabético:

“Antitabaco”

Es el adjetivo con el que la prensa suele bautizar a cualquier intento de regular el consumo o la venta del producto. Por analogía, el adjetivo termina siendo percibido como peyorativo por el esclavo del cigarro. Es natural que esto sea así si pensamos en todos los términos que suelen formarse con este prefijo. A saber: antisemítico, antisocial, antipático etc.

Obviamente, la connotación es parcial, merced ha que ha debido de ser puesta de moda con sensacionalistas propósitos por parte del corrompido gremio de periodistas.

Por ello, es necesaria la creación de un nuevo término que se acomode a la realidad que se avecina: un futuro próximo en el que el fumar empezará a estar mal visto. Se me ocurre que podría aplicarse el prefijo “pro”... Como quiera que sea, espero que “antitabaco” no sea incluida en el diccionario con acepciones parciales, como mucho nos tememos.

“Apestado”

Los forofos del pitillo dicen que la intolerancia ha convertido a los fumadores en los “apestados” del de la sociedad. Ésta es una más de las torpes estrategias de victimización del fumeta por parte de los tabaquistas.

Si nos fijamos en la raíz de la palabra, descubriremos la palabra “peste”; esa enfermedad que fue tan contagiosa y mortífera en el medievo. Cierto es que no se contraía la enfermedad por fumar, pero sí se pasaba de unos a otros por no lavarse mucho y por llevar unos malos hábitos alimenticios. De cualquier forma, llama la atención la doblez con la que el término se ha vuelto a poner en circulación.

Podría considerarse correcto aquí el participio de pasado si el agente es el mismo que el que recibe la acción. En principio, el agente (parte activa) podría ser el cigarro, pero como éste resulta desempeñar al final una función instrumental, la verdadera parte activa coincide con la pasiva, i.e. son los fumadores los que se apestan a ellos mismos con el humo de sus cigarros. Entonces, el no-fumador no tiene capacidad para “apestar” a un fumador que libremente ejerce la acción que le es propia.

De aquí se concluye que el término apropiado es el de “apestante”. Lo único que hay que hacer es cambiar la desinencia de participio de pasado por la de participio de presente. Así, la parte activa es designada de acuerdo con la realidad, puesto que el fumador sí tiene la capacidad de “apestar” al no-fumador, que es el verdadero sujeto pasivo y la víctima. Por tanto, el “apestante” es el fumador, no sólo porque es de su aliento y de sus ropas de donde procede la peste, sino porque también tiene la capacidad de convertir a los que hay a su alrededor en “apestados”, gracias a los gases que emanan de su pitillo.

“Fundamentalista”

“Fundamentalista de la salud” es un sintagma que se suele escuchar con cierta frecuencia por ahí. Es una más de los absurdas referencias sacadas de contexto con las que la Industria intenta darle la vuelta a la tortilla.

Tachándonos de fundamentalistas, es fácil que, aunque de manera subconsciente, se nos asocie al radicalismo islámico y al concepto estrella de “intolerancia” aplicado a la religión. De esta manera se trata de estigmatizar a los detractores del tabaco, asociándolos a cosas tan terribles y siniestras.

Si se incluye una acepción en sentido pro-tabaquero, espero que se mencione igualmente otra posibilidad combinatoria del término, para contrarrestar la inmensa ventaja léxica que nos llevan los “fundamentalistas del pitillo”.

“Inquisidor”

Este sí que es otro término rescatado de la anacronía con gran astucia y sagacidad. Es un hecho para los fanáticos de la nicotina: somos unos inquisidores que disfrutamos impidiendo a los fumadores el gozo. Sí, tenemos que confesarlo. No nos da placer ni el sexo, ni la buena comida, ni la bebida, ni el puro. Sólo derivamos placer sádico de la persecución de ciertos individuos a los que se les ocurre fumar para gozar. Por ello, nos chifla el condenar al ostracismo a un fumador para ver como sufre apurando su pitillo en la calle bajo un terrible aguacero. Y no lo condenamos a la hoguera porque produciría más humo al quemársele el paquete de cigarros que lleva en el bolsillo. Nos resulta regocijante el asediar con nuestras denuncias a esos pobrecillos que no nos hacen nada, salvo poner los interiores perdidos de humo y llenar las playas de colillas, porque estamos todos muy ociosos y no encontramos otro pasatiempo.

Sin duda, los fumadores no nos persiguen deliberadamente. Pero es que tampoco les hace falta, ya lo hace por ellos el humo de sus cigarros y además de manera viciosa e impúdica. El acosante gas de sus cigarros termina ultrajando sin escrúpulos todas las zonas de nuestro cuerpo, sobando nuestra piel y toqueteando nuestro pelo. Para colmo, osa penetrar nuestra garganta para, a continuación, violar nuestros vírgenes pulmones. Una vez que consuma su asqueroso cometido, su olor se nos queda impregnado y no nos abandona. Al final, tenemos que purificamos a base de gárgaras, ducha y jabón.
En este caso, quien lea lo anterior y no reconozca que estamos sufriendo vejatorias torturas, es que… fuma y nos obliga a fumar y nos somete a torturas propias de inquisidores.

Por ende, el término inquisidor debe ser aplicado también a fumadores de interiores, si tiene la oportunidad de aparecer con acepciones tan particulares.

“Tabaquina”

El ingenuo abogado de fumadores José María Mohedano, cegado por el inconmensurable odio hacia los fumadores pasivos, quiere que la RAE reconozca una nueva acepción para esta palabra, según se deduce de lo expuesto en su obra “¿Quién defiende al fumador?”.

La tabaquina, es el subproducto que se obtiene a partir de restos de las plantas de tabaco y se usa como pesticida. La palabra pesticida daría demasiado juego y no le convendría a Mohedano. Parece que pretende tratarnos a los no-fumadores como insectos y procurar nuestra eliminación física. Cuando él, lo único que quiere denotar con esa palabra, es nuestra “fobia al humo”. Yo, en lugar de Javier Marías, no propondría esa acepción.

“Taliban”

Más de lo mismo. Nos quieren atribuir el dudoso honor de ser tan cerrados y radicales como los Taliban. Es la misma estrategia usada con otras palabras como “fundamentalista”, “inquisidor”, “intolerante”, sólo que en este caso se suele aplicar con más frecuencia a la Ley 28/05 en concreto.

Aquí, resulta extraño que la Ley tenga esa reputación aun habiendo sido aprobada con una de las mayorías más amplias en la historia de nuestra joven democracia. Pero no me importa. Si Javier Marías quiere incluir como primera acepción del adjetivo, “Relativo al carácter intolerante, opresor y fundamentalista de la Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de medidas sanitarias frente al tabaquismo y reguladora de la venta, el suministro, el consumo y la publicidad de los productos del tabaco.” Por mí de acuerdo, puedo aprobar esa pequeña licencia.

“Tolerancia”

Este sí que es uno de los conceptos de los que más ha abusado la retórica de los políticos. El término, aunque se venía usando desde hace siglos, se puso de moda sobre todo al término de la Segunda Guerra Mundial a raíz del holocausto judío y otros despropósitos del siglo XX..

Lo que está claro es que nadie ha viciado el espíritu del concepto de manera tan maquiavélica como lo han hecho los demagogos del “Club de Fumadores por la Tolerancia”.

La tolerancia tiene su sentido cuando aquello que se tolera es un bien. De hecho, si el fumar fuese un bien común, sencillamente lo auspiciaríamos. Sin embargo, los Tolerantes del Club, quieren que amparemos aquello que nos perjudica a todos y sólo les beneficia a ellos. En otras palabras, nosotros aguantamos estoicamente y ellos fuman donde les da la gana sin tener que respetarnos, como si un cigarro encendido fuese algo bueno o que no molesta.

Sinceramente, espero que Javier Marías se moleste en recuperar la noble esencia de la palabra a la que tanto daño hicieron los suyos. Para ayudarle con dicho cometido, yo propondría como sinónimo de su tolerancia la palabra “permisivismo”, que es lo que en realidad quieren decir. Aunque otros sinónimos de esa tolerancia podrían ser “cobardía”, “vista gorda” o “masoquismo”, según el caso.

lunes, agosto 07, 2006

La discriminación de los fumadores

Acabo de leer en una edición del País lo que sin duda es una excelente noticia para los seguidores de nuestro movimiento: “El rechazo de los fumadores en las ofertas de puestos de trabajo no constituye una discriminación perseguida por la legislación europea, según la CE.”.

En la vertiente estrictamente económica, podemos afirmar que, el verbo “discriminar”, aplicado a la contratación de los fumadores adquiere su significado etimológico, siendo despojado de las connotaciones histórico-sociales que contaminaron el vocablo al gusto de los políticos a lo largo del siglo pasado.

Estas connotaciones que acabaron moldeando su significado hasta el actual, empezaron a surgir siempre que el vocablo era usado fuera de cualquier tratado exclusivamente matemático o científico (“Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos o políticos”).

Por tanto, si la palabra “discriminar” puede ser aplicada a la contratación o no de los fumadores por ser fumadores, ésta recuperará su significado primigenio: “separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra.”

Pese a lo dicho en los tres párrafos anteriores podemos intuir que, con esto del tabaco, cualquier víctima de la cigarromanía, tan enquistada en nuestra sociedad, podría arriesgarse a hacer una excepción a sus propios principios o, cuando menos, a guardar silencio intencionado al respecto.

Como consuelo para los a los economistas enganchados a la nicotina, que ven como inexorablemente la Industria Tabaquera parece abogada a la reconversión a largo plazo, recordaré las descomunales ventajas que tendrá la nueva tendencia en la contratación de trabajadores a nivel productivo. Si esta tendencia se consolida, puede constituirse como una verdadera revolución en el ámbito laboral que no desembocará sino en un hecho incuestionable: la mejora sustancial en la calidad de la mano de obra, con el consiguiente aumento de beneficios y la disminución de gastos en términos globales.

domingo, junio 25, 2006

Buscad las diferencias

Pero si se deja absoluta libertad a los empresarios, ¿no se perpetuará la discriminación salarial que afecta a las mujeres?

Por Albert Esplugas Boter

“Si las mujeres recibieran sueldos más bajos que los hombres y fueran igual de productivas, los empresarios ávidos de beneficios contratarían mujeres en lugar de hombres (obteniendo igual productividad a un coste menor), hasta que la demanda de mujeres elevara sus salarios y se igualaran a los de los hombres. Por tanto, el que persistan diferencias salariales entre hombres y mujeres en el mercado sugiere que las mujeres (consideradas en su conjunto, generalizando pues) no están siendo discriminadas sino retribuidas de acuerdo con su menor productividad en el trabajo (menos años de experiencia laboral por maternidad y cuidado de los niños, preferencia por horarios flexibles o tareas menos riesgosas con salarios más bajos, entre otras causas, podrían explicar esa disparidad). En el mercado libre los salarios tienden a equipararse a la productividad marginal. Por ello la liberalización es el mejor antídoto contra la discriminación laboral de las mujeres (y de cualquier otro colectivo), pues aquellas que reciban un salario inferior a su productividad por motivos sexistas probablemente serán contratadas por empresarios que tengan más afán de lucro que ansias discriminatorias.”

http://www.liberalismo.org/faq/67/

Pero si se deja absoluta libertad a los empresarios, ¿no se perpetuará la discriminación salarial que afecta a los fumadores?

Por Albert Esplugas Boter/Mirando-atrás-con-ira

“Si los fumadores recibieran sueldos más bajos que los no-fumadores y fueran igual de productivos, los empresarios ávidos de beneficios contratarían fumadores en lugar de no-fumadores (obteniendo igual productividad a un coste menor), hasta que la demanda de fumadores elevara sus salarios y se igualaran a los de los no-fumadores. Por tanto, el que persistan diferencias salariales entre no-fumadores y fumadores en el mercado sugiere que los fumadores (considerados en su conjunto, generalizando pues) no están siendo discriminados sino retribuidos de acuerdo con su menor productividad en el trabajo (menos años de experiencia laboral por asistencia a tratamientos de deshabituación y cuidado de la salud, preferencia por horarios flexibles o tareas menos cansinas físicamente o más sedentarias con salarios más bajos, entre otras causas, podrían explicar esa disparidad). En el mercado libre los salarios tienden a equipararse a la productividad marginal. Por ello la liberalización es el mejor antídoto contra la discriminación laboral de los fumadores (y de cualquier otro colectivo), pues aquellos que reciban un salario inferior a su productividad por ser fumadores probablemente serán contratados por empresarios que tengan más afán de lucro que ansias discriminatorias.”

domingo, junio 18, 2006

Derecho del fumador y derecho del no-fumador

Si dos personas, por la circunstancia que sea, se ven obligadas a compartir un espacio vital no estrictamente privado y particular, i.e. de uso público como un aeropuerto, deberá prevalecer el derecho del no-fumador a no respirar un humo de tabaco que no es él quien lo produce. ¿Por qué? ¿Porque es más guapo o más feo? ¿Acaso es más sano o más enfermizo? ¿Es más virtuoso o vicioso? No. La razón está en el hecho de que él no es libre de actuar conforme a su voluntad en esa circunstancia.

El no-fumador, por sí sólo y con sus propios medios, es incapaz de ejercer su derecho a no inspirar humo de tabaco, salvo si no respira. Su decisión es completamente dependiente del respeto de la parte activa –fumador-. Pero, viceversa, tal dependencia no existe. Por tanto el no-fumador está en desventaja en cuanto a ejercicio de derechos se refiere en tal situación, desequilibrio que ha de ser compensado con la lealtad de ambas partes a un código –Ley-, que de manera justa defienda y, subrayo, defienda, el derecho del no-fumador.

La responsabilidad en la aparición o no del conflicto recae íntegramente en el fumador. Él es el único capacitado para evitar que éste tenga lugar. Las dos partes en conflicto sólo pueden actuar de las siguientes maneras:

El fumador puede respetar el derecho del no-fumador renunciando a fumar al lado de éste, o puede decidir fumar. Entonces, el no-fumador puede tolerar la molestia o irse de su lado.

Si el no-fumador considera que el grado de molestia es aceptable, puede que tolere la situación, pero el conflicto subyacerá –esa es la auténtica tolerancia-, aunque no se manifieste. Por lo tanto no se habrá resuelto el conflicto.

Si, por el contrario, el no-fumador decide que el nivel de molestia sufrido es inaceptable y se marcha a otro lugar sin que fuese su deseo, se habrá visto cuestionada su libertad deambulatoria. Su decisión equivaldría a una obligación; puesto que se le colocó entre la espada y la pared.

En tal caso, dado que el no-fumador no tiene el deber jurídico o contractual de soportar, el único que tiene la llave para solucionar el conflicto es el fumador. En tal caso, lo lógico sería que renunciase por el momento a encender su cigarro, hasta un momento posterior en otro lugar.

Con esto, comprendemos por que el Estado ayuda al no fumador a ejercer su derecho regulando -que no prohibiendo- aquel del fumador. Puesto que el fumador, por su parte, sí tiene un abanico más amplio y flexible de posibilidades a la hora de ejercer su derecho a fumar, sin necesidad de imponérselo al no-fumador.

A simple vista, la intervención del Estado sería una intromisión, porque está regulando aspectos de la convivencia diaria de los individuos, regulando conductas con el pretexto de que se desarrollan dentro de espacios públicos. Sin embargo, a nivel práctico, la regulación tiene su sentido y adquiere total legitimidad. En la realidad presente, ambas partes ajustan su conducta a un código que no es objetivamente aceptable: el del fumador. Este código no es justo porque ha sido impuesto por una sola parte, –la fumadora- y ha sido tolerado por la otra, -la no-fumadora-. Insisto, tolerado, pero no aceptado ni tan siquiera de manera tácita. De modo que la imposición de un código más justo por una autoridad externa a las partes en conflicto, es necesaria.

En una propiedad privada el propietario estará legitimado para decidir si se impone el código del fumador solamente cuando el uso de su propiedad no vaya a ser público. Es decir, cuando su “publicidad” no vaya dirigida a una generalidad de personas sino que los posibles usuarios sean cuantificables e identificables de antemano, en un momento previo al acceso de éstos a la propiedad. El colectivo de personas al que va dirigida la oferta de su uso ha de ser determinado o determinable, de manera que el propietario pueda discriminar de manera inequívoca a los posibles usuarios.

Por tanto el propietario no tiene legitimidad para imponer el código del fumador en su propiedad si su uso es público de facto, porque tal decisión sería impuesta en la práctica por el código dominante –el del fumador-, merced a que otra decisión podría provocar un conflicto entre su afán de lucro y el derecho de los posibles usuarios no-fumadores.

En el primer caso, en el que la oferta de uso no vaya dirigida al público, -una vivienda particular o un club, por ejemplo-. El conflicto no existe, pues el uso es exclusivamente particular, de manera que el número e identidad de los usuarios es determinada o determinable por el propietario. En este caso, el propietario está legitimado y capacitado para imponer cualquier código de conducta.

Si existiese un conflicto entre fumadores y no-fumadores, éste sería un conflicto estrictamente privado en un ámbito privado al estar todos los usuarios cuantificados e identificados de antemano. En esa situación, el único capacitado para dirimir el conflicto sería el propietario en virtud del código de conducta que impuso como condición de uso de su propiedad. En tal caso, el código de conducta, al que libremente deciden someterse, opera como obligación contractual para todos y cada uno de los usuarios.

jueves, junio 15, 2006

José María Mohedano y sus bufonadas

Es conocido por muchos de nosotros que el “Club de Fumadores por la Tolerancia” es una organización sierva de la industria tabacalera; creada y financiada por ella. Pero hay un detalle que no conocéis acerca de su corte de séquitos y de sus secuaces. He hecho algunas pesquisas recientemente. Resulta que uno de sus socios, José María Mohedano, hace las veces de bufón entre los personajes de esa nutrida corte de tertulianos y columnistas al servicio de Su Majestad El Cigarro.

Esto de la Internet es fabuloso para seguirle la pista a cualquier personalidad por discreta que trate de ser –aunque no sea éste el caso precisamente-. Pues haciendo memoria sobre algunas averiguaciones sobre su trayectoria personal y profesional he podido concluir que este señor es un tipo gracioso, muy simpático que posee un inconmensurable talento para la traición. Tal es así, que cuando avisté el otro día su obra en la librería, no pude evitar la tentación de adquirirla. Me dolió un poco el hecho de que alguna manera haya podido contribuir a llenar las ya rebosantes arcas del Club que tanto odio. Pero, por otro lado, pensé que el libro me iba a hacer rejuvenecer con las más que previsibles carcajadas que me provocaría. Ello compensaría en parte el daño a la salud que he debido de sufrir durante años de fumador pasivo. No me equivoqué, porque por 11,90 €, este bufón te promete una tarde de lectura sin igual: Risas y carcajadas hasta el lacrimeo. Os lo juro.

El libro en cuestión tiene por título esta facilona pregunta retórica: ¿Quién defiende al fumador?. En él encontraremos todo lo que un no-fumador malicioso puede desear, todo puesto a modo de carnaza sin anzuelo para que uno se cebe poniendo verde a su autor. Entre sus titiriteras ideas y malabarescos argumentos encontraremos el infalible conglomerado de fórmulas al que estamos acostumbrados: Mentiras por doquier, anacronismos rancios, mezcolanzas de churras con merinas, contradicciones a tutiplén, relaciones entre velocidad y tocino inéditas, salidas por los cerros de Úbeda, comentarios arrogantes y prepotentes, mezquindades sin parangón y chulerías varias -amen de otros inefables disparates -. En fin: una orgía de dicciones harto risibles. He dicho antes lo de inéditas contradicciones porque, en esencia, no encontramos demasiadas cosas nuevas. En realidad es una recopilación de datos, historias y escritos de amiguchos suyos que, con paciencia, ya se pueden encontrar en Internet. De hecho la primera parte del libro es, en gran parte, una historia del tabaco probablemente traducida de http://www.tobacco.org o adquirida de las fuentes en las que se basa.

Este batiburrillo de escribidurías está estructurado según el típico modelo de preguntas y respuestas. Aunque ya sabemos que es más de lo mismo, antes de que lo entreviste un día de estos El Loco de la Colina, os prevendré un poco sobre lo que podéis encontrar en este bodrio, a la vez que haré alguna referencia a los momentos más brillantes de este lenguaraz bufón.

Nada más empezar, no se le ocurre otra cosa que presentarse con su referencia a la misma cantinela de siempre: Esas epicúreas razones que hablan de lo placentero que es el fumeteo por encima de todas las cosas, como valor absoluto. De hecho, en algún momento del libro, hace valedera a través de citas ajenas la idea de que el que no disfruta fumando no merece vivir. Casi al pié de la letra plagia –imagino que consentidamente- a su camarada Fernando Savater y su libro “Los pequeños placeres de la vida” –las pequeñas torturas de la vida traducido al cristiano-. Sí, estos señores consideran a los exfumadores que nos defienden unos chaqueteros; ya que “El problema es el de las personas que han sustituido el placer de fumar por el placer de perseguir a los que fuman”. Supongo que esta gente piensa que alguien es libre o no para empezar a fumar, pero reconoce que una vez que fuma no puede dejarlo, o bien considera contrario a su moral o intereses el dejarlo una vez que se ha empezado, como si fuera un acto de disidencia. No sólo eso; para esta fauna, la virtud del cigarro trasciende límites materiales y consigue infundir virtud en el fumante. Pero mientras hablan tanto de intolerancia y de discriminación por nuestra parte, no dudan en despreciar la postura del que elige no fumar con el chincha rabiña de un niño pequeño, “Pobres políticos a los que no les gusta ni fumar, ni comer, ni beber (...)”. Porque claro, si no fumas es porque seguramente eres un amargado y aquí te lo demuestra él dándote envidia. De manera que los no-fumadores y la Ministra de Sanidad lo que tienen es envidia cochina, y lo demás son cuentos.

Tiene gracia la lectura que ha debido de hacer el Señor Mohedano de la Ley 28/05. Es como cuando Mefistófeles le pasaba a Fausto las páginas de La Biblia para que sólo leyera lo malo. Pero lo peor es que no sabe ni copiar lo que lee. Cito: La Ministra de Sanidad acaba e salirse con la suya y ha conseguido que los legisladores hayan aprobado una Ley Antitabaco, que prohíbe fumar en todos los centros de trabajo y lugares públicos, incluidos bares y restaurantes, (…). ¡Qué más quisisera yo! ¿Pero dónde dice eso la Ley?. Bueno, y lo demás ya lo conocemos: que si somos peor que el inquisidor Torquemada, que si derivamos un placer sádico de perseguir por perseguir, que si el alcohol es peor, que si lo realmente importante es hacer cumplir el protocolo de Kyoto etc.

Comenzado el interrogatorio, comienza quejándose –es casi lo único que hace a lo largo del libro- , de que el intolerante gobierno no deje fumar en los centros laborales. Es frecuente en esta gente una serie de síntomas que le hacen a uno pensar; a saber: manía persecutoria, Síndrome de Estocolmo y agorafobia. Es extraño lo de la agorafobia en España, si tenemos en cuenta el fabuloso clima del que disfrutamos y el decadente modelo urbanístico de calles estrechas. Y sin embargo a Mohedano le parece excesivo lo de salirse a la calle a fumar un cigarro para calmar su vicio. En ese aspecto son intransigentes: tienen que fumar mientras trabajan si les apetece y reclaman una sala específica para ello si los intolerantes no quieren ser ahumados.

Con relación a la cabezonería de fumar en el centro de trabajo y exigir zonas para ello, os confensaré un secreto: Soy un adicto al sexo. Y como yo, muchos otros son los que no estamos dispuestos a permanecer en nuestro puesto de trabajo sin practicar el acto sexual durante más de tres o cuatro horas. Y mira por donde, en ninguna empresa creo que haya salas de vis-a-vis para que apacigüemos nuestra libido. Y encima no puedo salir a la calle para practicar el susodicho acto porque, aunque fuese un eyaculador precoz y tardase menos de lo que tarda uno en fumarse un cigarro, sería un acto de exhibicionismo obsceno. Ahora bien, si se me ocurriera proponer la creación de una zona específica para practicar el sexo dentro de la empresa, con el pretexto de que ocho horas sin poder procurarme alivio son demasiadas, me dirán que soy un sexópata y me obligarán a que busque asistencia médica; Alegarían que tengo un problema. Entonces, de la misma manera, yo digo que si uno no puede estar más de ocho horas sin fumar tiene un problema; y debería buscar terapia para deshabituarse. Pero no, ellos no transigen ni de una manera, ni de la otra.

Otra cosa que llama la atención, son las interpretaciones maximalistas de los informes de la OMS, y de la Ley 28/05. Es lo de siempre: que hemos declarado la Guerra Santa o Yihad antitabaco, que es una cruzada contra los pacíficos fumadores, que si el totalitarismo al estilo “1984” de G. Orwell, que si la poca confianza por parte del gobierno en la capacidad del ser humano para convivir etc. Todo ello entre intentos con los que desesperadamente intenta desviarse del quid de la cuestión, como son las referencias al paro, a los contratos basura, a las listas de espera en los hospitales etc.. Con ello demuestra tener una asombrosa habilidad asociativa, pues consigue relacionar constantemente la velocidad con el tocino. Todo ello mientras se sale por los cerros de Úbeda y tergiversa citas ajenas.

En el capítulo “¿Cree usted que hay algo de inquisitorial en la nueva ley?”, llegamos a los divertidos anacronismos. Más o menos es lo visto en “A History of Tobacco”, como ya mencioné, pero una vez más ha sido Mefistófeles el que le ha subrayado lo que tenía que leer. En resumidas cuentas, exhibe una astucia desmedida. Realmente consigue que los no fumadores se sientan culpables. Por si lo anterior no había funcionado, ahora intenta chantajearnos emocionalmente con su victimización de los fumadores. A lo largo de la historia han sido vilipendiados, han sido declarados herejes, quemados y condenados a los infiernos, al ostracismo, se les ha cortado la cabeza, se les ha perseguido y odiado más que a los Judíos… Nos ofrece en definitiva unas escenas bastante tremendistas; pero está claro que no profundiza en las causas para cada caso, de manera que la información está descontextualizada si tratamos de relacionarla con el fin que persigue el libro. Y todo ello, recordando de vez en cuando, las insidiosas acusaciones que, según él, la OMS y el gobierno vierten sobre el tabaco como responsable de todos los males de la sociedad.

En el siguiente capítulo, aparece la primera contradicción. Si antes nos dijo al comienzo del anterior que la Ley Antitabaco era el producto de la “reaccionaria e inquisitorial tradición hispánica”, ahora nos dice que no, que es importada de los EEUU. Sacamos la conclusión por tanto de que es incapaz de mantener un mínimo de orden en su cabeza. En un primer momento podría parecer que la ira lo obceca. Pero luego nos percatamos de cual es el problema: Ya nos confesó que era un comedido fumador de puros vegueros. Es cierto que bajo los efectos de las drogas, el romántico Colleridge con su opio, o los surrealistas con sus mezclas experimentales de alucinógenos, escribieron obras maestras de la poesía. Preciso: obras literarias, i.e. novela o poesía. Pero para hablar de estos temas, de forma pretendidamente seria, es necesaria cierta lucidez. Hace falta conservar la objetividad y la capacidad crítica intactas, porque hay que pensar con la cabeza y no con la caja de puros vegueros que tenemos entre el ennegrecido teclado y el amarillento ratón. No es estético, sino prepotente y chulesco, aprovechar una borrachera de nicotina para armarse de valor y lanzar improperios contra el Estado, contra el fumador pasivo y contra cualquier otro que se ponga a tiro; como así lo hace Mohedano. Pero claro, es probable, que si él cree que el fumar agudiza el ingenio –entre otras virtudes-, trate de sacarle partido a sus vegueros a la hora de escribir su libro. A decir verdad, pensará que ha hecho trampa, que se ha valido del doping como algunos ciclistas, que se ha administrado nicotina para invocar a su particular musa de la inspiración y asombrarnos con su biperina lengua.

El único momento en el que tengo que reconocer una sincera simpatía hacia el autor es cuando narra: “Hace tiempo que empecé a creer que aquello del pecado original no tuvo nada que ver con la manzana, que fue una invitación a fumar que Eva le hico a Adán, y que la serpiente, por supuesto, es una gran fumadora.” -Eso tiene gracia y es ingenioso-. Lo dice a propósito del placer sádico que derivan las autoridades sanitarias en general “impidiendo el goce y la relajación que produce el tabaco”. Supongo que con esta actitud, él jamás acudirá a un matasanos por fuerte que sea el dolor de muelas que sufra, o pensará que el mejor médico es uno mismo y sabrá automedicarse.

También es risible el tratamiento estadístico que nos ofrece. Desde luego es alarmante para nuestros intereses el hecho de que en España 200.000 familias vivan gracias al tabaco. Lo único que me cabe esperar es que todas esas familias no sean numerosas, sinceramente. Todo el tratamiento estadístico que hace –por supuesto poco creíble- viene a cuenta de la alusión a la hipocresía con la que se aborda el problema desde el punto de vista económico, con los tópicos sobradamente conocidos que ya hemos desmitificado.

Es a veces un poco pesado y reiterativo con la idea del Estado inquisitorial y moralista. Lo cual no le favorece en absoluto, porque hace que uno termine dándose cuenta de su terrible confusión, sin darle oportunidad a ésta de que pase desapercibida. Me refiero a que un verdadero Estado de Derecho, no trata de imponer la virtud ni de moralizar. Cada uno es, efectivamente libre de elegir el camino del vicio o la virtud –aunque el Estado puede decidir la conveniencia de orientarnos hacia lo segundo para favorecer el bienestar general-, no obstante hemos de suponer que no impone una moral, sino que trata de proveernos de las armas para ejercer nuestros derechos. Además, si derechos de diferentes individuos o entidades entran en conflicto, habrá que regularlos. Por lo tanto, el Estado no impone la Diosa Salud, ni su fundamentalismo; sólo ordena derechos para que la convivencia sea posible y las libertades no entren en conflicto. Aplicándolo al caso concreto, no se le ha prohibido fumar al fumador, sino que se le ha permitido al no-fumador no fumar. De todas maneras está claro que es inútil tratar de convencer al escritor de esto. La causa está en que él niega la existencia natural del fumador pasivo. De acuerdo con él, es una invención del Estado o una psicosis colectiva inoculada por aquél. Como él dice: “El gran truco que se han buscado los demonizadores del tabaco es el rollo Macabeo del fumador pasivo.”

Asumiendo lo anterior, me pregunto que pensaría este amante del cigarro si algún día se topase con esta dedicatoria que le estoy escribiendo. Es probable que creyera que ha abusado –y mucho- ese día de sus vegueros y que está alucinando; salvo si cree en los fantasmas. Encontraría que esto lo ha escrito alguien sin interés político alguno y que, a diferencia de él, se molesta en escribir sin recibir una contraprestación económica. Algo difícil de entender en estos días, ¡que altruista por mi parte! ¡Fíjate tú!. Y para colmo, este humilde escritor de bitácoras no busca ni fama, porque el tema no da mucho de sí y el público al que se dirige es minoritario –una veintena de personas-. Entonces, ¿Cómo es posible qué, sin militar en un partido socialista, odie tanto al cigarro? ¿Por es tan gratuitamente sádico apoyando una Ley que ni me va me viene?. Porque me molesta y me da asco, respondería yo. Sí, efectivamente, a muchos fumadores pasivos nos molesta el humo de los cigarros y los puros. Nos da asco el humo de vuestros cigarros y de vuestros puros. Nos preocupa el efecto que pueda tener sobre nuestra salud el humo de vuestros cigarros y de vuestros puros ¿Es tan difícil de entender?

Siguiendo con las cuestiones de salud, después de leer este panfleto, he podido entender más a fondo un aspecto que se me olvida de algunos fumadores: la pérdida aguda de objetividad. Muchos de ellos, como es éste el caso, parecen tener claro que los demás somos unos quejitas y unos histéricos. No obstante, él nos atribuye dos enfermedades, - ambas descubiertas por él-: La tabaquina y la fobia al humo. No me extraña que a estos cavernícolas les de lo mismo ocho que ochenta, como lo demuestran cuando hablan de las inconveniencias sanitarias del tabaco, las cuales reconocen cuando no les queda otra. Mohedano pone el grito en el cielo cuando el CNPT, asegura que los bebés de las fumadoras pueden nacer con un perímetro craneal reducido y, por tanto, sufrir un retraso en el desarrollo intelectual y emocional. Pero él, que es hombre sabio, rectifica esa inexactitud diciendo que la capacidad del cerebro no se mide por el perímetro o por el volumen craneal, sino que depende de las circunvoluciones de la corteza cerebral. ¡Vaya! Esto me deja algo estupefacto. Parece darnos a entender que no le importaría que su hijo naciese con una cabeza de jíbaro, con tal de que tuviera unas pocas luces más que él. En cualquier caso, supongo que si tuviera un cabeza de chorlito por hijo, podría atribuirlo perfectamente a la herencia –y con razón-, antes que culpar a sus queridos vegueros. Lo chocante es que sea un defectillo aceptable para él; igual que si por fumar en el embarazo, en vez de nacer con cuatro kilos su hijo, nace con sólo tres, ¿Quién lo va a notar un kilo de más o un kilo de menos salvo un histérico fundamentalista de la salud?. Sin duda es una dimensión del conformismo del fumador que no conocía antes. Me ha ilustrado bastante sobre las prioridades de estos adictos.

Tampoco pasa por alto Mohedano la relación entre el vicio y la longevidad. No para de caer en sus propias trampas una y otra vez. Quiere combatir las para él infundadas teorías de los ignominiosos no-fumadores, según las cuales, el tabaco acorta la vida. Por fortuna para nuestros intereses, se limita a recordarnos las excepciones que confirman la regla: Ese rollo pueblerino, propio de los calorillos, de que si fulano fumaba y vivió mucho, que si mengano abusaba y vivió aún más. Cita ejemplos igual que cualquier defensor de su vicio, sólo que con más recochineo y pedantería que la mayoría. Podría ser, que él piense que Matusalén era muy fumador, -tradición que debió de heredar de la serpiente- y por eso vivió tanto; o que Maricastaña está todavía viva, y sigue fumando tantos puros como de costumbre.

Como buen apólogo del tabaquismo, además de instar al incumplimiento de la Ley con sus mensajes subliminales, Mohedano niega la efectividad de los “atemorizantes letreros fúnebres” en las cajetillas de tabaco. Es más, comunica a los vasallos de Su Majestad el Cigarro que no están dirigidos a ellos salvo quizás para amedrentar y nada más. Dice estar convencido de que van dirigidos a los no-fumadores que los rodean, con el único objetivo de estigmatizar y convertir a los fumadores en los apestados de la sociedad. Por supuesto, no duda en comparar los planes del gobierno para reducir el número de fumadores con el gusto de los nazis por la pureza racial. Es obvio que todo esto es un indicativo bueno para nosotros: Si él odia tanto esos mensajes, es porque funcionan.

Decía Cervantes que no había libro por malo que sea que no tenga algo de bueno. Pues mira por donde incluso aquí se cumple el dicho. Efectivamente, este picapleitos tan bocazas ahora ejerce y está al día sobre temas legales. Así, nos descubre las diferencias entre el sistema legal americano y el español. Nos explica por qué en Los EEUU prosperan las demandas de las victimas de tabaquismo y en España no. A las diferencias entre los sistemas judiciales dedica bastantes páginas. Hablando en serio, es lo único de lo que es capaz de hablar razonablemente. Me ha llamado la atención especialmente el blindaje judicial del que gozan en España las tabacaleras. Paradójicamente, hace pensar que, la lectura de las advertencias en las cajetillas, suponía para el fumador –que no para el pasivo-, una obligación contractual, mediante la cual el fumador asumía los riesgos de los que era informado y se comprometía a no denunciar a las tabacaleras. Lo cual dificulta el éxito de las demandas. Sin duda, todo esto hace pensar que existió una especie de acuerdo tácito durante aquellos años 80 entre el Estado y la Justicia Española, de un lado, y la Gran Tabacalera de otro. Por otra parte, he de entender que, en la actualidad, con la reciente –y misteriosa para él- irrupción del fumador pasivo en el panorama, esto supone para nosotros un reconocimiento de que, aún sin fumar, esta en peligro nuestra salud. Luego, nosotros, sí estaríamos más legitimados para interponer una demanda si nos viéramos afectados.

Bueno, haré caso del sentido del Decálogo del Buen Fumador y no abusaré más de mis carcajadas, porque me está doliendo el diafragma de tanto reírme con este bufón, “y si algo es un placer, ¿para qué convertirlo en un vicio?”. Tampoco tengo ganas de explicar en detalle los soporíferos aspectos de los diferentes sistemas judiciales, en cuanto a esto del tabaco se refiere. En definitiva, el que quiera leerlo que adquiera el libro, pero que procure no pagar por él. Por favor.

lunes, junio 12, 2006

Mitos y verdades sobre el tabaco

He aquí una recopilación de los mitos tabaqueros, i.e. las creencias que la sabiduría populachera ha adoptado como ciencia a lo largo de sus ignorantes años. ¿Cuál es la razón del calado de estas creencias en cierta parte de la sociedad? La falta de información o su erróneo tratamiento: La falta de información es algo usual entre aquellos que prefieren mirar para otro lado antes que conocer la crudeza de problemas que realmente les incumben o, simplemente, andan despistados; el erróneo tratamiento de la información que se recibe es típico de aquel que sólo se presta a escuchar lo que quiere oír. En cualquier caso, la Industria Tabaquera, sus adeptos y sus adictos han sabido intervenir con pasmosos resultados para sus intereses. Afortunadamente, para muchos la red de redes puede hacer que muchas cosas cambien...

Organización Panamericana de la Salud, abril de 2003
Versión española por los doctores Adriana Blanco y Javier Toledo.

http://www.paho.org/Spanish/AD/SDE/RA/toh_greatest_hits.pdf

MITOS Y VERDADES SOBRE EL TABACO

Respuestas a las alegaciones más frecuentes de los oponentes al control del tabaco:

GENERAL

LOS ADULTOS TIENEN DERECHO A ELEGIR FUMAR.

Muy pocos adultos “eligen” fumar. La gran mayoría de los fumadores comienzan a fumar en la niñez o en la adolescencia, antes de que puedan conocer los riesgos del uso del tabaco y las propiedades adictivas de la nicotina. Rápidamente se hacen adictos y luego, aunque la mayoría desea dejarlo, pocos lo logran.

EXISTEN TEMAS DE SALUD MÁS IMPORTANTES QUE TRATAR.

Hay muchos temas importantes en salud, pero el uso del tabaco es la principal causa de muerte evitable en el mundo y en las Américas. Afortunadamente, reducir el uso del tabaco es factible y barato. Además si logramos reducir el uso de tabaco, tendremos más recursos disponibles para afrontar esos otros importantes problemas de salud.

LA GENTE CONTINUARÁ FUMANDO SIN IMPORTAR QUÉ MEDIDAS SE TOMEN

La gente fuma en gran parte porque el tabaquismo es una adicción socialmente aceptada. Existen muchas medidas, tales como la prohibición total de la promoción del tabaco, el aumento de los impuestos, y la creación de ambientes libres de humo, que efectivamente cambian el entorno social y desestimulan el consumo de tabaco. Está comprobado que esas políticas previenen que los jóvenes comiencen a fumar y ayudan a los fumadores a dejar el tabaco.

LOS GOBIERNOS “NO SE TOMAN EN SERIO EL CONTROL DEL TABACO”, PUES SON DEMASIADO DEPENDIENTES DE LOS INGRESOS GENERADOS POR LOS IMPUESTOS AL TABACO.

Los gobiernos pueden conseguir ambas cosas— unos impuestos al tabaco más altos son una herramienta de control del tabaco sumamente eficaz y aumentan más los ingresos tributarios. Esto es verdad incluso cuando los impuestos y los precios alcanzan unos niveles muy altos. Pero aunque, finalmente, el consumo de tabaco descienda tanto que reduzca los ingresos
tributarios totales del tabaco, los gobiernos todavía estarían en una situación beneficiosa, porque los impuestos del tabaco no alcanzan, ni mucho menos, a pagar el daño causado por el consumo de tabaco, estimado en $200 mil millones cada año (Banco Mundial). Los impuestos del tabaco son relativamente fáciles de imponer y recaudar, y tienden a tener mucho más apoyo popular que otros impuestos. Pero hay muchas otras maneras para los gobiernos para recaudar ingresos. De cualquier manera, según la economía se desarrolla y crece, se convierte en menos dependiente de los impuestos directos y más dependiente de los impuestos sobre la renta.

TENEMOS QUE AFRONTAR OTROS PROBLEMAS DE DROGAS

En el ámbito mundial el tabaco provoca una mortalidad mucho mayor que la que se atribuye al uso del alcohol y las drogas ilegales en conjunto. En el año 2000, el tabaco mató a casi 5 millones de personas en el mundo, el alcohol mató cerca de 2 millones, y a las drogas ilegales se les atribuyen aproximadamente 200.000 muertes. El tabaco es la puerta de entrada que frecuentemente introduce a los jóvenes a otras drogas.

LOS PROGRAMAS DE CONTROL DEL TABACO DEBERÍAN CENTRARSE EN AYUDAR A LOS
FUMADORES A QUE DEJEN DE FUMAR.

Los fumadores tienen mayor probabilidad de dejar el cigarrillo en un entorno social que desaliente el uso del tabaco. La elevación de precios o impuestos al tabaco, los ambientes libres de humo y la inclusión de advertencias sanitarias contundentes en los paquetes de cigarrillos que informen gráficamente al fumador sobre los riesgos del tabaquismo son medidas que desalientan el consumo. Los programas de cesación dirigidos a los fumadores ayudan, pero no tienen por sí mismos un fuerte impacto si no van acompañados de políticas más amplias que cambien el entorno social.

LA SOLUCIÓN REAL PARA REDUCIR EL USO DEL TABACO ES EDUCAR A NUESTROS NIÑOS.

Sí, pero ¿dónde aprenden los niños? Los niños aprenden en el colegio que fumar es perjudicial, pero al salir de la escuela ven anuncios de cigarrillos en sus barrios, que se vende productos de tabaco en cada esquina, y que en los hogares y lugares públicos está permitido fumar. De esta forma el mensaje dado en la clase se pierde. Por esto se ha demostrado que la educación escolar por si sola no reduce el uso del tabaco. La educación escolar es efectiva solo si se inscribe en un entorno más amplio que refuerce la no-aceptación del uso del tabaco.

EL HUMO DE TABACO Y LOS AMBIENTES LIBRES DE HUMO

NO SE HA DEMOSTRADO UNA RELACIÓN CAUSAL ENTRE RESPIRAR AIRE CONTAMINADO POR HUMO DE TABACO DE LOS DEMÁS Y EL DESARROLLO DE ENFERMEDADES.

Todas las organizaciones médicas y científicas, que gozan de credibilidad en el mundo (incluyendo la Organización Mundial de la Salud, el Director General de Salud Pública de los EEUU, las agencias nacionales de protección ambiental, y las asociaciones de médicos y cirujanos) han concluido que respirar aire contaminado por el humo de tabaco de los demás causa graves enfermedades y muerte a los no fumadores. En los EEUU 53,000 no fumadores mueren cada año de enfermedad cardiaca y 3,000 mueren de cáncer de pulmón, causados por la exposición involuntaria al humo de los demás. En un ejemplo hipotético de un país con 10
millones de habitantes, se estima que se producirían en torno a 2,000 muertes al año por cáncer de pulmón y enfermedades cardiovasculares entre no fumadores por la exposición al aire contaminado por humo de tabaco. Además la exposición al humo de los demás provoca enfermedades en los niños: causa neumonía, bronquitis, asma e infecciones del oído. Los
únicos grupos que aún niegan esto son la industria tabacalera y sus grupos corporativos.

HAY FUENTES MÁS IMPORTANTES DE CONTAMINACIÓN AMBIENTAL

Muchas sustancias contaminan nuestro aire, y debemos trabajar para eliminar todos los riesgos para la salud en nuestro entorno. El humo de tabaco debe ser reconocido como uno de esos riesgos. Junto a los humos derivados de la quema de combustibles para cocinar alimentos y para las calefacciones, el humo de tabaco es una de las mayores causas de contaminación en los ambientes cerrados, y es la forma de contaminación de más fácil solución: eliminar el uso de tabaco dentro de lugares cerrados.

LAS AREAS COMPARTIDAS PARA FUMADORES Y NO FUMADORES SOLUCIONAN EL PROBLEMA.
Esto es como tener dentro de una piscina una zona donde se permite orinar y otra donde no. ¿Usted entraría? Si el aire se comparte, la contaminación por el humo de tabaco también. Fumar en el área de fumadores causa enfermedad en el área de no fumadores.

LA EXPOSICIÓN AL HUMO DE TABACO DE LOS DEMÁS ES SÓLO UN TEMA DE MALA VENTILACIÓN.

Una mejor ventilación puede reducir el olor a humo, pero no elimina los contaminantes químicos peligrosos. Para eliminar esos contaminantes en una oficina de tipo medio, se necesitarían tantos cambios de aire que se generaría un pequeño huracán. Además ¿por qué forzar a las empresas a invertir en costosos equipos de ventilación cuando se puede simplemente eliminar la fuente de contaminación? La medida más barata, más efectiva y más sensata es eliminar el uso del tabaco en los lugares cerrados.

LOS AMBIENTES LIBRES DE HUMO PERJUDICARÁN A LOS NEGOCIOS, ESPECIALMENTE BARES, RESTAURANTES Y A LA INDUSTRIA TURÍSTICA.

Todo lo contrario: los lugares de trabajo libres de humo tienen costos menores de mantenimiento y de seguros (de salud y de incendio, por ejemplo). Sus trabajadores son más productivos. Los fumadores y los no fumadores expuestos al humo de tabaco enferman más frecuentemente que los no fumadores no expuestos al humo de tabaco. Además los ambientes libres de humo ayudan a los fumadores a dejar de fumar. El efecto de la prohibición de fumar en bares y restaurantes ha sido estudiado en cientos de comunidades. Los registros de ventas muestran que las ventas aumentan o se mantienen igual en los bares y restaurantes libres de humo, en comparación con aquellos lugares donde todavía se permite fumar. Estudios que muestran otra realidad generalmente son financiados por la industria tabacalera y generalmente se basan en predicciones de los propietarios más que en los datos de ventas.

LOS GOBIERNOS NO TIENEN DERECHO A DECIRLE A LOS COMERCIANTES QUÉ HACER.

Las empresas no tienen derecho a poner en peligro la salud y la vida de sus empleados y clientes. Los gobiernos están obligados a proteger la salud y seguridad públicas, tal y como hacen cuando regulan por ejemplo el consumo de alcohol entre los conductores de automóviles, el uso de cinturones de seguridad o cuando fijan los estándares permitidos de
contaminación ambiental.

LA RESTRICIÓN DE FUMAR VULNERA LOS DERECHOS DE LOS FUMADORES.

Como reza el viejo dicho, “mi derecho a balancear mis puños termina donde empiezan tus narices” Los fumadores no tienen derecho a dañar a otros con su humo. Los ambientes libres de humo no violan el derecho a fumar, sino que protegen el derecho de los no fumadores a respirar aire no contaminado.

PUBLICIDAD, PROMOCIÓN Y PATROCINIO

LA PUBLICIDAD DEL TABACO NO INFLUYE SOBRE EL CONSUMO DE TABACO.

Docenas de estudios muestran que el aumento de la promoción del tabaco está ligado a un aumento de su uso en la población general. La promoción también está ligada al inicio del tabaquismo en grupos específicos (como los niños y las mujeres) como resultado de campañas específicamente dirigidas a ellos. Los estudios también han mostrado que la eliminación total o casi total de la promoción del tabaco disminuye su uso. Las restricciones parciales de la publicidad tienen poco o ningún impacto en el consumo, generalmente porque cuando sólo algunos medios o tipos de publicidad están prohibidos las compañías tabacaleras simplemente invierten más dinero en promoción a través de aquellas formas que todavía están permitidas.

SE DEBERÍA PROHIBIR LA PUBLICIDAD DIRIGIDA A LOS NIÑOS.

Es imposible definir claramente qué publicidad está dirigida a los niños. La promoción de los cigarrillos ha tenido éxito en alcanzar a los jóvenes principalmente porque muestra el fumar como un comportamiento “adulto”, algo a lo que todo adolescente aspira. Los estudios han mostrado que las restricciones parciales de la promoción no reducen el consumo de tabaco.
Las prohibiciones totales o casi totales sí lo hacen.

LOS EVENTOS ARTÍSTICOS Y DEPORTIVOS DESAPARECERÁN SIN EL APOYO DE LA INDUSTRIA TABACALERA.

En muchos lugares se ha prohibido el patrocinio por parte de la industria del tabaco. A pesar de las predicciones pesimistas, la mayoría de los grupos ha encontrado patrocinadores alternativos. En otros lugares se han usado las ganancias generadas por los impuestos sobre el tabaco para financiar sus eventos. De esta forma, la gente estará expuesta a mensajes de salud en vez de a productos no saludables en los eventos deportivos o musicales.

NO ES NECESARIO QUE REGULEMOS LA PUBLICIDAD DEL TABACO. LAS COMPAÑÍAS TABACALERAS TIENEN UN CÓDIGO VOLUNTARIO Y SE COMPORTAN RESPONSABLEMENTE.

Los códigos de las compañías tabacaleras, como ellas mismas admiten en sus documentos internos, están diseñados solamente como estrategias de relaciones públicas para evitar una regulación rígida de la promoción. Los códigos son extremadamente débiles, y en la mayor parte de los países las compañías constantemente violan sus propios códigos. En vez de poner
al zorro a cuidar a las gallinas, es mejor solución legislar y prohibir totalmente la publicidad y promoción del tabaco.

ECONOMÍA

EL CONTROL DEL TABAQUISMO LE COSTARÁ A LA ECONOMÍA PUESTOS DE TRABAJO.

Varios países han estudiado el potencial impacto económico de la eliminación completa del uso y la producción del tabaco. La evidencia muestra que, con la excepción de las economías que dependen casi completamente del tabaco, como Zimbabwe y Malawi, la eliminación del
tabaco no afectaría la economía, o la afectaría positivamente. Esto es porque el uso del tabaco tiene muchos costos externos (costos que no son soportados por los fumadores ni por los fabricantes del tabaco). Cuando la gente ya no gaste su dinero en tabaco, lo gastará en otras cosas, generalmente mucho menos dañinas para la salud y la economía. Este gasto
alternativo estimulará, a su vez, otros sectores económicos.

LOS CULTIVADORES DE TABACO SE QUEDARÁN SIN TRABAJO SI REDUCIMOS EL USO DE TABACO.

Aun con un consumo per cápita mundial del tabaco decreciente, la población actual y las tendencias del consumo de tabaco indican que el número total de fumadores aumentará de 1,1 mil millones en 1999 a más de 1,6 mil millones en 2025. Entonces, incluso con las más duras medidas de control posible, llevará generaciones reducir el uso del tabaco hasta el punto en que los cultivadores se queden sin trabajo. El tabaco es adictivo y ha sido parte de la sociedad desde hace décadas. No va a desaparecer de un día para el otro. En ese lapso los gobiernos tendrán la oportunidad de apoyar a los cultivadores en su transición hacia medios de vida alternativos.

EL CONTROL DEL TABACO ES MUY COSTOSO.

Reducir el uso del tabaco es una de las intervenciones en salud de mejor costo-efectividad. Es equivalente a la vacunación en términos de años de vidas salvadas. Las medidas más efectivas son decisiones políticas que le cuestan muy poco a los gobiernos y que le generan, en relativamente corto plazo, ganancias por ahorros en costos de salud.

LAS COMPAÑÍAS TABACALERAS CONTRIBUYEN A NUESTRA ECONOMÍA NACIONAL.

La mayoría de las compañías tabacaleras son propiedad de multinacionales instaladas en dos o tres países desarrollados, lo cual significa que los beneficios por la venta de cigarrillos se van de la economía nacional. Conforme disminuye el uso del tabaco, el dinero gastado en los productos de tabaco se gastará en otras cosas, menos dañinas para la salud y la economía, y generará actividad económica en otros sectores.

LOS IMPUESTOS DEL TABACO CUBREN AMPLIAMENTE LOS COSTOS DEL USO DEL TABACO.

Los impuestos sobre el tabaco no llegan ni de cerca a pagar el daño causado por su uso. Pero incluso si lo hicieran, los impuestos no le compran a la industria tabacalera el derecho a causar un daño equivalente a lo recaudado en impuestos. ¿Si pago 5,000 dólares en impuestos, tengo
derecho a destruir el equivalente a 5,000 dólares de propiedad del gobierno?

IMPUESTOS SOBRE EL TABACO

LOS IMPUESTOS SOBRE EL TABACO PERJUDICAN A LAS PERSONAS CON INGRESOS BAJOS Y PENALIZAN A LOS FUMADORES.

Los impuestos sobre el tabaco son extremadamente efectivos para reducir el consumo de tabaco. Por cada 10% de aumento en el precio real de los productos de tabaco, el consumo disminuirá alrededor de un 8% en los países de medianos ingresos. La disminución será mayor entre los jóvenes y los menos favorecidos, que son justamente los grupos que las políticas
gubernamentales buscan beneficiar y que son los que menos pueden afrontar la carga generada por las enfermedades causadas por el tabaco. El dinero proveniente de los impuestos puede ser usado para pagar programas que ayuden a los fumadores a dejar de fumar y para programas que beneficien a los pobres.

LOS IMPUESTOS SOBRE EL TABACO SON SÓLO UNA FORMA DE GANAR DINERO POR PARTE DEL GOBIERNO.

Es verdad que algunos gobiernos aumentan los impuestos del tabaco primordialmente para aumentar sus ingresos. Pero esto no cambia el hecho de que el aumento de los impuestos al tabaco es una medida política que favorece la salud.

LOS GOBIERNOS PERDERÁN INGRESOS SI AUMENTAN LOS IMPUESTOS SOBRE EL TABACO.

No ha habido ni una sola ocasión en que un aumento en los impuestos del tabaco haya generado una disminución en los ingresos del gobierno. Por el contrario, datos de docenas de países muestran que cuando aumentan los impuestos al tabaco, los ingresos generados por los impuestos aumentan. A pesar de que el consumo de tabaco cae en respuesta a los precios más altos, como el consumo es adictivo el descenso es menor en relación con el aumento del impuesto, garantizando un ingreso estable para el gobierno, por lo menos en el mediano plazo.

MAYORES IMPUESTOS SOBRE EL TABACO AUMENTARÁN EL CONTRABANDO.

El nivel de corrupción de un país, medido por el “índice de transparencia” es mucho mejor predictor del contrabando que el nivel de los impuestos. En la mayoría de los países, los beneficios del aumento de los impuestos al tabaco en términos de salud y de ingresos fiscales,
han sido significativos aún donde el nivel de consumo de tabaco de contrabando es alto. Además los gobiernos pueden usar los ingresos generados por el aumento de los impuestos para reforzar los mecanismos de control del contrabando.

ADVERTENCIAS SANITARIAS EN LOS PAQUETES

LAS ADVERTENCIAS EN LOS PAQUETES SON INEFECTIVAS.

Las advertencias sanitarias en los paquetes de cigarrillos en muchos países son inefectivas porque son demasiado pequeñas y dan una información poco clara. Pero en Canadá y Brasil, donde los mensajes sanitarios son grandes y usan imágenes, éstos han hecho que muchos
fumadores intenten dejar de fumar. Los fumadores dicen que la información es importante y que les advierte sobre los daños del tabaquismo sobre su propia salud y sobre la de aquellos que respiran involuntariamente el humo de tabaco. Estos mensajes pueden reforzar otros elementos del programa de control del tabaco, tales como los ambientes libres de humo.

LA GENTE AQUÍ COMPRA LOS CIGARRILLOS SUELTOS, NI SIQUIERA VEN LOS PAQUETES.

Si los mensajes sanitarios son los suficientemente grandes y claros, las personas los verán en los lugares donde están expuestos para la venta, o mientras otros fumadores sacan sus cajetillas para fumar, o cuando estas son desechadas. Estos mensajes son una de las formas más baratas y de mayor alcance para realizar la educación de la población.

MUCHA GENTE NO SABE LEER, POR LO TANTO ESTOS MENSAJES NO SERÁN EFECTIVOS.

Esta es una buena razón para incluir imágenes junto con los mensajes. Las imágenes pueden ilustrar gráficamente los daños a la salud del tabaquismo y de la exposición al humo de los demás, y pueden ser entendidas incluso sin un texto.

LA INDUSTRIA TABACALERA Y LOS PROGRAMAS DE PREVENCIÓN DEL TABAQUISMO EN
LOS JÓVENES

LAS COMPAÑÍAS TABACALERAS ESTÁN PREOCUPADAS POR EL TABAQUISMO EN LOS JÓVENES Y NOS ESTÁN AYUDANDO CON PROGRAMAS EDUCATIVOS PARA LA JUVENTUD.

Se ha demostrado que los programas de la industria tabacalera para la prevención del tabaquismo en los jóvenes son inefectivos. Esto no es sorprendente, pues no han sido diseñados para serlo. Los documentos internos de la industria muestran que esos programas han sido
diseñados como una estrategia de relaciones públicas para generar una buena impresión en los gobiernos y en el público y así evitar regulaciones efectivas. Estos programas tienen tres grandes beneficios para las compañías: primero, enfocan el problema de que fumar no es adecuado para los niños por la razón de que es una “elección de adultos”. Con esto refuerzan el concepto de que el tabaquismo es una conducta adulta, y la hacen más atractiva a los jóvenes. Los programas típicamente no enseñan acerca de los efectos sobre la salud y reafirman el concepto de fumar como una “elección” sin mencionar la adictividad de la nicotina y el hecho de que la mayoría de los fumadores quieren dejar de fumar pero no pueden. Segundo, los gobiernos que reciben fondos y cooperación de la
industria tabacalera son menos proclives a implementar políticas efectivas para reducir el uso del tabaco. Y finalmente, estos programas promueven la imagen de la industria tabacalera como “buenos y colaboradores ciudadanos” ante los ojos de la juventud y público en general.

LAS COMPAÑÍAS TABACALERAS HAN CAMBIADO SUS CONDUCTAS. NO QUIEREN QUE LOS
JÓVENES FUMEN.

Este mensaje no es creíble. Casi todos los nuevos clientes de las compañías son adolescentes y niños. Sin ellos las compañías no podrían seguir funcionando. Si las compañías realmente fueran serias con relación a que la juventud no fume, dejarían de luchar contra las políticas que
previenen el inicio de los jóvenes como el aumento de los impuestos y los ambientes libres de humo.

CONVENIO MARCO PARA EL CONTROL DEL TABACO (CMCT)

CON EL CMCT LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD (OMS) ESTÁ DEJANDO DE LADO LA SOBERANÍA DE LOS PAÍSES PARA DECIDIR SU PROPIA POLÍTICA CON RELACIÓN AL USO DEL TABACO.

El CMCT fue negociado por los estados miembros de la OMS como naciones soberanas. Es un acuerdo entre países que pueden elegir firmar o no firmar. La inmensa mayoría de los países apoyan el CMCT, porque lo ven como un mecanismo útil para reforzar sus iniciativas para el control del uso del tabaco a escala nacional.

EL CMCT VA A GENERAR UNA NUEVA Y CARA BUROCRACIA PARA EL CONTROL DEL TABACO.

El CMCT proveerá mecanismos para que los países compartan conocimientos y recursos para apoyar el control del tabaco. Esto generará, para la mayoría de los países, un ahorro en costos y una oportunidad para acrecentar el impacto de sus programas y políticas nacionales.

EL CMCT VIOLA LOS ACUERDOS COMERCIALES.

Al firmar y ratificar el CMCT, los países reconocen la importancia de las medidas que protegen la salud pública y será menos probable que interfieran con países que quieren implementar tales medidas.
La Organización Panamericana de la Salud quiere agradecer a los doctores Adriana Blanco y Javier Toledo que hayan preparado la versión española de este folleto.

domingo, junio 11, 2006

Traducción: Mitos y verdades sobre el ACHT

http://medicalreporter.health.org/tmr0895/smokemyth0895.html

Mito: La contaminación de las calles es mucho más peligrosa y dañina que la del humo de tabaco en los interiores.

Verdad: El riesgo de que desarrolles un cáncer por culpa del aire contaminado por humo de tabaco es 100 veces mayor que por otros contaminantes cancerígenos en el aire de la calle.

Mito: El aire contaminado por humo de tabaco más perjudicial es el que el fumador exhala a través de su aliento –el humo ya consumido tras la calada- por así decirlo.

Verdad: El humo procedente del extremo incandescente del cigarro contiene una concentración de venenos y sustancias cancerígenas mucho mayor que el humo exhalado por el fumador.

Mito: A los niños no les afecta el aire contaminado por humo de tabaco; no pasa nada por fumar en presencia de tus hijos con tal de que no les eches el humo a la cara y abras una ventana. Lo mismo es aplicable cuando fumas cerca de tu compañera embarazada.

Verdad: Exponer a los niños al aire contaminado por humo de tabaco es una forma de maltrato infantil. Aunque el humo de tabaco es perjudicial para cualquiera que entre en contacto con él; los fetos, los bebés y los niños son los que corren un mayor riesgo. Esto es porque el aire contaminado por humo de tabaco puede dañar a los órganos en proceso de desarrollo, tales como los pulmones y el cerebro.

Mito: El aire contaminado por humo de tabaco es más una manía que otra cosa y, aunque pueda molestar a algunos (y causar en otros alergia), con todo y con eso no supone un riesgo real el estar en contacto con él.

Verdad: El aire contaminado por humo de tabaco supone una amenaza para la salud tanto individual como pública. Se estima que la exposición al aire contaminado por humo de tabaco es causa 3.000 muertes al año entre los no-fumadores de los E.E.U.U. por cáncer de pulmón y está relacionado con 36.000 muertes por enfermedades cardiacas. El tabaquismo pasivo es, de hecho, la tercera causa de muerte evitable tras el tabaquismo y el alcoholismo.

¿A quién afecta más el aire contaminado por humo de tabaco?

Los bebes, los niños y los individuos de cualquier edad con problemas cardiacos o respiratorios crónicos, asma, alergias, o un delicado estado de salud son lo más gravemente afectados por el aire contaminado por humo de tabaco. Las mujeres embarazadas y sus futuros hijos también pueden verse gravemente afectados por el aire contaminado por humo de tabaco. Desde un punto de vista laboral, los que trabajan en fábricas o en la construcción a pié de obra, los que sirven en bares, camareros y camareras que están casi constantemente expuestos al aire contaminado por humo de tabaco corren un mayor riesgo de desarrollar cáncer de pulmón.

©August 1, 1995, Joel R. Cooper, All rights reserved

martes, mayo 30, 2006

Un fumador en mi ascensor

Hoy voy a confesaros un secreto: soy un adicto al porno. Sí, efectivamente, habéis leído bien; en realidad no sé ni como me queda tiempo para escribir en el blog si malgasto todo el santo día visitando tantas páginas guarras. Es más, la verdad es que soy alguien proclive a todo tipo de fornicaciones y al que no le importa hacer alarde de promiscuidad. ¡En serio!, soy un ser lascivo al que gusta todo: sadomaso, homo, trios, latex, cueros, vendas, masturbación, coito anal, fist-fucking, fustas, látigos, corrientes, esposas etc. En definitiva, soy un salido en toda regla. Para colmo suelo abusar de mi vicio hasta la extenuación y encima lo disfruto más si me lo monto en plan orgiástico. Porque para eso estoy metido en un círculo de intercambio con mis amigas y amigos, todos unos degenerados igual que yo, ¿Qué queréis que os diga si este libidinoso le va la marcha?. Quizás sea debido al hecho de que no fumo y con otros vicios tendré que suplir ese vacío. Vete tú a saber…Y curiosamente ni yo, ni cualquiera de mis pervertidos amigos molestamos a nadie con este tipo de actividades –al menos nadie se ha quejado hasta ahora- pero dicen que la mayoría de los fumadores -gente tan normal- sí molestan últimamente. ¿Por qué será?

Puede que la mayoría de los fumadores por otro lado no sean tan exageradamente depravados como yo. Supongo que los que no se hayan quedado impotentes tendrán una vida sexual ordinaria y además no estarán tan obsesionados con la carne y el fornicio como lo estoy yo. Tampoco lo sabemos porque no suelen insistir en compartir con nosotros los horribles detalles de su perversión sexual -si la tienen-. En cualquier caso, mis desviadas costumbres deberían por lógica ser más escandalosas para el público en general que el simple hecho de que alguien se eche un pitillo en un restaurante ¿no?

Sin embargo, hay algo que me llama la atención de la mayoría de los fumadores sociales y no sé exactamente qué es. ¿Será la forma de vestir? ¿La forma de hablar? ¿Quizás te observen con mirada sucia? ¿Alguna otra cosa rara o llamativa? ¿Su comportamiento gregario? ¿Los piercings? ¿Acaso el color del pelo? ¿Sus ennegrecidas dentaduras y sus amarillentas uñas?. No caigo, aunque debe ser algo que me molesta y no sé decir qué es. A ver si somos capaces de descubrirlo.

Vamos a pensar mal y suponer que yo soy un prejuicioso. Vamos a intentar hacer frívolos juicios de valor en base a las apariencias de los fumadores que tengo a mi alrededor. Así quizás podamos caer en la cuenta de que era lo que tanto me molestó el otro día. Demos por sentado que soy un puritano, un mojigato, un tiquis miquis delicado como el que más, tremendamente irascible, racista, sexista etc. para tratar de dar con la tecla que me haga recordar.

Para empezar, no los veo más maleducados que otros cuando hablas con ellos, no los veo blasfemar en exceso ni tan siquiera suelen hablar en voz alta más de la cuenta. Tampoco suelen vestir más horteras que este servidor -que es un quinqui y a menudo le gusta disfrazarse de santo inquisidor-. Si eso fuera así, para eso está la libertad de imagen y, si no me gusta su ropa, con no mirarla tengo suficiente. Si yo fuese muy religioso podría decir que la compañía de un cigarro no es la más indicada para estar en comunión con el Altísimo, pero con su fe allá cada uno.

Visualmente, hay algo de fetichista en el acto de fumar, quizás el ensayo de felación que practican a cada calada sobre todo si lo que fuman es un buen puro, u otro artefacto faliforme, o puede que sea el hecho de que es algo que los amantes fumadores practican tras consumar el acto sexual o antes –a veces también durante-. O a lo mejor el que ello recuerde a una manera de jugar al maestro y al esclavo. Y ese de la esquina que fuma en cachimba, digamos que es un poco friki con ese cacharro tan aparatoso, pero al no hacer ruido como el saxofón de Bill Clinton no me resulta desagradable saber que está ahí. Como quiera que sea, todas estas rarezas visuales siguen sin molestarnos si somos objetivos, y menos a mí, que estoy pervertido sexualmente y me va el voyerismo, de la misma manera que pocos deben de molestarse cuando me paseo por la orilla de una playa nudista mostrando mi repugnante físico. Ciertamente, yo tendría que tener una mente demasiado trastornada para sentirme agraviado por ese tipo de cosas que pertenecen al ámbito de lo privado, de lo íntimo de cada persona.

No voy le daré más vueltas a la cabeza porque tengo tan mala memoria que no voy a conseguir averiguar que fue. Os diré concretamente en que momento llegó a su culmen esa molestia misteriosa: fue cuando entré en el ascensor y una muchacha me acompañó con el cigarro encendido hasta la salida del edificio. ¿Sería una flatulencia por la mala digestión que produce el tabaco cuando se combina con demasiados cafés? Es que os prometo que no me acuerdo, pero ahora que digo lo del ascensor sí me viene a la mente que había por allí un olorcillo raro y eso, pero no estoy seguro. Espero haberos dado alguna pista para que me ayudéis a recordar…

sábado, mayo 27, 2006

Antropología: El Homo Fumans

Realmente hay gente que confunde la perseverancia con la obstinación. Este es el caso de las hordas de adoradores del vicio que insisten en evidenciar virtudes que jamás existieron: las del cigarro. Dado que la mayoría de sus insostenibles argumentos no tienen fundamento que los cimiente, a veces aluden a la sugerente moral hedonista que parecen profesar, usando el paquete de tabaco como bandera. La sarta de impúdicas estupideces con las que pretenden defender lo indefendible a toda costa es ilimitada y la quebrada visión de la realidad que tratan de proyectarnos, especialmente cuando se refieren a consideraciones económicas en las que se antepone el dinero de unos pocos a la salud general, resulta histéricamente irrisoria. Tras leer unos cuantos de éstos da la sensación de que un ente superior desconocido los ordena sacerdotes y apóstoles para inculcarles el pregón del evangelio según Judas. Es decir, o no piensan por sí mismos del todo, o su adicción al cigarro no les permite tener otra musa de la inspiración, o alguien los tiene a sueldo.

Por otro lado, no veo motivos para defender la postura de los no-fumadores porque es la natural y en esta lucha gozan del favor de la razón y de la verdad. De hecho, pocas veces en la historia de la humanidad se ha estado tan cerca de la verdad absoluta a la hora de abordar un conflicto como lo están actualmente los detractores del tabaco. Efectivamente, no hace falta que se pronuncien a nuestro favor, ni la OMS, ni las izquierdas progresistas, ni las evidencias científicas y estadísticas etc. Nuestra causa es justa, nuestra razón incuestionable y, alentados por todo ello, nuestra determinación se fortalecerá de manera implacable día tras día, porque el mero transcurso del tiempo es nuestro más firme e infalible aliado.

De esta manera, aquellos defensores del libertinaje tabaquero que creen tener la razón han de ver –si son lo bastante jóvenes y no insisten en acortar su vida en exceso- como su forma de ver la vida, ese símbolo de prestigio social que ahora adoran, es destruido irremediablemente. Sin terminar de caer en el olvido, han de ver como en décadas el acto de fumar en público acabará siendo percibido como lo que siempre debió ser: como un acto sucio, bárbaro e irracional, como el vestigio de un comportamiento primitivo.

Desde mi personal punto de vista, el fumador convencido –el 90% de ellos- es un ser en un estadio de evolución inferior al no-fumador convencido. Hablo del Homo fumans, un eslabón perdido entre el primigenio Homo sapiens y el Hombre actual. Su retraso no es sólo histórico o cultural, sino que también es moral. Veamos detenidamente las deficiencias del Homo fumans que evitan su progreso a un estadio superior en su evolución:

Es un conformista.

Y además declarado. De hecho, ideológicamente, una rama evolutiva –de tendencia conservadora- es feliz en el mundo que le ha tocado vivir y no quiere que su entorno cambie. Sus enemigos son aquellos que buscan el bienestar y el progreso de la humanidad, porque sabe que con ello él será destruido a la par que su cigarro. Para él todo irá bien mientras tenga a su alcance su oscuro objeto del deseo: el cigarro. Para el Homo fumans otras consideraciones en la búsqueda de la felicidad son secundarias.

Carece de autoestima.

Aun siendo consciente en algunos momentos de su inferioridad, no es capaz o no tiene voluntad para mejorar, i.e. para reconocer su error y abandonar el obstáculo que le impide evolucionar. Es esclavo del cigarro y nunca cree que merezca el honor de sublevarse contra su tiranía. Pues adora y ama al cigarro su señor por encima de todas las cosas, incluso más que a su salud física y mental. Caminaría descalzo por un sendero de clavos y ascuas incandescentes, o cruzaría a nado un río en llamas, si supiese que al otro lado de la orilla le esperaba su señor el cigarro. Tan sólo su vacía soberbia y su autocomplacencia consiguen compensar esa falta de autoestima de cara a la sociedad.

Es un egoísta.

Es el egoísta por excelencia. Su lema principal es el de “ande yo caliente y jódase la gente”, porque no duda a arrogarse para sí el espacio vital ajeno, a sabiendas de que invade con sus malos humos pulmones que no le pertenecen. Por supuesto, tampoco le pasa por la cabeza el perjuicio indirecto que pueda ocasionar al conjunto de la sociedad a base de lucrar a las tabacaleras y a otras mafias con tan buena disposición.

Es un maleducado.

Sí, el fumar en público es ante todo un gesto de mala educación. Partiendo de lo anterior, una de las características primordiales del Homo fumans es su exhibicionista falta de modales. No sabe pedir las cosas por favor, ni permiso, ni disculpas cuando el protocolo lo establece. Es incapaz de ajustarse a cualquier tipo de norma adoptada de común acuerdo y el respeto no es precisamente su punto fuerte. Es esta falta de respeto quizás su característica más repudiable.

Es un irresponsable.

Es completamente incapaz de medir las consecuencias de su acto para su salud y para la de los que le rodean. Si alguien enferma a causa del tabaquismo preferirá recurrir a la delincuencial atribución externa -habrán sido las chimeneas de las industrias, los tubos de escape de los automóviles, le vendría de herencia, no era sólo que fumaba el único problema, de algo tenía que morir…-. Sin duda el Estado debería obligar a los miembros de esta especie a pagar un seguro de responsabilidad civil que cubriese daños a terceros. Sus fondos podrían destinarse a cubrir el inmenso gasto sanitario que ocasionan estos homínidos.

En conclusión, su inadaptación a una sociedad abierta, moderna y sofisticada es manifiesta. De modo que estos acuciantes problemas de adaptación serán la causa de su inmediata desaparición, lo cual será un hecho tan necesario como inevitable. Por tanto, podemos decir que el Homo fumans es una especie condenada a la extinción, pues hasta ahora sus miembros no han sabido demostrar una capacidad de adaptación al medio que les permita sobrevivir en el seno de las selectas sociedades del futuro.

Esa España profunda

En estos días azules, en los que tan buena temperatura ha hecho, he aprovechado para darme un respiro. Para alejarme del mundanal ruido y del mundanal humo de la ciudad mientras me paseo con el “amoto” por los caminos rurales de esos pueblos de la España profunda.

Hice la primera parada en el arcén de una regional. A un par de metros del asfalto había una fresneda y tras la primera fila de árboles un riachuelillo silencioso describía su curso entre zarzas. Como buen ingenuo pensaba que no había posibilidad alguna de fracaso en mi búsqueda de la paz y el aire puro que tanto añoraba. Pero pronto el idílico paisaje, el ambiente pastoril y el sentimiento melancólico de aquel que una vez creció entre campo y naturaleza me recordaron su inexistencia, con su ausencia. Sólo quedaba el sentimiento de nostalgia de épocas que jamás viví, salvo en sueños o lecturas de clásicos. Pues en las musgosas orillas destacaba un brillo iridiscente que típicamente es producido por cualquier sustancia oleosa, jabón potásico o el alquitrán y otros componentes químicos que liberan una colilla cuando se pone a remojo. Efectivamente, ahí estaban las asquerosas colillas que en un principio pasaron desapercibidas flotando sin vaivén: no haría mucho, algún otro viajero habría aprovechado para vaciar el cenicero de su coche. Era hora de subirse otra vez a la moto.

No es que mi instinto misántropo no prefiera el ruido de un motor antes que el incoherente bullicio de cierto tipo de gente. Pero el desasosiego que causa una cerrazón del cielo tan inesperada cuando vas en moto es notorio. Con las primeras gotas de lluvia la prudencia llama a la razón y, finalmente, tras reprimir tu rabia acabas parando para buscar refugio en la población más cercana, como así hice.

Pero poco podía sospechar yo que esa rabia era el anticipo de la ira. La rabia, como si de una vacuna se tratase, quizás me salvaría de una situación incómoda y violenta dada mi beligerante naturaleza, sobre todo cuando estoy de mal carácter -por aquello de mi instinto misántropo- como ya he dicho antes. Porque sólo se puede estar enfadado o con un estado de ánimo negativo durante un tiempo determinado y, por fortuna, generalmente breve.

Esto evidentemente no sucede así. Más bien esa rabia es a veces el preludio de la ira como si de una premonición irracional se tratase y, ese día, sólo la tardanza del desencadenante o que, entre las innumerables gotas de lluvia que caían, no estuviera la que colma el vaso, podían variar mi destino. Pues llegada la rabia, sólo el tiempo la disipa y evita que ésta, por un accidente añadido, se torne en ira.

Así, ya con los pies en la civilización, ese desencadenante da aviso de su inminente llegada: a la entrada del pueblo de dos mil habitantes, de cuyo nombre no quisiera acordarme, se halla una huerta. Allí, un agricultor insiste en terminar de quemar los resultados de su poda primaveral de naranjos antes de que la lluvia arrecie. El humo en sí es molesto, sobre todo cuando la combustión no es buena debido a la interferencia natural del agua, que no consigue apagar lo que el hombre insiste en que siga ardiendo. Pero es molesto sobre todo porque es innecesario, poco ecológico y sucio –además de que está prohibido-. Claro que en estos pueblos eso es de difícil asimilación. El civismo no suele ser precisamente la característica primordial que impregna el quehacer diario de esas gentes. Más bien sus comportamientos se rigen por las necesidades inmediatas. La escasez y la miseria agudizaron en otros tiempos instintos poco nobles, si es que se puede hacer tal valoración de los instintos que, por definición ni siquiera dan como resultado actos voluntarios. En cualquier caso existen pueblos en los que las gentes han heredado de sus antepasados un cierto embrutecimiento. Tal legado obtiene su protección natural, generación tras generación, en el seno de las sociedades cerradas que las acogen. Así, en personas de mediana-avanzada edad, mentalidades realmente obsoletas están al alcance de cualquier historiador, antropólogo o estudioso que quiera una referencia para entender la mentalidad de su tatarabuelo. Con tal embrutecimiento me refiero además al aspecto estético de sus actos, a los comportamientos que manifiestan, los cuales son consecuentes con la mentalidad de la que se derivan. Pero centrémonos de una vez en el aspecto estrictamente sensorial del resultado de ese consecuente proceder…

Es indudablemente la cultura del humo y del fuego la que impregna la vida cotidiana de este género de pueblos. En invierno las chimeneas de los hogares son el indicativo irrefutable de esa cultura en las sociedades familiares y cerradas de las que hablo. El resultado para el viandante es obvio: el aire huele a humo y aquellas ropas tendidas cuando terminen de secarse lo harán también. No obstante esta actividad, aunque a mucha gente le pueda desagradar sí se podría considerar como un acto respetable, porque el fin sí es necesario, aunque se pueda discutir hasta que punto imprescindible si existen alternativas que causen menos molestias. Por otro lado, lo de quemar restos de podas o rastrojos es una peligrosa y sucia labor, sobre todo cuando se pueden sencillamente llevar a un área habilitada por el Ayuntamiento. Si éste está al tanto de los planes de gestión de residuos agrícolas, claro está.

En cualquier caso, tal tolerancia al humo tiene su traslado –más bien casual- en la aplicación de nuestra Ley Antitabaco –no me importa llamarla así-. Retomando mi historia diré que el nivel de acatamiento en ese pueblo era terrorífico. Sencillamente, el BOE de ese día parecía que nunca había llegado. A decir verdad, el único sitio donde encontré un prohibido fumar fue en la puerta del Ayuntamiento y en el banco. En ningún otro lugar.

De esta manera, daba igual que un restaurante tuviera unas dimensiones u otras. En cualquier caso todos fumaban como carreteros. En el que estuve, una mujer embarazada, flanqueada por los risueños miembros de su familia, fumaba mientras le regañaba a su hijo que intentaba sacar todas las servilletas del servilletero. El pudor era inexistente en cualquier caso, pues nadie era consciente de nada en aquel momento. La única preocupación de los dueños podría ser el que la gente con la lluvia llenara un poco más de la cuenta el comedor, en detrimento de la terraza. Pero, seguramente, darían por supuesto que en ciento cincuenta metros cuadrados de comedor el humo se disiparía lo suficiente como para que no molestara.

Inmediatamente después de haber conseguido pagar la cuenta fui a uno de los bares, por aquello del café durante la sobremesa. A los pocos segundos de estar en el bar, tuve la sensación de haber salido del trueno para caer en el relámpago. Allí el número de cigarros encendidos era el mismo que en el restaurante pero en cuatro veces menos espacio. Ni que decir tiene que no le deje propina al camarero. De todas maneras tenía prisa por salir de esa cámara de gas para terminar de hacer tiempo en otro sitio en el que, a ciencia cierta, no iba a haber posibilidad de que estuviese ahumado: la iglesia. La hora y el día permitían mi visita a uno de estos monumentos de techo alto. Allí, bajo el botafumeiro –pese a que la etimología pueda dar que pensar – sabía que iba a estar libre de humo. Entonces uno piensa cual es la razón de ello, ¿por qué el respeto y la educación se acentúan en un lugar sagrado? ¿demuestra ello que el fumador es consciente de que practicar su hábito en tal lugar es un gesto de mala educación y una falta de respeto al prójimo? ¿acaso cree que en la iglesia es más visible a los ojos de Dios y le daría vergüenza sentirse observado y juzgado por Él o es sólo una cuestión de tradición?. Todas estas preguntas son irrelevantes, salvo por el hecho de que ponen de manifiesto que aún queda en ellos el sentido del respeto. Entonces si son capaces de respetar les falla la aplicación práctica de ese respeto o, en otras palabras, no son respetuosos en otros sitios porque no les da la gana. No les da la gana porque no tienen una razón para hacerlo, ya que de su gesto no se deriva una consecuencia negativa -para ellos-. En otros lugares, fuera de la iglesia, el miedo a la censura por parte del fumador pasivo, del cura o de la Administración… no existe.

A través de las vidrieras se podía comprobar como la lluvia cesaba, razón por la que decidía salir de allí para reemprender la marcha. De camino hasta mi vehículo tuve el honor de cruzarme por esas estrechas aceras con algunos lugareños. El primero un anciano de los de boina y cayado, rechoncho, de complexión desgarbada y patizamba. Iba orgulloso exhibiendo el humeante puro entre sus postizos y amarillentos dientes; botín que debió de conseguir en alguna boda de un sábado anterior.

La segunda era una chica joven, quizás adolescente, que con algo más de estilo sostenía un cigarrillo con su mano derecha, mientras apoyaba la izquierda en su cadera, como queriendo darse aires de sofisticada. Así cruzó la puerta de acceso al interior de un antro del que salía un ruidillo al que eruditamente se podría llamar música tecno o discotequera, pero que la mayoría más bien conocemos como bacalao desfasado.

Ya a la salida veo otra vez al maldito, con sus botas de riego y su chaqueta de cazador, tirando sobre el humeante montón de ramas mal quemadas una colilla tras darle la última calada. No pude aguantarlo más y me baje de la moto para increparlo…

Este género de personas suelen ser hombres de semblante siniestro, chapados a la antigua, machistas, celosos y egoístas con una conciencia ecológica nula. Parecen sacados de la obra de Machado “La tierra de Alvar González”. Cuando se echan al monte no sufren remordimientos a la hora de abatir rapaces que puedan suponer una competencia en su cacería, ni escrúpulos al tirar colillas que a menudo incendian nuestros bosques. En definitiva, el repertorio de imperdonables defectos que poseen es inmenso. Por ello, estos hombres indignos merecen ser increpados con cualquier excusa. Aún siendo por propia ignorancia “santos inocentes” es necesario destruir la poca consideración social que puedan tener hasta la marginalidad si es preciso. Sólo así, haciendo uso de su única característica aprovechable –la cobardía- podremos en el presente obligarles a mostrar una de las virtudes más preciadas del ser humano: el respeto.

Finalmente, me alejé de ese pueblo conforme el cielo se abría y el sol volvía a lucir. Ya estaba más calmado pero de vez en cuando seguía mirando hacia atrás con ira.

viernes, mayo 26, 2006

Mirando hacia atrás con ira

Este es un blog dirigido exclusivamente a los no fumadores más convencidos. Sólo lo escribo pensando en el regocijo de ellos y en el mío propio. Por favor, si no eres un adepto a nuestro movimiento, no pierdas el tiempo leyendo esto. Puedes leer los artículos y ensayos de Juan Ramon Rallo o Iñaki Ezkerra. Ellos escriben muy bien y cobran por ello, yo no.

Por otra parte, si eres un fumador y quieres fumar más contacta con el Club de Fumadores por la Tolerancia. Ellos te entenderán, nosotros no.

No pretendo ni moralizar, ni concienciar sobre el hecho, ni crear atmósferas de entendimiento entre mi colectivo y el otro, ni siquiera voy a esforzarme en ser políticamente correcto. Tampoco tengo interés en confrontar a dichos grupos porque el conflicto ya existe desde hace décadas y las posiciones fueron, son y serán irreconciliables.

Como ya he dicho antes, esta página va dirigida a los adeptos a mi manera de pensar y sentir. No trato de persuadir o convencer a otros, ni de radicalizar posturas entre mi colectivo. Por tanto, al escribir esto, busco la catarsis tanto para el resto de no fumadores como para mi.

No me voy a limitar a criticar a modo de artículo de opinión los ensayos, ideas, declaraciones, etc. de otros. También escribiré ficción, algún monólogo, puede que de corte racional, puede que entre lo onírico y lo delirante o puede que nada de lo anterior.